PARTE 36: HELEN LADO B1

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Sabía que la perseguían. Detrás de ella escuchó los pasos de varios hombres que

no habían dejado de seguirla desde que salió de la catedral, pero cada vez que

miraba hacia atrás, descubría que no había nadie ahí siguiéndole el paso.

Tal vez estoy paranoica pensó.

Buscó un lugar en el cual esconderse, donde no hubiese sacerdotes queriendo

interrogarla ni asaltantes y saqueadores dispuestos a lastimar al prójimo. Se enfocó

en un restaurante, donde había pocas probabilidades de encontrarse con algún

peligro. Rompió una de las ventanas y entró.

Se dirigió a la cocina, en específico a la enorme alacena y ahí se ocultó. Se acostó

en el piso y se llevó las manos al pecho para sentir como su corazón palpitaba con

tanta fuerza, reguló su respiración y cuando por fin consiguió relajarse, se sentó,

recargó la espalda en la pared y abrió el libro.

—¿Por qué es tan importante? — se preguntó a sí misma mientras veía cada una

de las imágenes y trataba de recordar lo que Adam le había contado sobre su niñez

e intentó relacionarlo.

¿Era posible que lo que estaba pasando se debiera a una causa más que

sobrenatural? ¿Algo demoniaco estaba sucediendo en Kennys Lake? Encontró el

texto que el padre Jack había leído en la biblioteca y lo volvió a leer.

Estudió en la escuela sobre los juicios de Salem, era algo que todos conocían

incluso si vivían en otro país o continente, pero para ella todo se resumía a Salem.

Kennys Lake y Candys Dock eran pueblos pequeños, pero la información en el

libro aseguraba que fueron tierras tomadas por cristianos para hacer un hogar siglos

atrás, sin embargo, ella jamás había escuchado hablar de El culto eterno, de las dos

brujas que escaparon de sus condenas y del hombre que se hacía llamar a si mismo

demonio. Ese viejo libro era la única evidencia de que esos personajes existieron y

entendía porque el padre Jack deseaba tanto encontrarlo.

Helen no podía creerlo tan fácilmente, pero todo apuntaba a que ese era el motivo.

Cerró el libro al sentirse asqueada por las imágenes. Pensó en lo que había matado

a tanta gente, recordó las palabras de la anciana en la iglesia, lo que el padre Jack

le había dicho y finalmente recordó a la joven mujer en el museo, la que había

danzado, que rompió sus huesos y aun así siguió bailando, parecía no sentir dolor

y además guardaba un gran parecido con la mujer de las ilustraciones a excepción

de la indumentaria.

—Debe ser cierto—susurró, tratando de convencerse de que esa era la única

explicación a lo que había sucedido una vez pasada la medianoche—. Tiene que

ser verdad.

Su lectura se vio interrumpida por el ruido en el exterior. Escuchó que los cristales

del restaurante se rompían y ella entró en estado de alerta, gateó hasta la puerta de

la alacena y vio a una persona en el interior, una voz femenina tarareaba mientras

pasaba sus manos por las mesas.

—¿Dónde estás, pajarito? — preguntó la persona.

Aterrada, Helen cerró la puerta de la alacena intentando no hacer ningún ruido.

Tomó un cuchillo y se cubrió la boca con las manos, obligándose a sí misma a no

emitir un grito.

Helen escuchó que quien fuera que estuviera en el restaurante, tiraba todo a su

alrededor, las mesas y las sillas las lanzaba por los aires.

—No te asustes— dijo—, solo quiero jugar contigo.

Los pasos se aproximaron más a donde Helen estaba. Los escuchó en la cocina y

luego se dio cuenta de que la perilla de la puerta se movía.

—¿Aquí estás? ¿Por qué no abres la puerta?

La perilla continuó sacudiéndose, Helen estaba atrapada ahí. No había ni una

ventana por la que pudiera salir. Después de unos segundos, la puerta se abrió y

frente a ella estaba una mujer de largos cabellos oscuros y con los ojos azules que

brillaban tétricamente en la oscuridad. Sonrió al ver a Helen, se acercó para

arrodillarse a su lado.

—No tengas miedo—dijo con una dulce voz—, no te voy a lastimar.

Colocó sus manos en las mejillas de Helen para obligarla a mirarla.

—¿Qué...que quieres? — preguntó Helen con temblores en cada silaba que

pronunciaba.

—Muchas cosas—respondió pasando su mano por el cabello de Helen y

acomodando los mechones detrás de las orejas—. A Adam, por ejemplo, estarás

de acuerdo conmigo en que es muy guapo y es un caballero, pero él es mío, querida.

Así que, si eres inteligente, te irás de este pueblo ahora y te olvidarás de él y de

todo. No hay forma de que puedas ayudarlo, mantente alejada de él.

Helen apartó de nuevo la mirada, pero la jaló con brusquedad para que continuara

mirándola.

—Te mataré si...

En un rápido movimiento, Helen le clavó el cuchillo en el estómago, provocando que

la mujer gritara y aprovechó la distracción para ponerse de pie y huir de ahí.

—¡Maldita zorra! — la escuchó exclamar—. Te voy a matar, perra desgraciada.

Pero Helen siguió corriendo, esperando que esa misteriosa mujer no la alcanzara y

buscó refugio en algún lugar, en el que creía que nadie la seguiría, por lo menos

donde ellos no se atreverían a entrar.

Buscó refugio en la primera iglesia de Kennys Lake, en donde estaba el cementerio

abandonado.

No dejó de correr hasta que estuvo frente a la vieja iglesia. El primer edificio que

había sido construido siglos atrás según la historia del pueblo.

Y confió en que allí estaría segura.

Continuar leyendo en la parte 38

Caminos de medianocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora