CAPÍTULO 53.
EVANGELINE BROWN.
Al abrir los ojos, me recibe la suave luz matutina que se filtra a través de las cortinas de encaje, pintando destellos dorados en la habitación.
El canto de los pájaros y el susurro de las hojas en el viento se mezclan en una sinfonía natural que da inicio al nuevo día.
La naturaleza está viva y despierta, y yo, en mi refugio entre las sábanas, siento cómo la promesa de un día lleno de posibilidades se cierne justo al otro lado de la ventana.
He adoptado la costumbre de levantarme temprano, cuando el mundo aún está tranquilo y el sol apenas comienza a dorar el horizonte.
El parque del palacio se ha convertido en mi refugio secreto, un rincón de serenidad en este pueblo que, a pesar de sus encantos, me hace extrañar profundamente la costa de California.
La rutina matutina comienza con el ritual de cuidado facial, un momento que he convertido en un acto de amor propio.
Me cepillo los dientes, me lavo el rostro y me sujeto el cabello, y al mirarme en el espejo, encuentro una parte de mí que, poco a poco, está aceptando la vida en este pueblo de tradiciones arraigadas y paisajes encantadores.
No obstante, la belleza del entorno se ve empañada por las sombras que lo rodean.
El maltrato de algunos postulantes, el acoso implacable en las redes sociales y la presión de casarse antes de los treinta años son espinas que atraviesan la idílica fachada de este lugar.
La puerta de mi habitación se abrió de golpe, rompiendo la paz matutina que había disfrutado hasta ese momento.
Me sobresalto del susto.
Nathan y Darya irrumpieron en la habitación, sus rostros llenos de angustia y sus miradas buscando desesperadamente la mía.
Me quedé estupefacta al ver su expresión.
Darya tenía los ojos llenos de lágrimas y su piel estaba pálida como el mármol, mientras que Nathan, aunque intentaba disimularlo, no podía ocultar la preocupación que nublaba sus ojos.
—¿Qué pasa? —les pregunté a ambos.
Mi estómago se retorcía con una creciente sensación de angustia mientras los hermanos Telesco intercambiaban miradas, como si estuvieran sopesando cómo decirme lo que venían a contar. Los segundos se estiraron como horas mientras esperaba una respuesta que temía recibir.
—¿Me pueden decir qué pasa? —insistí, sintiendo cómo mi corazón latía con fuerza y el miedo se apoderaba de mi mente. La expresión preocupada en sus rostros me decía que era algo grave.
Nathan parecía luchar con las palabras, su voz apenas un susurro mientras me hacía una pregunta crucial.
—¿No miraste tu móvil, Evangeline? —preguntó con un nudo en la garganta que le impedía hablar más alto.
Sacudí la cabeza, confundida y nerviosa, y luego noté que ambos hermanos miraban mi teléfono, que estaba cargando en mi mesita de noche. Me dirigí hacia él, pero Darya, con los ojos llenos de lágrimas, me agarró de la muñeca y me detuvo.
La miré con ansiedad y una creciente sensación de terror.
—Evangeline —la voz de mi amiga se quebró—. Acaban de anunciar que tu madre murió en un accidente de coche.
Las palabras resonaron en mis oídos como un martillazo.
Una oleada de dolor me atrapó de inmediato. Mi corazón parecía apretarse con fuerza en mi pecho, como si alguien lo hubiera sujetado con garras frías. Sentí un nudo en la garganta que me impedía respirar con normalidad, y las lágrimas comenzaron a empañar mis ojos, nublando mi visión. Cada bocanada de aire era un esfuerzo doloroso y agónico.
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En las sabanas de un Telesco
Teen FictionEvangeline Brown se ve obligada junto a su familia vivir en un pueblo enfermo en donde la belleza es un arma mortal, hombres pagan por tu virginidad y en donde deberas casarte a los diecinueve años o estaras condenada a muerte si no lo haces. Depend...