Dazai

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Si no hubieses saltado ese día, yo no estaría aquí

Nunca he sido fan de mirarme al espejo. Antes, cuando me veía, veía la imagen de un niño triste, un niño que no tenía ninguna razón para vivir, alguien cuya existencia era nada más el alargamiento de una vida de agonía y que debía terminar con eso pronto. Esa imagen no cambió incluso cuando encontré un refugio en la escuela, solo que ya no era a un niño al que veía, sino a un chico que no tenía ni la más mínima intención de vivir. ¿Cómo llegué a cumplir 17 si quería terminar con mi existencia?

Aún me pregunto eso.

Porque vaya que hubo intentos.

Con el paso de todas esas veces en las que Kazuka iba a mi habitación, el espejo ya no era algo que me diera tristeza, sino algo que me causaba asco y dolor. Con el tiempo, no podía verme al espejo sin sentir impotencia, sin sentir ganas de romper ese cristal en pedazos con mis puños hasta no poder verme.

Y, cuando me daba un baño, era más difícil.

Nunca me secaba o cambiaba frente al espejo, siempre era en una esquina para no verme. Cuando me limpiaba o me ponía mis vendas, evitaba a toda costa el verme, cosa que era un poco difícil con los brazos, pero algo llevable con el resto de mi cuerpo. Así eran mis noches o mis mañanas cada día, verme al espejo, sentir asco, impotencia, tristeza...

Pero cuando llegó Chuuya las cosas fueron cambiando. No puedo decir que me gusta mirarme al espejo, claro que no, aún no soy capaz de estar frente a uno sin camisa, mucho menos sin mis vendas, pero debo admitir que ese impulso de querer golpear el cristal desapareció casi por completo. Simplemente evito mirarme.

Pero en el aniversario... El asco regresa...

La sensación de sentirme sucio regresa a mí. Siento montones y montones de manos en mi cuerpo, incluso si sé que no hay nadie más en la habitación, puedo sentir como me recorren poco a poco, como mis cicatrices pican y siento que me asfixio con las vendas del cuello. Es la sensación más horrible del mundo, la tela se siente como fuego y mis manos no dejan de temblar mientras me hacía ovillo en el suelo de la habitación.

No quiero hacerme daño. No quiero hacerlo. Ya no quiero volver a cortarme o tener nuevas heridas; quiero intentarlo, de verdad quiero ser alguien diferente, quiero comenzar a vivir diferente, quiero tener un futuro diferente, pero el recuerdo de esa noche quema, me duele en cada fibra de mi ser y no lo soporto más.

Mientras apretaba con fuerza mi cabello, alcé la vista al escritorio, viendo el bolígrafo que Chuuya dejó antes de bajar a la cocina. Le dije que no quería cenar y que estaría bien pero claramente le mentí y me siento terrible.

¿Podría...?

-No... -hablé tembloroso apretando mis dientes -. No lo hagas... -pensé en voz alta mordiendo con fuerza mis labios.

Sentía que no soportaría mucho más el estrés, cada vez el bolígrafo me miraban con más intensidad y yo a ellas, comenzaba a considerar las posibilidades de un corte limpio en las muñecas con la punta, cuando escuché la puerta abrirse.

Y escuché unos pasos corriendo hacia mí, además de un plato en el escritorio.

Y aunque me costó mucho reconocer la voz de la persona que me hablaba y me decía que estaba conmigo, jamás podría olvidar esos cálidos brazos y esas suaves manos.

El tacto inconfundible de las manos de Chuuya entrelazando mis dedos para que me deje de lastimar, sumado a la calidez que me trae el poder recargarme en su pecho es algo que simplemente no puedo confundir. La manera tan tierna que tiene de rodearme con sus brazos, el como apoya su mentón en mi cabeza mientras yo me aferro a su ropa con fuerza, eso hace que me sienta un poco más tranquilo.

Mi estúpido compañero -SoukokuDonde viven las historias. Descúbrelo ahora