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-Buenas noches, milady. Descanse - aquellas palabras fueron escuchadas, más no comprendidas por ambos.
En los ojos violeta de Arthur Dayne no habitaba nada más que la curiosidad, la agonía y un deseo insaciable.por permanecer a su lado.

La velada había resultado placentera a ambos. Habían danzando sin cesar uno en torno al otro cual estrellas alrededor del Sol. Se habían mirado con tal intensidad y romance que dejaron en ridículo cualquier muestra de afecto que no fuese la suya.
La sensación de sus manos, entrelazadas aún palpitaba en su piel. El festín había concluido dos horas atrás, tras un desfile de de interminables vestidos de colores que habían envuelto el rojo y negro de los Targaryen cada vez que una dama aceptaba bailar con el príncipe Rhaegar.

La última en formar parte de dicho ritual fue Nyria, pues resultó casi imposible pensar en elegir pareja que no fuese su enamorado, o en su defecto, Ser Jorah, demasiado ocupado con su deber más que en la celebración.

-Luce feliz. No me imagino que haya sido un cuervo de su hermano el motivo, ¿O sí? -El suave apretón de manos que le brindó mientras se mecían al compás fue su respuesta. -Me lo imaginaba -rió el oso.

Y ahí estaban,frente a frente. El motivo de su felicidad y ella. La razón por la que su corazón galopaba desembocamente cual caballo bronco.

En el pasillo, donde a duras penas los dioses concedían permiso al paso de la luz de las antorchas, casi consumidas dada la hora, parecía haber un dejo de complicidad, un deseo que durante años había sido ignorado por aquellas almas que se veían encadenadas por el deber y el honor.

Arthur, en todo su esplendor se alzaba sobre ella , su sombra proyectándose delicadamente sobre Nyria.

Se encontraban a tan escasos pasos.

Pero sus ojos centellaban con los secretos ocultos bajo las arenas de Dorne. Con el secreto que los dioses enterraban en lo profundo del cuerpo de sus creacione, aquello que es prohibido, aquel camino....

"No, no" gritaba una voz en su cabeza en el instante en que Nyria alzó una mano para alcanzar la suya. Aún era tiempo de dar vuelta atrás. De apartarse. De hacer caso omiso a la sensación que recorrió su cuerpo...
Se maldijo a sí mismo por no haber escuchado al príncipe Lewyn o a su sobrino, el príncipe Oberyn.

Dejó que Nyria tomara su mano, prestando suma atención a la manera en que sus dedos trazaban el dorso de esta mientras que se acercaba agilmente.
Una tímida sonrisa se apoderó de los labios de la mujer que se había atrevido a despertar aquella llama dentro de él.

-Nyria -fue lo único que pudo formular antes de que su brazo en un movimiento instintivo se enrosacara en torno a su cintura, arrebatando un tierno suspirro de sus carnosos labios,las curvas que parecían encajar perfectamente entre sus brazos lo hizo jadear, inclinando bruscamente la cabeza, buscando la divina seguridad de sus labios la cual halló rápidamente. Sin perder un instante, se apresuró a consumar el beso más íntimo que jamás pudo imaginar. Sus labios buscaban a Nyria, una y otra vez, hasta que de pronto, se aventuró a morder ligeramente su labio inferior, al mismo tiempo que sintió como comenzaba a aferrarse a él, tal y como las enredaderas en los jardines del príncipe Doran.

"Al carajo todos ellos" fue el último pensamiento sustentado por la razón. Acto seguido, asegurando que ella no tuviera más remedio que amarlo al presionar el peso de su cuerpo gentilmente contra el de ella, su respuesta fue maravillosa: Un gemido escapó de su garganta, al tenerla tan cerca sintió el calor de sus mejillas irradiar de su piel, la punta de su nariz rozó su mejilla y sus grises ojos se cerraron ante aquella nueva sensación.
Recargando su espalda completamente en la pared,Nyria olvidó las enseñanzas de su septa. Arthur tragó saliva al fijar su mirada en la manera en que la respiración de Nyria se había vuelto tan lenta.

Ahí donde su vestido dejaba su escote al descubierto.

Encarcelda entre su prometido y los muros de la fortaleza roja, la joven doncella tiró de la capa de Arthur quién a su vez sonrió con satisfacción ante el gesto ,rezando a los dioses que su hombría permaneciera oculta por su vestimenta.

Con qué esto era a lo que se referían:
Que majestuosidad ostentaban ambos, el uno contra el otro en un intercambio hambriento de expresar con labios, dientes, carne y placer lo que sentían mutuamente. Y que bella era al ligeramente arquear su espalda, al dejar que los sedosos rizos de su amado le besaran el cuello ... y entonces, distraídos por la lujuria, la inocente palomita recorrió la deseable figura del caballero, comenzando a familiarizarse con cada músculo, esculpido a la perfección para deleite de su tacto.
Un tembloroso suspiro encontró una escapatoria entre los labios de ambos y acudió a sus oídos.

Ahí estaba. La confirmación de que en efecto, su Arthur era un hombre en todo aspecto de la palabra.

Y justo entonces, cuando los astros se preparaban para alinearse, sintió el inconfundible peso de Albor sobre sus hombros. Si bien el mandoble había sido resguardado en su alcoba por el tiempo que duró el.banquete, nunca faltaría el espectral peso del arma.

- Es...nuestro.deber, pero te prometo... que vendrá a su tiempo. -consiguió decir la espada del Alba tras un leve gruñido repleto de desesperación pues se forzó a interrumpir su acalorado beso.

-Lo lamento... - tantas preguntas, que decidió acallar con una tierna caricia en su rostro. Sus manos algo ásperas, acuñadas por el demandante pomo del acero. No importaba, ella lo amaba.

-No es necesario - le aseguró, su pulgar memorizando la delicada curva de su barbilla -Ha sido culpa del sastre -bromeó- y de mi padre, por permitirme desposarte.

El intoxicabte aroma del perfume de rosas inundaba el pasillo, una esencia que seguramente le quedaría grabada en la memoria hasta el fin de sus días.

-Pronto partiremos a Dorne -le aseguró mientras cedía ante la tentación de plantar pequeños besos en su cuello, sus hombros, y finalmente en su frente, aprovechando la oportunidad para guiñarle un ojo, ante lo cual ella sucumbió, lo supo en el momento en que sus mejillas se tornaron del mismo color que la coraza de los insectos que tanto había perseguido por Campoestrella siendo un niño. - Ahí, tendremos todo.

-Basta- rió ellarehusndo a mirarlo directamente, empujándolo lentamente hacia atrás- Bebiste vino del rejo.

- No, bebí de tu alma. Ahora no puedo renunciar a eso.

𝑳𝒂 𝒅𝒂𝒎𝒂 𝒅𝒆 𝒍𝒂𝒔 𝒆𝒔𝒕𝒓𝒆𝒍𝒍𝒂𝒔 (ᴊᴜᴇɢᴏ ᴅᴇ ᴛʀᴏɴᴏꜱ)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora