11. Paranoia

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Cuando salió del despacho del alcaide minutos más tarde, lo hizo aún con la sensación de que lo que acababa de ocurrir no había sido real. Echó un vistazo a su alrededor, adivinando al no encontrar a Seo por ningún lado que le tocaba hacer el camino de vuelta solo. Ya sabía por dónde tenía que ir, así que no le dio importancia. Además, lo prefería de esa manera, tenía mucho en lo que pensar.

Así que así eran las cosas. O espiaba a Yang, o debería quedarse allí toda su condena. Quizá hasta más, sin importar lo mucho que se esforzaran Seungmin y él por conseguir lo contrario. Hyunjin no tenía ni idea de si un alcaide tendría realmente ese poder, pero tampoco quería averiguarlo.

Se detuvo nada más llegar, antes incluso de cruzar el umbral de la celda. Yang estaba allí, sentado al borde de su cama, con la mirada fija en un punto indeterminado en el suelo. Hyunjin pensó que no se había dado cuenta de que no estaba solo cuando, de pronto, casi un minuto más tarde y sin que él hubiera hecho nada por llamar su atención, levantó la barbilla y clavó los ojos en los suyos.

Sus piernas amenazaron con fallarle, y su estómago sufrió una sacudida tan fuerte que hasta sintió como se quedaba sin aire. Hyunjin desvió la mirada, huyendo de la suya. Por supuesto, tenía que ser justo esa mañana en la que decidía que quería pasar el tiempo en su celda, y tenía que ser justo ese momento en el que lo atravesaba con sus ojos de aquella forma, como si, con solo verlo, pudiera saber todo lo que le estaba pasando por la cabeza.

—Hwang —escuchó. Sonaba de mal humor; la cosa iba mejorando por momentos.

Hyunjin fingió confundir que lo llamaba con que lo saludaba, y cabeceó como un cobarde antes de subirse a la cama, sin volver a mirarlo.

—¿A dónde ibas antes con Seo? —preguntó Yang, cuando ya estaba sentado. Hyunjin había pegado la espalda a la pared, y desde su posición solo podía ver la parte alta de su cabeza junto a sus piernas colgando.

Miró hacia afuera antes de responder, al otro lado del pasillo. Los presos de la celda de enfrente no estaban allí. Inconscientemente pegó la espalda un poco más a la pared.

—Pues... —vaciló.

Se frenó ahí. La pregunta le sonó extraña, pero no sabía si lo era porque realmente lo era, o porque estaba siendo un poco paranóico. No había forma de que supiera, o al menos de que sospechara, qué era lo que había ocurrido. Yang se levantó de la cama y se giró para verlo, y cuando sus ojos se conectaron con los suyos Hyunjin pensó en Felix. Él se lo hubiera preguntado también, solo por curiosidad. Se aferró a eso cuando Yang alzó ambas cejas y se dio cuenta de que ya no podía alargar más el momento de responder.

—Me llevaba a hablar con el alcaide —confesó. Solo había una manera de salir ileso de aquella conversación y era no mintiendo, pero sí omitiendo información—. Quería hablar conmigo sobre mi condicional —añadió, con un encogimiento de hombros.

—¿Tan pronto?

—Supongo que es porque sabe que ha venido a verme mi abogado. ¿Y tú? —preguntó, queriendo cambiar de tema—. ¿Qué planes tienes para hoy? ¿Cómo es que estás aquí?

La cara de Yang, hasta ese momento contenida, cambió a una visiblemente fastidiada.

—¿Por qué quieres saberlo? —preguntó, a la defensiva.

—Solo... Solo era para hablar de algo. —Hyunjin parpadeó, mirándolo con confusión.

La respuesta lo irritó incluso más de lo que ya lo estaba, algo que Hyunjin creyó imposible hasta que lo vio. Yang bufó y miró hacia la salida, y antes de poder preguntar qué era lo que le pasaba, abandonó la celda sin decir nada más.

—Pero qué rarito es —se quejó en un susurro, cuando dejó de oír sus pasos por el pasillo.

Aunque por una vez, el que Yang estuviera de mal humor le vino bien. Hyunjin cogió aire y lo soltó, agradecido de estar por fin a solas. Todavía no sabía qué hacer. Por lo poco que lo conocía, que en realidad era nada, no creía que Yang estuviera haciendo algo peligroso, o como mínimo preocupante cuando no estaba allí con él. Lo cierto era que estaba convencido de lo mismo que pensó en el despacho del alcaide, que simplemente estaba alejándose de él. No pensaba que fuera un pesado, porque se esforzaba todo lo que podía en no molestar, pero para alguien que llevaba mucho tiempo solo, tener que compartir celda debía ser difícil. Pero aunque lo que tuviera para contar fuera inofensivo... ¿Traicionarlo de aquella forma? Se dejó caer de lado sobre el colchón, agobiado, y cerró los ojos. Entonces, de la nada, cuando el sueño le estaba empezando a adormecer el cuerpo, volvió a atacarle la paranoia. Los abrió de nuevo, con el estómago otra vez revuelto. Lo sabe. Tenía que saberlo. No sabía cómo, pero, ¿por qué si no había actuado de esa manera?

Celda 208 | hyuninDonde viven las historias. Descúbrelo ahora