Capítulo 5

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 Nathan irrumpió en la cocina con la misma intensidad con la que el sol empezaba a teñir el cielo de tonalidades cálidas. Su pregunta resonó en el aire, interrumpiendo el silencio de la madrugada que yo había compartido con mi taza de café y mis pensamientos inquietos. La llamada de mi padre aún resonaba en mis oídos, dejándome insomne y reflexiva.

—¿Qué haces despierta, Evangeline? —inquirió, sus ojos buscando respuestas en los míos.

Decidí sumergirme en la rutina matutina de mamá, tomando su café para sentir su presencia un poco más cerca.

Mientras Nathan tomaba asiento a mi lado, su torso desnudo revelaba una intrincada galería de tatuajes que iban desde su cuello hasta la muñeca de uno de sus brazos.

Un mosaico de dibujos y patrones, entre los cuales destacaban varias mariposas negras.

—Me enteré de que mi padre está en Francia y también estuve reflexionando sobre qué regalo tenía preparado mi madre para mí —confesé, compartiendo con él el peso de mis pensamientos.

—¿Un regalo antes de morir? Dios, que fuerte —piensa él en voz alta—¿Sabes qué puede llegar a ser?

—Honestamente no tengo idea —sonrío—. Me puedo esperar cualquier cosa de ella. Cuando me lo dijo en la llamada, se escuchaba muy entusiasmada.

—¿Y no se te dio por recorrer la casa para buscar ese regalo? —plantea, su curiosidad colgando en el aire.

—No creo que pueda —respondo, mis palabras llevando consigo un matiz de pesar. Entonces, mis ojos se empañan debido a las lágrimas, pero me las ingenio para contenerlas—. Quiero dejar la duda de qué puede llegar a ser hasta que esté lista. Parece absurda la idea, pero aún no estoy preparada para ver su último regalo.

Nathan no dice nada.

Eleva su brazo para frotarme la espalda con su enorme mano. Y cuando me doy cuenta nos quedamos abrazados un momento, él con su brazo en mis hombros y nuestras cabezas pegadas, observando el amanecer en silencio. No hay necesidad de palabras, ni siquiera es necesario hablar.

—Ya tienes en tu cuenta el millón de dólares que gané en la carrera de caballos. Ayer se te fue depositado en una nueva cuenta de banco que abrió tu padre —dice él mientras me separo de él para verlo a la cara.

—Nathan no —me niego, sorprendida—. Creí haberte dejado en claro que no quería tu dinero.

—Evangeline, entiendo tus reservas, pero quiero que sepas que no es un gesto de caridad. Es un regalo. Quiero que tengas la seguridad financiera que mereces, independientemente de nuestra relación —explica Nathan, sus palabras resonando con sinceridad.

—Nathan, aprecio tu generosidad, pero no quiero depender de ti de esa manera. Quiero construir mi propio camino —le digo con firmeza, consciente de que esta decisión va más allá de la simple cuestión financiera.

—Si te sirve de consuelo, suelo hacer este tipo de regalos —dice, esbozando una sonrisa que parece esconder historias no contadas.

Dejo la taza de café sobre la isla, y mis ojos se fijan en él, intentando descifrar las intenciones detrás de sus palabras. La luz del amanecer arroja destellos dorados en su piel marcada por la tinta, mientras sus ojos se encuentran con los míos.

—A mí no me causa gracia este tipo de regalos. De donde vengo, suena a un préstamo que no podría pagar nunca, Nathan.

La tensión se acumula en el aire, y puedo percibir la gravedad de lo que acaba de suceder. Nathan, con su característica actitud desafiante, se encoge de hombros, como si restarle importancia a la situación.

En las sabanas de un TelescoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora