PARTE 34: HELEN LADO A1

1 0 0
                                    

Buscó su cartera en los bolsillos de la chaqueta, donde tenía la fotografía que

llevaba consigo en todo momento, en la que estaban Adam y ella en su casa

celebrando su cumpleaños y esa foto había sido tomada por su papá con la cámara

instantánea que Adam le había obsequiado. Los padres de Adam, Laura y James

habían estado ese día celebrando con ella, al igual que Steve, su esposa Valery y

sus dos hijos. Y al ver la foto, sintió tanta tristeza y desesperanza. Y la idea de que

estuvieran vivos se desvanecía cada vez más.

Y aun así no quería rendirse.

No iba a dejar el pueblo, haría todo lo posible por encontrarlos, encontrar por lo

menos una sola pista. Se levantó, apoyando primero sus manos sobre las rodillas y

con mucha dificultad tomó aire, llenando sus pulmones, se enderezó y salió de

Waccos.

Observó el pueblo que amaba, que llamaba hogar y en el cual había pasado sus

mejores momentos con las personas que más quería. Y trató de imaginarlo como

era antes, las luces alumbrando cada calle, los negocios abiertos ofreciendo los

mejores productos, recordó como caminaba por varios lugares acompañada de

Adam, tomados de la mano y conversando sobre todo de lo que ellos desearan

hablar en ese momento y mientras caminaba y recordaba, podía ver a las personas

paseando por ahí, como lo harían en cualquier día normal.

¿Me estoy volviendo loca? pensó viendo a las personas que reían, conversaban y

disfrutaban de ese momento.

Se detuvo para aclarar sus ideas y pensar en que era lo que tenía que hacer y

reflexionó que iba a volver al lugar en el que todo había comenzado. No esperaba

encontrar respuestas, sabía que no entendería lo que estaba pasando porque no

podía explicarse con lógica, pero aun así decidió que volvería al museo.

Entrelazó los dedos de sus manos y caminó. Y aunque no era una ferviente de su

religión, comenzó a recitar algo que recordaba a la perfección. Algo que había

escuchado en más de una ocasión en películas, pero también lo había leído. Jamás

creyó que llegaría el día en el que ella deseara rezarlo.

—Aunque caminé por el valle de la muerte, ningún mal he de temer, porque Tú estás

conmigo, tu vara y tu cayado...

Se vio interrumpida al escuchar gritos de personas, gritos de angustia y dolor, pero

Helen no sabía si eran reales o eran ilusiones como algunas de las cosas que ya

había visto ahí.

—Tu vara...

138

Apretó los dientes, se tapó los oídos y cerró los ojos. Y se esforzó por ignorar todos

los ruidos.

—Tu vara y tu cayado me dan aliento—dijo casi gritando—. ¡Aunque camine por el

valle de la muerte, ningún mal he de temer, porque Tú estás conmigo, tu vara y tu

cayado me dan aliento!

Abrió los ojos, apartó las manos de las orejas. Los ruidos habían cesado.

Y siguió recitando mentalmente, mientras corría. Recorrió Kennys Lake y aunque

se sentía cansada y sus piernas empezaban a dejar de responderle, no se detuvo.

Percibió humo, un olor desagradable se colaba por sus fosas nasales abriéndose

camino hasta sus pulmones.

Y se quedó boquiabierta al ver lo que había ocurrido. El museo no estaba, por lo

menos no como lo recordaba. Se había quemado, todos los edificios a su alrededor,

pero no había rastro del fuego que lo había consumido todo.

Subió las escaleras de la entrada principal y observó que había cuerpos

carbonizados, tal vez de los primeros en morir durante el ataque. Caminó entre los

escombros, cuidando cada uno de sus pasos, hasta que llegó a donde ella sabía

que alguna vez estuvo la sala de exhibiciones principales. Donde había estado la

momia.

Algo brillaba en la oscuridad, algo que no había sido consumido por las llamas. Un

sarcófago. El sarcófago en el que estuvo la momia. Colocó su mano sobre el objeto,

sus manos acariciaron los finos acabados. Lo examinó por minutos, era hermoso,

de eso no había duda, pero dentro de esa belleza estuvo lo que había

desencadenado el terror, la maldad y la destrucción de un lugar inocente. Miró a su

alrededor, recordó los buenos momentos que alguna vez vivió ahí, algo que jamás

volvería. Pensó en su padre, en que tal vez había salido de ahí, o había

permanecido en el interior para sufrir un destino peor.

Una tenue lagrima recorrió su mejilla con imaginarlo. Pero era solo eso: su

imaginación. Ellos podían seguir con vida y lo iba a averiguar.

Continuar leyendo en la parte 37

Caminos de medianocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora