EVANGELINE BROWN.
Me quemaron la pierna sin piedad.
El ardor era insoportable y ni siquiera los analgecivos lograban calmarme. Era una quemadura de tercer grado.
Aún sigo recordando mis gritos mientras esos salvajes se ocupaban de verme agonizar. Como el hierro hacia que mi piel se quemara debido a que la prepararon con brasas. Mi mente se ve asediada por el recuerdo de aquellos momentos espantosos, donde mi cuerpo se convirtió en un campo de batalla donde el dolor y la desesperación se entrelazaban en una danza macabra. Mi grito de auxilio se mezclaba con el chirriar del hierro ardiente, creando una sinfonía de sufrimiento que quedará grabada en mi cabeza.
Planearon meticulosamente todo para sembrar el terror en mi ser, y lo lograron con creces. Este pueblo estaba plagado de una enfermedad maligna y letal, y hasta ahora solo los hermanos Telesco habían logrado escapar de su sombría influencia. Desconocía por completo a sus padres, ya que nunca tuve la oportunidad de conocerlos.
Mi corazón se contrajo dolorosamente cuando vi a mis padres entrar a la habitación que compartía con Dan. Los médicos me revisaron y curaron la herida mientras mis gritos resonaban en la habitación. Una vez estabilizado, me trasladaron a mi propio cuarto. Sin embargo, el pasillo en el que se encontraba mi piso estaba abarrotado de curiosos que trataban de husmear y averiguar qué me había sucedido.
En el palacio, una multitud de personas habitaba sus sombrías paredes, ya que no todos lograban casarse en el plazo de tres meses establecido. Aquellos que no encontraban un esposo o esposa antes de los treinta años eran arrojados al fuego como condena. Durante este período, se nos prohibía recibir visitas de nuestros padres o familiares, pero esta vez se hizo una excepción notoria.
—¡Eva! —exclamó mi madre tras verme, se llevó las manos a la boca, angustiada—¡Dios mio, tu pierna! —se sentó en el colchon mientras veía el vendaje en ella.
—Cariño. Cuanto recé para que estuvieras bien—dijo mi padre, sentándose al otro lado de la cama.
—¿Quién fue? —preguntó con ira contenida.
Los ojos de mamá se clavaron en mí, incluso su tono de voz me hizo temer por la vida de Adiele, la causante de todo esto.
—Mamá...
—Necesito saber quién fue, Evangeline. Ni se te ocurra proteger a nadie.
Las palabras de Adiele vieron a mi mente: "Si dices algo me ocuparé de mandarle un par de hombres a tu casa para que violen a tu madre y maten a tu padre. En este pueblo nadie los quiere".
—Evangeline si no hablas no habrá justicia—insiste papá, con un tono más tranquilo—. Tú di el nombre y nosotros nos encargaremos. Tenemos los medios necesarios como para hacerlo.
—No puedo decirles porque me amenazaron con violar a mamá y matarte a ti, papá—se me llenan los ojos de lagrimas—. Aquí vive gente que también cuenta con esos medios. No eres el único.
—Me lleva la mierda—escruta mi madre, poniéndose de pie—¡Nadie nos hará nada, quieren que tengas miedo, Evangeline!
—¡¿Es que esto no te demuestra que ahora sí lo tengo, mamá?! —le grito, señalando mi muslo vendado—¡No voy a dejar que esto también les pase a ustedes!
El silencio se apoderó de la habitación mientras las palabras resonaban en el aire cargado de tensión. Mi madre miró fijamente mi rostro desencajado, y pude ver la tormenta de emociones que luchaban dentro de ella. Mi padre, con los ojos llenos de tristeza y determinación, se acercó y tomó suavemente mi mano.
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En las sabanas de un Telesco
Novela JuvenilEvangeline Brown se ve obligada junto a su familia vivir en un pueblo enfermo en donde la belleza es un arma mortal, hombres pagan por tu virginidad y en donde deberas casarte a los diecinueve años o estaras condenada a muerte si no lo haces. Depend...