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En una noche tan oscura como la seda negra de la capa del desconocido, la fortaleza roja no pretendía dormir.
Los ratones roían las sobras de las cocinas,con sus ojillos desalmados eran capaces de develar los secretos que en algún tiempo llegaron a pertenecer únicamente a Maegor. Corrían libremente de pasadizo en pasadizo,ocasionalmente dejando escapar algún chillido para nunca más volver a ser vistos, ql igual que ocurría con la mayoría de los hombres que sin un guía adecuado.

Si bien era cierto que la privacidad era algo con lo que solamente se podía soñar, a la espada del Alba no podía importarle en lo absoluto:
Sentado al borde de su cama, observaba su reflejo auxiliado por la luz de unas cuantas velas.
Su torso completamente desnudo, expuesto sin la habitual armadura que provenía el paso de cualquier arma, el paso de cualquier muestra de afecto hacia su corazón.

"Nyria"

La simple palabra se había vuelto una plegaria que de buena gana recitaba a toda hora del fía, siempre con la esperanza de verla, de invocar su presencia.

Cerró los ojos, su respiración volviéndose profunda como la bahía del Aguasnegras que irónicamente antes solía despreciar, pero desde aquel primer encuentro en el que los astros, las rocas y los dioses habían sido testigos del surgimiento de un amor fundado sobre los pilares de sus retratos y aquellas cartas...

Una sensación desconocida se apoderó del noble hombre. Una que al principio intentó combatir, tal y como hacía con Rhaegar -cuyos ataques eran tan sencillos de evadir como mosquitos insignificantes en los desiertos de Dorne-, más a pesr de sus monumentales esfuerzos esta no hizo más que alimentarse de él, de Nyria.

Un leve gruñido escapó de su garganta antes de que tuviera tiempo de reprimirlo. Sintió las gotas de sudor recorrer su frente , su corazón latía desbocado cual caballo bronco en la prisión de su pecho, los músculos de su pecho no demoraron en unirse a la conspiración de lo que cayó en cuenta era sin lugar a dudas una sola cosa:

La lujuria, el deseo carnal, la necesidad de finalmente unirse en cuerpo y alma con la loba indomable, dioses incluso aquello concluía a la llama en su interior.

"No. No puedo, no hemos jurado los votos matrimoniales" Si el príncipe Lewyn lo viera...

Sus ojos violeta, derramaban chispas. La sed de las estrellas, que ferozmente exigían beber el frío del norte.

Al caer de espaldas sobre su lecho, un torrente de recuerdos invadió su mente mientras cada fibra de su cuerpo era consciente de la agradable sensación de las sábanas contra su piel.

"Si tan solo fueran cadenas para contenerme..." De pronto era como si incluso fuera capaz de escuchar la sangre que corría por sus venas, sangre más ancestral que la del propio Rhaegar, sangre del imperio del Alba, el linaje que de una forma u otra había conquistado a las estrellas para forjar con ellas a la gloria misma.

Repentinamente un recuerdo acudió a él, sin anuncio ni invitación.

- ¿No teme cortarse algún día?- los grises ojos de Nyria posados en la empuñadura que sobresalía por encima de su hombro.

-No mi señora- la voz de Arthur se mostraba paciente, con un dejo de expectativa, pues temía perderse cualquier palabra que ella estuviera dispuesta a obsequiarle -He aceptado que la sangre es inevitablemente parte de mi carga, una que, si me permite decirlo, acepto ejercer en su honor.

El astibo de una sonrisa se asomó a los delicados labios de la joven, bella cual poema en verano, irresistible como para osarse a desafiar el honor con tal de conservarla para siempre. ¿Cómo era posible que la belleza tuviera su encarnación propia?

Para este punto el caballero jadeaba.

Su alma la llamaba a gritos.

Otro recuerdo más: el dulce aroma de las rosas plantadas en los jardines acudió a él en plena penumbra ....la manera en que sus manos constantemente se rozaban al caminar, las miradas furtivas que en más de una ocasión casi se convertían en un beso pero nunca se atrevían, los rumores de que Arthur la había convertido en mujer ya eran lo suficientemente ridículos como para dar motivo a que siguieran resonando por ahí.

Nyria ya era una mujer, nunca había sido doncella. Eso le quedaba claro cada vez que no temía el temor de criticar la fanfarria de la corte.

Arthur se incorporó, jadeando aún, si no lograba conciliar el sueño pronto, la corte resultaríatediosa a la mañana siguiente, pero ¿Cómo pretendía dormir un hombre con una necesidad tan...tan....insaciable?

"No...no..yo soy Arthur Dayne, soy el Alba, no he de doblegarme ante nada..."

La pícara risa de Oberyn Martell resonó en sus oídos mientras enterraba su rostro entre las finas y largas manos, talladas por los mismos dioses para tanto matar como para amar, para defender y para complacer.

"El único motivo por el cuál llegaré a arrodillarse serán por los muslos de una mujer"

Detrás de los párpados firmemente cerrados del joven la imagen de Nyria se hallaba incrustada en ellos.

"No,no."

Era demasiado pronto, sin embargo algo dentro de él quería volver los rumores ciertos, quería mofarse de ellos y buscar a Nyria y... . No ella era demasiado honrada para acceder a profanar la honra de ambos de una manera tal.

¿O no?

Tras unos instantes, finalmente logró dominarse, convenciéndose a sí mismo que ya habría tiempo para todo aquello cuando al fin estuvieran debidamente despojados, no sin antes notar que finalmente comprendía la utilidad de algunas cosas...

𝑳𝒂 𝒅𝒂𝒎𝒂 𝒅𝒆 𝒍𝒂𝒔 𝒆𝒔𝒕𝒓𝒆𝒍𝒍𝒂𝒔 (ᴊᴜᴇɢᴏ ᴅᴇ ᴛʀᴏɴᴏꜱ)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora