31. Chanchachachán (POV JEONGIN)

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A Hwang le pasaba algo, lo que en realidad no era nuevo, porque a Hwang siempre le pasaba algo. Sin embargo, Jeongin sentía como si el de ahora fuera un algo distinto al habitual. Lo sospechó en cuanto lo vio entrar en la celda, blanco como el papel, incapaz de aguantarle la mirada, y sin ganas de hablar. Y lo supo horas más tarde, cuando llegó el momento de dormir. Hwang se había levantado de la cama y apoyado en la suya, mirándolo en la penumbra con sus ojos de cachorro abandonado.

—Yang... —susurró, con la duda bien marcada en su voz—. ¿Puedo hacerte una pregunta?

Jeongin asintió, demasiado ansioso como para mandarlo de vuelta a la litera de abajo. Hwang no tardó ni medio segundo en arrepentirse. Se apartó de la cama y negó.

—No, perdona. Es igual. Lo siento. Mejor me voy a dormir. Buenas noches.

Después de eso no volvió a hablar más. Y aunque no lo escuchó ni tampoco lo sintió dar vueltas sobre el colchón, como siempre hacía cuando no podía dormir, supo que no había pegado ojo en toda la noche, cuando, al levantarse a la mañana siguiente, vio las ojeras bajo sus ojos.


—Ayer conocí a una chica —dijo Chan.

Jeongin terminó de quitar el polvo del libro que tenía en la mano y se lo entregó, para que pudiera colocarlo en la estantería con los demás ya limpios.

—Por favor, cuéntame más —pidió con la voz cargada de sarcasmo, mientras cogía otro nuevo libro de la pequeña pila amontonada a su derecha, sobre la mesa.

—Me ha prometido que me buscará un abogado a cambio de hacerle un favor —dijo Chan, sonando contento—. Así podré presentar una apelación decente de una vez por todas.

Jeongin lo miró, con los ojos entornados. Eran los únicos en la biblioteca, y el cartel colgado fuera avisando de que estaban limpiando les aseguraba a ambos que no serían interrumpidos. Por eso estaba Chan allí, en vez de en el patio como de costumbre, y por eso estaban tan juntos y hablando como si nada. Por lo general, Chan lo evitaba tanto como Jeongin lo evitaba a él. Un acuerdo silencioso al que habían llegado hacía ya un tiempo. Pero esa tarde Chan no solo había ido a la biblioteca a sabiendas de que no se podía, sino que se había ofrecido a ayudarlo al ver lo que hacía. Aquello solo podía significar una cosa.

—Solo di de una vez lo que sea que quieres decirme.

Chan le sonrió con disculpa, sin molestarse en fingir un poco que no sabía a qué se refería.

—Tu compañero de celda me evita como si tuviera la peste.

—Desde luego hueles no solo como si la tuvieras, sino como si te hubiera matado hace días. ¿Cuánto hace que no te duchas? —Chan frunció el ceño y Jeongin lo cortó antes incluso de que pudiera protestar—. ¿Te extraña? Le diste una paliza.

—Así que te lo contó —Chan lo miró sin sorpresa, aunque su voz sonó mosqueada. De pronto, sus ojos brillaron con preocupación—. ¿Te dijo por qué?

—¿Importa? —preguntó, bajando de nuevo los ojos hacia el libro en su mano. Comenzó a limpiar el polvo acumulado en sus cantos con el trapo seco que llevaba utilizando ya media hora—. ¿Hwang y esa chica tienen algo que ver o solo estabas dando un rodeo? —Frunció el ceño, sin mirarlo—. ¿Dónde has conocido tú aquí a una chica?

—Bueno, no fue aquí exactamente —confesó Chan—. Lo llamó ayer por teléfono. Hwang la dejó colgada para irse con Kang.

Jeongin volvió a mirarlo, al mismo tiempo en que el corazón le daba un vuelco.

—¿Qué?

—¿Qué? —repitió Chan.

Jeongin lo observó con atención. Chan estaba demasiado tranquilo. No lo sabe. Era una suposición, una certeza.

Celda 208 | hyuninDonde viven las historias. Descúbrelo ahora