Sabía que la perseguían. Detrás de ella escuchó los pasos de varios hombres que
no habían dejado de seguirla desde que salió de la catedral, pero cada vez que
miraba hacia atrás, descubría que no había nadie ahí siguiéndole el paso.
Tal vez estoy paranoica pensó.
Buscó un lugar en el cual esconderse, donde no hubiese sacerdotes queriendo
interrogarla ni asaltantes y saqueadores dispuestos a lastimar al prójimo. Se enfocó
en un restaurante, donde había pocas probabilidades de encontrarse con algún
peligro. Rompió una de las ventanas y entró.
Se dirigió a la cocina, en específico a la enorme alacena y ahí se ocultó. Se acostó
en el piso y se llevó las manos al pecho para sentir como su corazón palpitaba con
tanta fuerza, reguló su respiración y cuando por fin consiguió relajarse, se sentó,
recargó la espalda en la pared y abrió el libro.
—¿Por qué es tan importante? — se preguntó a sí misma mientras veía cada una
de las imágenes y trataba de recordar lo que Adam le había contado sobre su niñez
e intentó relacionarlo.
¿Era posible que lo que estaba pasando se debiera a una causa más que
sobrenatural? ¿Algo demoniaco estaba sucediendo en Kennys Lake? Encontró el
texto que el padre Jack había leído en la biblioteca y lo volvió a leer.
Estudió en la escuela sobre los juicios de Salem, era algo que todos conocían
incluso si vivían en otro país o continente, pero para ella todo se resumía a Salem.
Kennys Lake y Candys Dock eran pueblos pequeños, pero la información en el
libro aseguraba que fueron tierras tomadas por cristianos para hacer un hogar siglos
atrás, sin embargo, ella jamás había escuchado hablar de El culto eterno, de las dos
brujas que escaparon de sus condenas y del hombre que se hacía llamar a si mismo
demonio. Ese viejo libro era la única evidencia de que esos personajes existieron y
entendía porque el padre Jack deseaba tanto encontrarlo.
Helen no podía creerlo tan fácilmente, pero todo apuntaba a que ese era el motivo.
Cerró el libro al sentirse asqueada por las imágenes. Pensó en lo que había matado
a tanta gente, recordó las palabras de la anciana en la iglesia, lo que el padre Jack
le había dicho y finalmente recordó a la joven mujer en el museo, la que había
danzado, que rompió sus huesos y aun así siguió bailando, parecía no sentir dolor
y además guardaba un gran parecido con la mujer de las ilustraciones a excepción
de la indumentaria.
—Debe ser cierto—susurró, tratando de convencerse de que esa era la única
explicación a lo que había sucedido una vez pasada la medianoche—. Tiene que
ser verdad.
Su lectura se vio interrumpida por el ruido en el exterior. Escuchó que los cristales
del restaurante se rompían y ella entró en estado de alerta, gateó hasta la puerta de
la alacena y vio a una persona en el interior, una voz femenina tarareaba mientras
pasaba sus manos por las mesas.
—¿Dónde estás, pajarito? — preguntó la persona.
Aterrada, Helen cerró la puerta de la alacena intentando no hacer ningún ruido.
Tomó un cuchillo y se cubrió la boca con las manos, obligándose a sí misma a no
emitir un grito.
Helen escuchó que quien fuera que estuviera en el restaurante, tiraba todo a su
alrededor, las mesas y las sillas las lanzaba por los aires.
—No te asustes— dijo—, solo quiero jugar contigo.
Los pasos se aproximaron más a donde Helen estaba. Los escuchó en la cocina y
luego se dio cuenta de que la perilla de la puerta se movía.
—¿Aquí estás? ¿Por qué no abres la puerta?
La perilla continuó sacudiéndose, Helen estaba atrapada ahí. No había ni una
ventana por la que pudiera salir. Después de unos segundos, la puerta se abrió y
frente a ella estaba una mujer de largos cabellos oscuros y con los ojos azules que
brillaban tétricamente en la oscuridad. Sonrió al ver a Helen, se acercó para
arrodillarse a su lado.
—No tengas miedo—dijo con una dulce voz—, no te voy a lastimar.
Colocó sus manos en las mejillas de Helen para obligarla a mirarla.
—¿Qué...que quieres? — preguntó Helen con temblores en cada silaba que
pronunciaba.
—Muchas cosas—respondió pasando su mano por el cabello de Helen y
acomodando los mechones detrás de las orejas—. A Adam, por ejemplo, estarás
de acuerdo conmigo en que es muy guapo y es un caballero, pero él es mío, querida.
Así que, si eres inteligente, te irás de este pueblo ahora y te olvidarás de él y de
todo. No hay forma de que puedas ayudarlo, mantente alejada de él.
Helen apartó de nuevo la mirada, pero la jaló con brusquedad para que continuara
mirándola.
—Te mataré si...
En un rápido movimiento, Helen le clavó el cuchillo en el estómago, provocando que
la mujer gritara y aprovechó la distracción para ponerse de pie y huir de ahí.
—¡Maldita zorra! — la escuchó exclamar—. Te voy a matar, perra desgraciada.
Pero Helen siguió corriendo, esperando que esa misteriosa mujer no la alcanzara y
buscó refugio en algún lugar, en el que creía que nadie la seguiría, por lo menos
donde ellos no se atreverían a entrar.
Buscó refugio en la primera iglesia de Kennys Lake, en donde estaba el cementerio
abandonado.
No dejó de correr hasta que estuvo frente a la vieja iglesia. El primer edificio que
había sido construido siglos atrás según la historia del pueblo.
Y confió en que allí estaría segura.
Continuar leyendo en la parte 38
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Caminos de medianoche
رعبUn culto siniestro se estableció en las tierras de Kenny's Lake y Candy's Dock. Trescientos años después volvieron para recuperarlas. Durante un evento histórico, comenzó la peor noche de todos los habitantes de estos pueblos, desatando el mal del...