10. Conociendo al alcaide

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La noche transcurrió sin problemas, lo que lo puso de bastante mal humor. No era que quisiera que lo asesinaran, ni nada por el estilo, pero si Yang iba a insinuar que lo mataría, lo mínimo que podía hacer era darle algún susto de madrugada, para que valieran la pena las horas sin dormir.

Ya en el comedor, se repitió la escena de cada día. Las bandejas arrastrando por las mesas, el susurro constante de las conversaciones entre presos; todo ello mezclado en un coro disonante que lo sacó rápidamente de quicio, lo más seguro que por el sueño acumulado. Hyunjin terminó de desayunar con prisa, queriendo volver a su celda cuanto antes, para alejarse de aquel barullo que le entraba por los oídos y se quedaba bajo su piel, incomodándolo de tal forma que no sabía ni cómo comportarse.

Cuando regresó a la celda, Yang no estaba por ningún lado, a pesar de que Hyunjin lo había visto irse del comedor cuando él no iba ni por la mitad de su bandeja. Soltó un suspiro aliviado. Con suerte, estaría fuera toda la mañana y él podría descansar un poco.

Estaba a punto de subirse a la litera para dormir hasta la hora de la comida, cuando alguien se detuvo en el umbral de la entrada de la celda. Hyunjin giró la cabeza y miró a Seo, frunciendo el ceño. Aquella era la primera vez que estaban cara a cara desde lo del pasillo.

—¿Pasa algo? —preguntó, al ver que no decía nada. Lo hizo en un tono un poco más áspero de lo que le habría gustado, pero no podía evitarlo. Tenía la sensación de que, fuera lo que fuera lo que había pasado realmente con Felix, él tenía algo que ver.

—Sígueme —respondió Seo, haciendo un gesto con la cabeza—. El alcaide quiere verte.

La orden le sentó como una patada en el estómago, y por unos segundos hasta dudó que estuviera hablando con él, a pesar de que no solo lo estaba mirando, sino que allí no había nadie más.

—¿Por qué?

Seo le dedicó una mirada de advertencia, logrando que lo siguiera sin que volviera a preguntar nada más. Rumbo a la oficina del alcaide se cruzaron con Yang, quien iba con un nuevo libro bajo el brazo; este los observó a ambos primero con indiferencia, y, justo después, como si hubiera comprendido qué estaba viendo, de una manera que Hyunjin no supo identificar, pero que no era agradable.

Seo soltó un resoplido entre dientes en cuanto lo perdieron de vista, como si también se hubiera dado cuenta.

Para cuando llegaron al despacho del alcaide, a Hyunjin ya no le quedaba ni un resquicio de cansancio en el cuerpo, ni tampoco de mal humor. Solo un montón de incertidumbre que lo inundaba sin piedad, haciendo que sintiera deseos de huir hasta de su propia piel. No entendía qué hacía allí, no había hecho nada malo.

El despacho era pequeño y estaba bastante desordenado, lleno de expedientes por todas partes, y con un ordenador viejo propio de ese tipo de lugares, donde el gobierno prefería no invertir más de lo necesario. Lo único que llamaba la atención allí adentro era, en realidad, el propio alcaide. Hyunjin se había imaginado a un hombre que rondaría los cincuenta años de edad, con un poco de barriga y bigote. Pero este resultó ser un hombre de unos treinta años como mucho, pulcramente vestido con un pantalón de traje y una camisa blanca, cuyas mangas estaban arremangadas hasta la mitad de sus antebrazos, revelando sus venas marcadas. Con una sonrisa amable que contrastaba con sus ojos felinos, los cuales lo escudriñaban con intensidad desde el otro lado del escritorio, como si pudiera ver a través de su cabeza lo que escondían sus pensamientos.

A Hyunjin no le gustó, a pesar de parecerle bastante guapo. Había algo en él que le ponía extremadamente incómodo. También algo que le recordaba a alguien más, pero estaba tan nervioso que no se veía capaz de ponerse a intentar averiguar a quién. Además, de todas formas, dudó que fuera importante.

Seo lo dejó ahí a su suerte y se retiró. Una vez a solas, el ambiente se cargó de tanta tensión que Hyunjin sintió la necesidad casi asfixiante de salir de allí cuanto antes.

El alcaide no dijo nada hasta un minuto más tarde. Cuando habló, lo hizo con un tono amistoso que le tensó todo el cuerpo.

—¿Qué tal te estás adaptando a la vida aquí?

—¿Qué? —preguntó, confundido. ¿Para eso lo había llamado?

La sonrisa del alcaide se amplió.

—Dime una cosa, Hyunjin —dijo, con la voz un poco más afilada—. ¿Quieres que seamos amigos?

No se había esperado que lo tuteara. Tardó unos segundos, pero consiguió asentir con algo de reticencia. No era como si tuviera otra opción, no podía decirle que no.

—He oído que, últimamente, Yang apenas está en su celda. ¿Sabes algo sobre eso? —preguntó, mientras lo miraba con atención. Había entrelazado los dedos de ambas manos y apoyado la barbilla sobre ellos.

—No —medio mintió en cuanto recuperó el habla. Si le estaba preguntando si sabía a dónde iba, la respuesta era no. Pero por la cantidad de libros nuevos con los que lo veía, podía hacerse una idea. Y si le preguntaba si sabía por qué casi nunca estaba en la celda, tampoco lo sabía. Aunque seguía pensando que era justo por él.

El alcaide no pareció sorprendido, pero sí decepcionado.

—He estado pensando que, ya que compartís celda, podrías ayudarme a tenerlo vigilado. Y yo en agradecimiento podría hacer algo por ti.

—¿Algo por mí?

—Tu abogado planea pedir la condicional, ¿no? —Hyunjin lo miró con sorpresa.

—¿Cómo sabe eso?

El alcaide sonrió, con los labios apretados.

—Todos lo hacen —explicó—. La condicional te la dan cuando cumples la mitad de la condena; si me ayudas a saber en qué anda metido, yo podría hacer que estés fuera en solo tres meses. Si no... —El alcaide descruzó las manos y se dejó caer hacia atrás sobre su silla, suspirando—. Bueno, ¿quién sabe? Bastarían un par de altercados reflejados en tu expediente para que, en vez de dejarte marchar, te ampliaran la condena.

Hyunjin parpadeó, confundido. Tan pronto como entendió el significado de lo que acababa de oír, sus ojos se abrieron de par en par y retrocedió un paso. Al ver su reacción, el alcaide esbozó una nueva sonrisa. Más pícara, más divertida, y por encima de todo, más cruel. 

Celda 208 | hyuninDonde viven las historias. Descúbrelo ahora