Capítulo 51

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CAPÍTULO 51.

Horas antes...

EVANGELINE BROWN.

Me ha llamado mi madre por teléfono y estoy algo sorprendida porque no esperaba que lo hiciera.

Desde que nos mudamos está tensa, insoportable y bastante irritada conmigo pero esta vez la escuche distinta. Como si estuviera aliviada.

¿Un regalo? ¿Un regalo puede ponerte de esa manera? Frunzo el ceño. No lo creo.

Mis pensamientos daban vueltas mientras me encontraba en el gimnasio, rodeada por el sonido de las pesas y la concentración de las personas que entrenaban a mi alrededor.

—Creo que he terminado por hoy—le anuncio a Nathan, tras guardar mi móvil en el bolso y dejarlo encima de una banca en el gimnasio.

Nathan Telesco levanta la cabeza de la camilla de pesas y me observa tras dejar la barra en su sitio. Su mirada se alzó hacia mí. Sus ojos se encontraron con los míos, y en ese breve instante, pude percibir una chispa de curiosidad en su expresión.

Se pone de pie y viene hacia mí.

Me percato que varias chicas se lo quedan viendo, locas por él.

—¿Está todo bien? —me pregunta.

—Mi madre me llamó para decirme que tiene un regalo para mí pero no sé de qué se trata—le confieso.

—Los regalos son lindos, deberías estar feliz o ansiosa.

—De hecho, estoy preocupada. Ella no suele darme regalos.

—Quizás quiere darte un coche.

—No lo creo—me rio.

—Tómalo con calma, quizás te sorprenda.

Estaba a punto de responderle hasta que unas horribles campanas empezaron a sonar de golpe. Provenían del jardín, o eso parecía.

Nos miramos entre todos, confusos, hasta que una chica atravesó la puerta principal del gimnasio, gritando a lo loco.

—¡¡Hay boda!! —anuncio con una sonrisa de oreja a oreja.

***

En los confines majestuosos del palacio, cuando resonaban las notas nupciales, el ambiente adoptaba una solemnidad inesperada. Las risas y murmullos habituales cedían paso a un murmullo cargado de gravedad, como si el mismo edificio sostuviera su aliento en anticipación. Los corazones latían al compás de un inminente destino, uno que, en su mayoría, evocaban con un dejo de aprehensión.

Los postulantes, un término que parecía minimizar la magnitud del compromiso que les aguardaba, eran convocados a sus respectivas habitaciones. Allí, como piezas de un juego ceremonial, se encontraban los vestidos y esmóquines dispuestos para transformar a aquellos mortales en figuras de etiqueta. Sin embargo, era evidente que más que accesorios, estas ropas eran capas de simbolismo que pesaban sobre los hombros de los destinados a portarlas.

El convite matrimonial, en lugar de ser un festín de amor y unión, se asemejaba a una sombra ominosa que todos preferirían esquivar. La ironía se cernía sobre la duración de su encierro en el palacio; casi tres semanas de confinamiento, un periodo que debería haber propiciado el florecimiento del afecto, pero que en cambio había instigado una resistencia feroz contra los lazos que ahora se forzaban.

Emergiendo de una ducha que había buscado ser revitalizante, dejé atrás el rastro de la fatiga de la rutina y el entrenamiento. Sin embargo, incluso la efervescencia del agua no lograba disipar la tensión que saturaba el aire como una niebla invisible.

En las sabanas de un TelescoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora