Capítulo 48

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CAPÍTULO 48.

EVANGELINE BROWN.

Lentes de sol y una taza de café mientras desayuno en uno de los jardines más hermosos y públicos que tiene el palacio.

Tengo la mirada fija e intento no mirarlo a él porque sé que está detrás de mí, sin decir nada, aunque su presencia es imponente.

El sol brilla en lo más alto y estoy en medio de la naturaleza desayunando con mesas a mi alrededor, rodeada de extraños que ríen y juegan a las cartas.

Escucho sus risas discretas, algunos incluso observan y se ríen porque mi familia ha contratado un sujeto que me cuide.

Si tan solo supieran que anoche protagonizamos una película porno.

El ruido de la silla que tengo al lado es arrastrada y eso me saca de mis pensamientos.

—Me duele la cabeza—escruta Dan, llamando con una señal de mano a uno de los mozos que se ocupan de atender las mesas. Pide un desayuno simple. El mozo desaparece con su pedido—¿Café?¿Sólo pediste café en tu desayuno?

Levanto la vista sin quitarme los lentes de sol.

—Sí ¿hay algún problema con eso? —escruto.

—¿Qué te picó? ¿Por qué estás molesta?

—Me desperté de mal humor—respondo—. Me arde a la hora de orinar. Creo que tengo infección urinaria.

—Mucha información—Dan alza las cejas—¿Fuiste a la enfermería?

—No, me suele suceder después de tener relaciones sexuales —mis palabras fluyen antes de que pueda detenerlas, y me doy cuenta de lo que he admitido en voz alta. Dan me mira, sorprendido por mi confesión—. No soy virgen, Dan —digo en voz baja, la vulnerabilidad se mezcla con mis palabras, dejándome expuesta ante él.

—¿Por qué me mentiste? —su voz suena más enojada que herida.

—Porque en este maldito pueblo de mierda, la gente espera que sea una virgen, incluso mis propios padres no lo saben —mi respuesta brota de mí con una mezcla de frustración y enojo acumulado—. Así que te mentí para pasar desapercibida.

Él resopla, una mezcla de incredulidad y fastidio en su expresión.

—A nadie han matado aquí por ser virgen, Evangeline —su voz lleva un tono de exasperación—. Incluso deberías habérmelo dicho a mí.

—¿Qué diferencia habría? —levanto una ceja con cierta ironía—. ¿No habrías intentado protegerme, ser el caballero en brillante armadura que me cuida y me protege de todo?

Una risa escapa de sus labios, interrumpiendo mis palabras. Su risa es cálida, pero puedo sentir que hay algo más detrás de ella.

—De cierta manera, ahora que lo pienso, sí lo intuí —admite, su mirada se cruza con la mía en un momento de complicidad—. Algo me pareció extraño cuando te tocaste los pechos como si estuvieras a punto de chuparte los pezones tú misma.

No puedo evitar que mi rostro se tiña de un tono rojo intenso por su comentario.

—Eso no lo justifica.

—Cuando quieras podemos repetir—me dice Dan con aire despreocupado—. Y eso también va para ti, Alex.

Miro a Alex, este no dice nada. Ni siquiera hace un gesto. Es como si estuviera sordo.

—Yo no tendria problema de repetirlo—susurro y escondo mi boca para darle un sorbo a mi café.

El desayuno de Dan finalmente llega, y no puedo evitar sentir una pizca de envidia ante la variedad de opciones que tiene ante él. Frutas cuidadosamente cortadas en rodajas decoran su plato: plátano, manzana, pera y naranjas se mezclan en una paleta de colores vibrantes. También hay una selección de panes de salvado y diferentes opciones para untar.

En las sabanas de un TelescoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora