15.

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Media hora más tarde, cuando Hyunjin dejó de torturarse y se prometió arreglar las cosas con Felix en cuanto pudiera, partió hacia el despacho del alcaide.

Para cuando llegó a su puerta, ya estaba convencido de que todos los demás presos le estaban haciendo el vacío. No era que de normal hablara con muchos de ellos, pero al menos no fingían que no existía. Hyunjin no pudo recordar a ni uno solo que hubiera cruzado la mirada con él en todo el camino hasta allí, y todavía le dolía el hombro del golpe que le había dado uno de ellos al pasar por su lado, para acto seguido seguir con su camino como si no hubiera ocurrido nada.

No se lo tomó como algo bueno, a pesar de que cuando llegó allí hubiera querido ser todo lo invisible posible, sino como una mala señal. No sabía a qué se debía, pero ya lo descubriría más tarde, después de ver al alcaide.

Sus ojos se anclaron a la puerta, mientras poco a poco su cara iba perdiendo el color. Llamó, sintiendo el retortijón de anticipación en el estómago.

—Pasa —dijo el alcaide desde el otro lado, con la voz amortiguada por la madera.

Hyunjin entró y fue directo al escritorio. El alcaide estaba en el mismo sitio que el día anterior, y ni siquiera levantó la mirada del teléfono cuando se detuvo frente a él. Tenía el ceño fruncido, y parecía molesto por algo. Pero no le dijo que esperara, así que habló.

—Está bien, lo haré —anunció, yendo directo al grano. Cuanto antes acabaran, antes podría marcharse.

El alcaide sonrió, fue una media sonrisa que le marcó ligeramente las mejillas. Una vez más le recordó a alguien, lo que incrementó su incomodidad.

—Estupendo. ¿Por qué no te sientas? —ofreció, bloqueando el teléfono. Lo dejó boca abajo sobre el escritorio y señaló hacia la silla que había junto a Hyunjin.

—Estoy bien así.

—Como quieras —se encogió de hombros y se levantó también.

Caminó hasta la ventana, la cual daba al patio. Afuera se podían ver unos cuantos grupos de presos, y a lo lejos, un grupo mucho más grande jugando al baloncesto en la vieja pista junto a las vallas.

Como le había ofrecido sentarse, pensó que tendrían algo más de lo que hablar. Pero a medida que los segundos iban pasando y el silencio seguía inundando la habitación, Hyunjin empezó a impacientarse. Estaba a punto de preguntarle si eso era todo cuando el teléfono vibró y el alcaide se giró y volvió a mirarlo.

—Si empiezas a frecuentar este sitio sin motivos, podrías levantar sospechas, así que, ¿por qué no empiezas a meterte en líos?

—¿Qué?

—Por lo que he oído, hoy en el comedor casi lo haces —apuntó, avergonzándolo—. Así que no sería tan raro. Avisaré a los guardias para que sepan que si lo haces, ya sabes, meterte en alguna pelea o discusión, en vez de reprenderte ellos mismos deberán enviarte aquí conmigo.

—¿Hacer eso no sería malo para mi expediente? —preguntó, inquieto. Aunque no era eso lo que más le preocupaba. ¿Cómo se suponía que lo haría? No se veía capaz de empezar una discusión, y mucho menos una pelea con nadie. Apenas y podía mantener una conversación si no la empezaba la otra persona.

Al final no le quedó otra que sentarse, al sentir como se mareaba.

—No tienes que preocuparte por eso, no apuntaré nada. Y en caso de que tuviera que hacerlo, más adelante, cuando llegue el momento de tu revisión, dejaré claro que fue... ¿por circunstancias excepcionales, como colaborador con la cárcel? —propuso al aire, antes de encogerse nuevamente de hombros—. Ya se me ocurrirá algo mejor.

Lo dijo como si nada; como si no fuera importante; como si no se estuviera jugando su futuro.

Gilipollas.

—¿Y cada cuánto tendría que meterme en líos? —quiso saber, empezando a clavarse las uñas en las palmas de las manos.

—Cada vez que descubras algo de Yang, por muy pequeño que sea.

Hyunjin salió del despacho cinco minutos más tarde, cuando los mensajes al teléfono del alcaide se convirtieron en una llamada que no llegó a descolgar hasta que ya estuvo fuera. En vez de volver a su celda, al llegar al final del pasillo se dejó caer contra una de las paredes y se quedó con los ojos anclados en la otra, con la mirada perdida. En conclusión, daba igual con quién se metiera en problemas. El caso era hacerlo. Y cuanto más, mejor. Eso siempre y cuando tenga algo que contar. Todavía no había aclarado eso con Yang. ¿Cada cuánto le diría lo que le tendría que contar él al alcaide?

Estaba a punto de reanudar la marcha cuando su corazón dio un vuelco. Hasta ese momento no se dio cuenta. Ya había escuchado eso antes. Un compañero de celda de Yang que se metía en líos cada dos por tres, que no dejaba de ir al despacho del alcaide, y que desapareció misteriosamente antes de que terminara su condena.

Pero Han no fue puesto en libertad, Han murió.

No, a Han lo asesinaron.

Lo que dijo Chan la tarde en la que se conocieron empezó a tener forma en su cabeza. Pero no como se lo había dejado caer; si Han no le había dicho lo que ocurría a Yang tal y como había hecho él, y tenían una relación... ¿Tal vez sí que lo había matado? ¿Había sido precisamente eso, el que se lo hubiera confesado, lo que lo había salvado a él?

Celda 208 | hyuninDonde viven las historias. Descúbrelo ahora