34. Como si no existieras

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Lo despertó un dolor punzante en sus costillas.

Hyunjin abrió los ojos. La claridad fría de la bombilla colgando en el techo sobre su cabeza lo golpeó con tanta fuerza que tuvo que volver a cerrarlos.

No volvió a abrirlos. En lugar de eso, intentó recordar qué era lo que había pasado. Apenas había empezado a verse a sí mismo en el reflejo del espejo del cuarto de baño, lavando sus manos, cuando un par de voces lo distrajeron por completo.

—No me pongas de peor humor y sal de aquí de una vez —ordenó el alcaide.

—No me iré hasta que despierte —contestó Yang.

Ambos sonaban enfadados. Hyunjin se tensó, y al hacerlo se le escapó una mueca adolorida. Ninguno pareció darse cuenta, aunque se quedaron callados. Pasados unos segundos, Hyunjin se atrevió a abrir de nuevo los ojos.

El alcaide y Yang no se habían enterado de que ya estaba despierto porque había una cortina blanca que los separaba. Pudo ver sus sombras a través, cada una en un extremo. Entonces miró a su alrededor, aturdido. Estoy en la enfermería.

Tenía que ser la enfermería. No había forma de que estuviera en un hospital. Mucho menos que, de estarlo, Yang estuviera también allí.

¿Qué hago en la enfermería? Sintió un nuevo pinchazo bajo su camiseta. Llevó una mano a su cuerpo, a donde le dolía. Hyunjin la metió bajo la camiseta de su uniforme carcelario y palpó sus costillas con cuidado. Tenía la piel húmeda y pegajosa, como si le hubieran echado algo sobre ella. También empezó a percibir un olor como a alcohol bastante molesto que le hacía cosquillas en la nariz. Es pomada, adivinó.

Al otro lado de la cortina, una de las sombras estiró un brazo hacia lo que se veía como una mesilla de noche bastante alta. La toqueteó, y algo cayó al suelo con un fuerte pero corto estruendo metálico. La otra sombra resopló.

—¿Es que quieres que te mande a aislamiento? —preguntó el alcaide, bajando la voz. Si el ruido de eso no lo había despertado, probablemente no quería que lo hicieran ellos hablando.

—Ha sido sin querer —dijo Yang, empezando también a susurrar. Aun así se les seguía escuchando bien. Hizo una breve pausa y añadió—: Hoy estás insoportable. Más que de costumbre.

—Tenía planes, y he tenido que cancelarlos por esto.

—Puedo imaginar perfectamente qué tipo de planes tenías, sí —replicó Yang, con la voz repentinamente cargada de frialdad.

Hyunjin se quedó mirando sus siluetas, en silencio. Aquella era la primera vez que los veía interactuar entre ellos. No se llevan nada bien. Podía entender que a Yang no le cayera bien el alcaide, al fin y al cabo lo estaba espiando. Aun así... ¿Cómo se atreve a hablarle así?

El alcaide resopló de nuevo.

—Me has dicho la verdad, ¿cierto? —preguntó, sonando preocupado. Hyunjin no se dio cuenta de que ya habían cambiado de tema hasta que Yang respondió:

—Que sí —dijo, harto, como si hubiera respondido a esa misma pregunta antes—. Deja ya de preguntarlo. Por mucho que lo hagas, la historia no va a cambiar.

—Bien. Porque si has mentido... —el alcaide dejó la frase en el aire.

Cuando más consciente era Hyunjin de la pomada en su cuerpo, más sentía su olor. El picor en su nariz se intensificó, así que levantó la mano aun en sus costillas y se apretó con ella el tabique durante un momento antes de soltarlo. Aquello, más que deshacerlo de la molestia, solo la incrementó al dejar los restos de la pomada sobre su nariz.

Celda 208 | hyuninDonde viven las historias. Descúbrelo ahora