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-Arthur - ante la simple presencia de su nombre , una sonrisa tan radiante como perlas asomó de entre los delicados labios que el joven caballero tanto deseaba sentir sobre loa suyos propios. Dioses s veces se odiaba a sí mismo por ser tan honrado y querer aguardar hasta el matrimonio.

La exquisita tela que Arthur había traído consigo desde Dorne no habría podido ser usada de mejor manera.
Un vestido espléndido en toda la expresión de la palabra:

Violeta , cuál atardecer en Campoestrella, una amplia falda rodeaba la cintura de Nyria, la tela cayendo agraciadamente hacia ambos lados, enmarcando la cintura que tan perfectamente se habia amoldado para envajar entre las manos de Arthur. Debajo de esta, asomando de entre la cascada, cual cortina que se abre de par en par para observar la verdadera belleza que esconde, se encontraba una segunda tela de un lila delicado y suave, resplandeciente como una lluvia de estrellas, pues contaba con pequeños brillantes incrustados en ella que con ayuda de la luz del sol saliente completaban la ilusión.

El torso de la dama era resguardado por un ceñido escote terminando a forma de corazón , un poco revelador, cierto, más iba al pie de la letra en las costumbres de Dorne. Un lugar en donde la ropa resultaba tan inútil como una esppada sin afilar.
Motivo por el cual, de igual manera sus hombros se encontraban descubiertos, dejando sus brazos bajo la protección de la delgada tela tela de la lluvia de estrellas.

Los grises ojos de Nyria que conocía tan bien como el pomo de Albor hacían juego con todo, el verlos juntos; era como si en realidad estuviesen destinados a estar juntos desde el principio de los tiempos.

-Mi señora, aguarde - dijo abruptamente una dama de compañía al tiempo que se acercaba para acomodar la redecilla de perlas que sostenía el cabello de la joven.

-Ahora que lo pienso...permítanme...- Arthur arqueó una ceja mientras examinaba la figura de su prometida, cuya expresión era de confusión -sí, justo aquí. - Tomándole de la mano, gentilmente la guió para dar una lenta vuelta, hasta que se encontrara de espaldas a él.

-¿Qué sucede?- preguntó su dulce Nyria mientras la dama retrocedía y Ser Jorah observaba la escena con intriga.

-Nada grave milady. Es solo que me temo que me parece que hay que ajustar el corsé un poco. - su voz se asemejaba a la tranquilidad de un río en su cauce. -¿Me permite arreglarlo?

Tras observar el leve asentimiento de su parte, con una intencional tos indicó a los presentes que les concedieran la decencia de darse la vuelta.
Una vez lo hicieron, Arthur tomó su tiempo, dejando que sus ojos vagaba por el cuello de Nyria, memorizando cada aspecto de su persona:
Tenerla tan cerca le permitía distinguir el dulce aroma que desprendía su piel, aquel que tanto amaba...

Delicadamente, colocó ambas manos a la altura de los hilos del corsé, los cuales se encontraban perfectamente atados.

Una sonrisa un tanto traviesa se apoderó de sus labios.

Fingiendo atarlos aún más, aprovechó la cercanía de ambos para fugazmente plantar ambas manos a cada lado de su cintura, una vez que aseguró tener apoyo en dichos lugares, se inclinó hacia delante obsequiado un beso a su nuca, seguido de otro a la altura de su hombro derecho y claro al izquierdo.

Un suspiro de sorpresa fue lo único que Nyria dejó escapar antes de que Arthur la volteara hacia si con la misma facilidad que poseía para blandir a Albor como si se tratase de la empuñadura más ligera del mundo.

Una vez que sus miradas se encontraron, la inclinó levemente hacia atrás, moviendo una sola mano a la altura de su espalda para acomodarla y asegurarse de que sus labios estuvieran a la misma altura.

No hubo necesidad de palabras, pues después de todo los ojos eran las ventanas del alma, y sus almas se deseaban en cada aspecto de la palabra.

El firme peso de las cálidas palmas de Arthur sobre su piel no hicieron más que acalorar sus mejillas, como amaba esa sensación que sin siquiera intentarlo la hacía perder la noción del tiempo, ña noción de lo que era honorable, e incluso a veces la hacía olvidar su nombre.

Aunque era consciente de lo que sé avecinaba aún así la tomó por sorpresa al sellar los labios contra los suyos en un apasionado beso, forzándola a dirigir sus manos en torno al cuello del joven caballero.

Poco les importaba la presencia de Ser Jorah y sus acompañantes, en ese momento dolo existían ellos.

Dentro de si, ambos lo sintieron. Una llama ardiente que inundaba a ambos, algo tan placentero como el vino del rejo.

Al abandonar el acalorado encuentro entre sus labios, ambos sabían que al volver ,harían que los rumores fueran ciertos.


𝑳𝒂 𝒅𝒂𝒎𝒂 𝒅𝒆 𝒍𝒂𝒔 𝒆𝒔𝒕𝒓𝒆𝒍𝒍𝒂𝒔 (ᴊᴜᴇɢᴏ ᴅᴇ ᴛʀᴏɴᴏꜱ)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora