1. La nueva normalidad

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El ruido metálico de la puerta de rejas cerrándose tras él marcó el inicio de su nueva normalidad.

—Voy a seguir haciendo todo lo que pueda para que salgas de aquí lo más rápido posible —prometió Seungmin, su abogado y mejor amigo, abrazándolo con fuerza cuando llegó el momento de decirse adiós—. Mientras tanto, por favor, intenta no meterte en problemas.

Hyunjin asintió, quedándose callado. Sabía que si separaba los labios para decir algo rompería a llorar. Estaba tan agradecido con él; no solo no lo había dejado de lado, sino que seguiría luchando con uñas y dientes por él incluso cuando ya debería darlo todo por perdido. Aunque aquello no debería haberle sorprendido, porque Seungmin siempre había sido así. Lo daba todo por la gente que quería, incluso cuando no se lo merecían.

Cuando Seungmin se marchó, lo llevaron a una sala donde le inspeccionaron e hicieron que se cambiara de ropa. Después hacia la que sería su futura celda.

Hyunjin observó al guardia desde atrás mientras se ponía bien la camisa del uniforme carcelario. Era un poco más bajo que él, pero su presencia hacía que a medida que avanzaba los presos en las celdas a ambos lados del pasillo fueran guardando silencio. Aún así, cuando en un momento giró la cabeza por encima de uno de sus hombros y lo miró, algo en su expresión lo hizo desligarse un poco del aire intimidante que le daban sus pasos firmes y sus brazos musculados.

—Ten cuidado con él, Hwang —le advirtió, antes de volver la cara al frente. Hyunjin no tenía ni idea de a quién se refería, pero no tuvo tiempo a preguntarlo porque el guardia volvió a hablar—: Yang no es de los que se andan con rodeos.

Yang, su compañero de celda. Hyunjin sabía quién era, porque se lo había mencionado de pasada la mujer que había revisado sus papeles antes de llamar al guardia para que se lo llevara. Pero no tenía ni idea de su aspecto ni de por qué estaba allí.

Intentó que no se notara que quería vomitar. ¿No iban a ponerlo con alguien como él? Un intento de ladrón con la suficiente mala suerte como para que lo atraparan durante su primer robo.

Lo vio nada más entrar en la celda 208 solo dos minutos más tarde. Yang estaba tumbado en la litera inferior, tan absorto en su libro que parecía no haberse dado cuenta de que había alguien más allí. Hyunjin lo miró con sorpresa. No parecía peligroso, sino todo lo contrario. Así acostado no parecía ser demasiado alto, y su cara no era la típica a esperar de un presidiario, sino la de un hombre común. Casi un adolescente.

En ese momento, la risa burlona de un preso cercano rompió el silencio.

—¡Te veremos muerto por la mañana, novato! —gritó desde su celda, con la voz cargada de diversión y malicia.

—¡SILENCIO! —gritó el guardia, golpeando la puerta de la celda con la porra al mismo tiempo en que empezaba a cerrarse sola detrás de Hyunjin.

Mientras el preso seguía riéndose, Yang levantó por fin la mirada de su libro y clavó sus ojos rasgados en Hyunjin, con una intensidad que lo dejó sin aliento.

Su corazón empezó a latir con rapidez, mientras sentía un escalofrío recorriendo su espalda. Yang lo barrió de arriba abajo y después volvió los ojos a su libro, como si su presencia allí no tuviera ninguna importancia. Se quedó esperando a que dijera algo, cualquier cosa, pero Yang lo dejó tal y como estaba; de pie y sin saber qué hacer, hasta que minutos más tarde se dio la vuelta y desanduvo hasta la salida, donde se aferró con ambas manos a los barrotes con tanta fuerza que los nudillos se le pusieron blancos. 

Celda 208 | hyuninDonde viven las historias. Descúbrelo ahora