Capítulo 8

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EVANGELINE BROWN.

La expresión en el rostro de mi padre decía mucho, y yo conocía esa mirada. Era la misma que asumía cuando se encontraba en situaciones embarazosas, como cuando hacía el ridículo de manera divertida cantando en la cocina o bailando mientras limpiaba. Pero esta vez, su rostro llevaba la carga de una verdad incómoda, algo doloroso e inesperado.

Mi cuerpo, sin consultarme, retrocedió dos pasos, mientras él avanzaba dos hacia mí, intentando encontrar las palabras adecuadas. Se notaba que las masticaba con amargura, consciente de lo que se le venía encima.

—Eres un miserable —mis manos se fueron directo a mi cabello, una mezcla de incredulidad y asco—. ¡Eres un maldito miserable, te volviste a casar! —grité con furia, como si mi voz pudiera expresar la profundidad del dolor que sentía.

Mi padre, atrapado en el silencio, confirmaba lo que yo deseaba que fuera una mentira. Pero los segundos pasaban, y la negación que esperaba no llegaba, lo cual me desesperaba aún más.

—Evangeline, las reglas del pueblo... —titubeó, tratando de justificarse con palabras atropelladas.

—¡¿Las reglas del pueblo?! —le espeté con un grito, avanzando de nuevo dos pasos—. ¡¿Te estás escuchando?! ¡Mamá aún sigue con el puto cuerpo caliente! ¡Me cago en tu puta decisión! ¡Te juro que deseo que te pudras, suenas igual que todos estos malditos enfermos de mierda, papá!

El silencio se apoderó del espacio, mi padre refugiándose en él, confirmando lo que preferiría negar. La desesperación me llevó a dar un paso más hacia él.

—¡No tuve opción, Evangeline!

—Te fuiste a Francia a casarte —reí sin poder creerlo—. ¡Te fuiste a Francia a casarte, donde mamá siempre deseó que la llevaras de vacaciones! ¡Yo no...! —las palabras se desvanecieron y me tambaleé, logrando sentarme en uno de los escalones de la escalera.

No podía respirar. Una mano se posó en mi pecho mientras sentía que atravesaba un ataque de pánico. Cerré los ojos, intentando encontrar alguna estabilidad en medio del caos.

—Evangeline —mi padre se acercó, pero mi abuela se interpuso como un escudo humano entre los dos.


—Ni te molestes en acercarte a la niña, Elijah —le enfrentó mi abuela, hablando entre dientes con una determinación feroz.

—¡Usted no puede decirme...!

—¡Sí, sí puedo, ni se te ocurra hacerme frente, Elijah! —le gritó aún más fuerte mi abuela— ¡No tienes derecho a darle este dolor a tu hija, la cual dejaste sola para comprometerte con esta...! ¡Agh! —se calló de golpe, frustrada.

—¡No tuve opción, carajo! —ahora el que nos gritó a ambas fue él— ¡¿Qué parte de que te obligan a casarte no comprenden?! ¡Me pusieron un arma en la cabeza mientras firmaba los papeles de divorcio para luego firmar los de matrimonio, y a ella también se lo hicieron! —señaló a la chica que tenía a su lado, la cual se encendió un cigarrillo mientras observaba la situación sin inmutarse— ¡Ni siquiera la conozco a ella, creo que se llama Cindy, no tengo ni puta idea!

—Tu padre ni siquiera me atrae, cariño —habló la chica por primera vez, como si todo le diera igual—. Soy más de las mujeres rubias como tu abuela, pero no tan viejas.

—Ay, me lleva la mierda —hundí mi rostro entre las manos, sabiendo que esto me iba a superar por completo.

Me pongo de pie y me largo a mi habitación, la cual cierro de un portazo, aislándome de todos.

DAN TELESCO.

El viento frío de la noche acariciaba los rostros de Sara y Dan mientras bajaban del auto en frente de la majestuosa mansión Telesco. La cabaña había sido un refugio temporal, pero ahora, enfrentarían lo que se avecinaba en el hogar principal. Sara cerró la puerta del coche con un portazo, su corazón latiendo rápido por razones que iban más allá del frío de la noche.

En las sabanas de un TelescoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora