Capítulo 40

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CAPÍTULO 40

Entre los confines sombríos del establo, la hallaron anudada como un diminuto ovillo. Los corceles, inquietos, sentían la tensión en el aire gélido, mientras ella permanecía impasible, ajena a su escalofrío constante.

Tras incontables horas de incesante búsqueda, fue en el despertar de la aurora donde Nathan dio con ella, acurrucada con las piernas enredadas en su regazo.

Evangeline fue alzada en los brazos de Nathan, sumida en un profundo estado de aturdimiento. Su voz no emitía sonido alguno, y sus ojos vagaban sin rumbo fijo.

En un gesto cargado de ternura, Nathan buscó establecer contacto visual con Evangeline.

Sus ojos, vidriosos y sin brillo, parecían buscar una salida en el laberinto de su propio ser. Al acercar su mirada a la suya, el joven intentó encontrar una chispa, un destello que indicara que aún había una conexión con la realidad.

Los segundos se estiraron como hilos de tiempo suspendidos en el aire. El silencio era abrumador, solo roto por el latido inquieto de los caballos en el establo. En ese instante, un suspiro casi imperceptible escapó de los labios de la doncella, y sus ojos oscuros encontraron por fin los de Nathan.

Fue entonces cuando una mezcla de dolor y desconcierto se reflejó en su mirada. En aquellos ojos, se escondían historias sin contar, tormentos insondables que habían dejado huellas en lo más profundo de su ser. Nathan percibió la fragilidad que se desvanecía entre los poros de la doncella, como un sutil perfume de desamparo.

Corriendo, llevó a Evangeline en sus brazos a través del largo predio verde a las afueras del palacio, dirigiéndose con prisa hacia la enfermería. La escarcha teñía de blanco el césped mientras a lo lejos un anaranjado amanecer prometía un bello día, un cruel contraste con la adversidad que ahora se cernía sobre ellos.

El corazón de Nathan latía con furia mientras la preocupación llenaba cada fibra de su ser. Evangeline, con su frágil figura envuelta en aquel silencio angustiante, parecía ajena a la belleza efímera de la aurora que se desplegaba ante ellos. Su rostro pálido y sereno se perdía en los recovecos de su propio tormento, mientras él luchaba contra el tiempo y la incertidumbre.

La fresca brisa acariciaba sus mejillas, recordándole la fugacidad de los momentos de calma en medio de la tempestad. Los árboles del jardín, testigos mudos de la carrera desesperada de Nathan, inclinaban sus ramas en una reverencia silenciosa, como si quisieran otorgarle fuerzas en su lucha por salvar a Evangeline.

Los medicos más expertos aguardaban con los conocimientos y habilidades necesarios para enfrentar cualquier emergencia.

Cuando estos posaron sus ojos en la joven, un nudo se formó en sus gargantas, su aliento se detuvo por un instante ante la visión de la marca que se revelaba en su muslo. Era un rastro de hierro, una cicatriz que evocaba imágenes de las crueles prácticas utilizadas para marcar al ganado en el campo.

La marca, como un sello ardiente en la piel de Evangeline, contaba una historia de opresión y sufrimiento que desgarraba el corazón de quienes la contemplaban. Las palabras quedaron atrapadas en sus labios mientras intentaban comprender cómo alguien pudo infligir tal crueldad a una joven tan frágil y vulnerable.

Y por supuesto que esto no tardó en saberse.

Evangeline Brown se había convertido en el tema de conversación en cada rincón de The Moon, pero no por ser una recién llegada. No, era la humillación que había sufrido lo que pesaba en el corazón de todos, generando un sentimiento colectivo de pesar por la forma en que la habían recibido en el pueblo.

En las redes sociales, su imagen estaba expuesta de manera despiadada, víctima de la crueldad virtual. Los memes burlones se multiplicaban, retratando su situación en forma de burla y sarcasmo. Cada risa malintencionada era un puñal en el alma de Evangeline, quien no merecía tal escarnio.

La peor parte era presenciar a Adiele, la responsable de todo este desdén, gritando y lamentándose en su habitación porque había logrado todo lo contrario a lo que ella queria; que todos los postulantes masculinos y algunos femeninos, sintieran pena por ella.

—¡¡¡Me lleva la gran puta!!! —lanzó su móvil contra la pared en cuanto vio lo reacción negativa de la mayoría.

Amaya se la quedó viendo en un rincón de la habitación, cruzada de brazos y en silencio.

—¡¡¡¿Qué mierda tengo que hacer para que dejen de verla como alguien angelical y frágil?!!! —le grita Adiele, desesperada—¿¿Qué tengo que hacer para que dejen de quererla??¡¡¡Esta hija de puta arruinó el plan de mi vida, yo ya estaba en la vida de los Telesco y arruinó todo!!!

¿Adiele estaba llorando?

Amaya, conmocionada, tragó con dificultad al contemplar los ojos lagrimosos de su mejor amiga. Era la primera vez que veía a Adiele sumida en un mar de lágrimas, desmoronada ante la realidad que se había vuelto en su contra.

—No puedo creer que se te haya ocurrido quemarle la pierna. Sé que la chica es una gorda de mierda pero ¿quemarle solamente la pierna?¡Le hubieras quemado la cara! —le grita Amaya.

Adiele reacciona, viéndola como una bolsa de boxeo. Acto seguido, le pega una bofetada a Amaya. De esas que te dejan picando la mano.

El repentino ataque de Adiele tomó a Amaya completamente desprevenida. Antes de que pudiera reaccionar, el golpe impactó contra su mejilla, dejándola sin aliento y aturdida. Las manos de Amaya temblaron mientras se aferraba a su mejilla adolorida, incapaz de comprender cómo su amiga había llegado a ese extremo de violencia.

La consternación se apoderó de Amaya, mezclada con una sensación de traición y dolor. Sus ojos se encontraron con los de Adiele, llenos de una furia descontrolada y arrepentimiento inmediato. A pesar de todo, Amaya sabía que la ira de Adiele no era realmente hacia ella, sino el resultado de la frustración y la angustia acumulada.

—¿Te tengo que hacer acordar quién puede levantarle la voz a quién? —le pregunta Adiele a Amaya, con sus dientes apretados—¡¡Vete y déjame sola!!

En las sabanas de un TelescoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora