9. Mierda

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Las luces del pasillo se apagaron, anunciando que había llegado la hora de dormir. Pero aunque tenía sueño y quería hacerlo, Hyunjin no conseguía conciliar el sueño.

Soltó un resoplido frustrado, y Yang, que no estaba en la litera de abajo como de costumbre, sino sentado en el suelo, con la espalda y la cabeza apoyadas contra los barrotes de la celda, abrió los ojos y lo miró.

—¿Qué pasa?

Hyunjin apretó los labios antes de responder, con tono resentido.

—Ah, ¿ya me hablas? —En realidad, ninguno se había dirigido la palabra desde lo ocurrido por la tarde.

Yang rodó los ojos y se quedó de nuevo en silencio. Hyunjin se incorporó, sentándose en el colchón. Lo miró, ofendido porque volviera a ignorarlo.

—Estoy harto —se quejó. Yang fingió no escucharlo—. Cada vez que hago una pregunta, en vez de obtener una respuesta clara, todos hacen que tenga incluso más preguntas.

Yang suspiró, dándose por vencido.

—Pues deja de hacer preguntas.

—No es tan fácil.

—Está claro que no para ti —siseó Yang—. A ver. ¿Sobre qué has ido preguntando por ahí?

—Sobre ti —replicó él, antes de poder siquiera darse cuenta de lo que iba a decir.

Sus palabras resonaron en el pequeño espacio de la celda, llenando el aire de tensión. Cada segundo sin respuesta por parte de Yang se le empezó a hacer insoportable. Debería haberse quedado callado, o haber dicho algo que no tuviera nada que ver con él. Pero como casi siempre, desde antes incluso de tener uso de razón, Hyunjin era incapaz de no decir lo que no debía cuando perdía la paciencia.

—Siento que todo el mundo te conoce menos yo —continuó cuando no pudo más con los nervios, molesto consigo mismo al darse cuenta de que aquello había sonado como un reproche dicho por un niño pequeño.

—¿Qué esperabas? Acabas de llegar. —Aunque Hyunjin lo buscó, no encontró ningún rastro de enfado en su voz. Tampoco en sus ojos clavados en él, brillantes aún en la oscuridad.

—No hablo solo de aquí, sino también de fuera de la cárcel.

Yang frunció el ceño, claramente no se esperaba oír aquello.

—¿A qué te refieres?

—Le mencioné tu nombre a mi mejor amigo —contó, sin entrar en detalles—. Fingió que no, pero estoy seguro de que lo reconoció.

—¿Tu mejor amigo?

Hyunjin asintió.

—También es mi abogado.

—A lo mejor me conoce porque también fue el mío —dijo Yang, encogiéndose de hombros. Había vuelto rápidamente a su actitud indiferente—. Con lo bien que nos ha ido a ambos, no me extrañaría.

Hyunjin resopló de nuevo, ofendido en nombre de Seungmin.

—Cierra la boca.

Yang rompió a reír y él lo miró con sorpresa.

Era la primera vez que lo escuchaba hacerlo de aquella manera, como si no pudiera contenerse. Uno de los reclusos de la celda de enfrente que pretendía dormir le chistó, lo más probable era que porque no sabía que quien se reía era él, causando que Yang lo hiciera más fuerte. Pese a la situación, Hyunjin reprimió una sonrisa. La risa de Yang era definitivamente mucho más agradable que el propio Yang.

—¿Cómo se llama? —preguntó Yang casi dos minutos más tarde, cuando consiguió tranquilizarse. Después de que, desde la otra punta del pasillo, un guardia gritara que quien fuera el que se estaba riendo ya podía cerrar la boca, o dormiría en el patio.

—¿Quién?

—Tu mejor amigo.

—Ah —torció la boca, antes de responder—. Kim Seungmin.

Yang lo pensó unos segundos.

—No me suena de nada.

Hyunjin le creyó. Fue por la manera en la que lo dijo, con las palabras cargadas de sinceridad y confusión, como si él tampoco entendiera por qué Seungmin lo conocía. Aquello solo añadió una nueva incógnita al asunto. Si Yang no lo conocía, ¿por qué Seungmin sí que lo conocía a él? ¿Por qué había actuado de aquella manera cuando escuchó su nombre?

Los dos se quedaron mirándose, en silencio. Cada uno enfrascado en sus propios pensamientos. De pronto, Yang frunció el ceño.

—Dijiste que te pidiera lo que fuera —dijo, cuando ya habían pasado unos minutos. Hyunjin tensó los hombros—. ¿Todavía lo mantienes?

Asintió.

—Bien. Pues ya que las amenazas no sirven contigo, entonces te lo pido directamente: deja de hacer preguntas. —Yang se puso en pie y se estiró, mientras iba hacia él—. Si te ayuda a dormir mejor, prometo no asesinarte mientras lo haces por no haberme hecho caso desde el principio.

—Está bien —aceptó aún tenso, manteniéndole la mirada—. Dejaré de hacerlo.

Yang lo observó largo y tendido antes de suspirar.

—Estás mintiendo —adivinó.

—No... Lo haré de verdad —insistió. Pero por mucho que lo hiciera, su voz seguía sin sonar convincente.

—Y mientes otra vez —replicó Yang, sin sonar enfadado.

Hyunjin apretó los labios y giró la cara hacia la pared, avergonzado.

—Es que no puedo. Lo siento.

—Si tú no cumples con tu palabra, supongo que yo tampoco tengo que cumplir con la mía.

—¿Me matarás mientras duermo? —preguntó, atreviéndose a volver a mirarlo. Se congeló al darse cuenta de que Yang estaba sonriendo.

—Tal vez.


Hyunjin todavía no se había recuperado del vuelco en su estómago cuando la litera inferior se movió, avisando de que Yang acababa de tumbarse. Él lo hizo también, pegando la espalda al colchón. Clavó los ojos en el techo de cemento, con el corazón martilleando su pecho y sus oídos. Después de unos segundos masculló, frustrado, un Mierda que resonó por toda la celda, cuando comprendió que, si antes había tenido alguna oportunidad de conciliar el sueño esa noche, esta acababa de desvanecerse por completo.

Celda 208 | hyuninDonde viven las historias. Descúbrelo ahora