28. Ecos del pasado (2)

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Aquella no era la primera vez que Jeongin corría así: lleno de sangre, con un arma en la mano y con el corazón latiendo tan rápido en su pecho que sentía como si en cualquier momento se le fuera a salir del sitio. Pero sí que era la primera vez que lo hacía con la esperanza de que todo saldría bien. El día ya había sido demasiado duro, y no eran ni las nueve. Solo debía darse prisa, antes de que lo viera alguien más que no debía.

Sin embargo, para no variar, la esperanza no estaba disponible para él. Aunque a ella le gustaba fingir que sí, como quedó en claro cuando el primer guardia al que se encontró tras varios minutos corriendo fue Changbin. De todos con los que podría haberse cruzado, Changbin era la única buena opción. Changbin entendería la situación en segundos y lo acompañaría a donde se dirigía: al despacho de Minho. Jeongin se detuvo al mismo tiempo que Changbin y sonrió aliviado, mientras que Changbin se iba viendo cada vez más y más confuso y alarmado.

La sangre, el pincho en su mano... Su cara también debía ser un poema. Qué clase de persona sonreía mientras estaba lleno de sangre que aun por encima no era suya, y que parecía de todo menos inocente. Además, sus ojos debían estar hinchadisimos. Se había pasado la última hora y media llorando.

Changbin hizo el intento de acercarse, pero entonces todo se fue al traste. Las voces de dos presos charlando mientras salían del comedor, y que estaban a punto de encontrarlos, los devolvió a ambos a la realidad, donde Changbin era un guardia y él un preso que saltaba a la vista que había hecho algo que no debía. Intercambiaron una mirada que lo dijo todo. Changbin no podía permitirse tratarlo de manera diferente frente a los demás sin terminar perdiendo el respeto de los otros reclusos.

—Yang —lo llamó, con la voz mortalmente seria—. Quiero que sueltes eso, despacio, y que lo empujes con un pie hacia mí. Con las manos en la cabeza.

Jeongin tardó unos segundos en reaccionar. En saber que ahí se acababa todo. Lo iban a ver, en cuestión de una hora todos sabrían lo que había pasado. No, peor: no lo sabrían y se lo inventarían. Dejó caer el pincho ensangrentado al suelo y se llevó las manos a la cabeza, empezando a temblar. Si tan solo hubiera corrido un poco más rápido... Empujó el arma con la punta del pie hacia él. Changbin se agachó y recogió el pincho con una mano, mientras con la otra todavía lo apuntaba con la pistola.

Aquello no estaba bien. No estaba nada bien. Su vida estaba a punto de irse al garete por completo. Changbin y él lo sabían, y ninguno podía hacer nada por evitarlo.

Los dos reclusos se detuvieron en seco al ver la escena. Dentro del miedo, Jeongin los miró con odio, aunque la visión se le nubló tan rápido que no fue capaz de reconocerlos. ¿Por qué no se habían quedado en el comedor un par de minutos más? Changbin fue entonces hacia él y Jeongin lo miró como pudo, sin dejar de temblar en ningún momento. No podría huir de ello. El resto de presos no le dejarían olvidarlo. Los dientes le empezaron a castañear como si estuviera muerto de frío. Pero en ese momento, en la prisión solo había una persona muerta, y no era de frío. Y desde luego no era él.

Cerró los ojos al sentir cómo Changbin lo empujaba contra una de las paredes del pasillo, y casi rompió a llorar como un niño cuando lo esposó. Después se dejó arrastrar, tan asustado y tenso como hacía años que no lo estaba.

—¿Qué mierda ha pasado? —preguntó Changbin en un susurro, para que los otros dos no lo escucharan.

Jeongin apretó los labios, incapaz de contestar.

La gente empezó a salir del comedor. Jeongin no podía verlos con los ojos cerrados, pero podía sentir sus miradas puestas en él, así como escuchar sus cuchicheos.

Le revolvían el estómago, al igual que lo hacía el olor a sangre en su ropa y en su piel. 

Celda 208 | hyuninDonde viven las historias. Descúbrelo ahora