PARTE 1O: HELEN LADO A

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No estaba segura del tiempo, pero sabía que le había tomado mucho encontrar una

escotilla que estuviera abierta, una que al final encontró y que al hacerlo sonrió de

oreja a oreja. Cuando halló la escotilla salió con la esperanza de encontrar un grupo

de sobrevivientes en el que pudieran estar su padre y a Adam, sin embargo, no

había nadie alrededor, las luces de las casas estaban apagadas pero las luces de

los faroles de las calles eran muy tenues y parpadeantes. Caminó hacia la esquina

para mirar el letrero que anunciaba la calle en la que estaba.

— Avenida Central— leyó y de inmediato miró a su alrededor y pudo reconocer el

lugar como si el hecho de leer el letrero le permitiera recordar esa callede su pueblo

natal—. Creí haber caminado más. El pueblo se ve muy diferente a oscuras.

La Avenida Central estaba a solo seis calles del museo, a diez minutos caminando

con calma. Continuó mirando todo lo que había alrededor de ella y decidió ir a la

comisaría a pedir ayuda, lo cual resultaba una buena opción en un día rutinario,

pero en esas circunstancias imaginó que sería más complicado. Aun así, decidió ir

sin saber exactamente qué haría o que se encontraría.

Conforme avanzó, encontró personas que lloraban en las calles, otros discutían

entre ellos, había heridos y otros tantos estaban tendidos en el suelo, cubiertos por

sábanas.

— Dios bendito— susurró al ver los cadáveres.

— Dios no hizo esto niña— dijo un hombre a su lado y ella sintió que se le helaba

la sangre por la impresión de haber escuchado esa voz tan cerca de su oído.

Miró a la izquierda para observar mejor a la persona que le había hablado. El simple

hedor delataba que era un indigente y al ver su vestimenta lo confirmó. Llevaba

puesto un enorme abrigo y un gorro que cubría su canosa cabeza y su barba estaba

enmarañada.

— Dios no hizo esto, no pudo haberlo hecho— continuó hablando y Helen pudo

percibir el aliento a alcohol que provenía de la boca de ese hombre—. Pero el

otro...el otro sí.

Ya no quiso seguir escuchándolo por lo que se alejó de él y a pesar de la distancia

todavía pudo escuchar su carrasposa voz.

— ¡No pueden escapar de esto! ¡No pueden! — dijo entre risas.

Helen corrió hacia la comisaría y mientras lo hacía miraba alrededor esperando ver

una cara conocida entre el tumulto. Y aunque vio a muchas personas que en algún

momento de su vida ya había visto, no reconoció a nadie a quien quisiera abrazar

con júbilo. Al ingresar al edificio, se encontró con una gran cantidad de gente que

había solicitado ayuda, los oficiales iban desesperados de un lado para otro,

Caminos de medianocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora