PARTE 33: HELEN LADO A

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El niño se había quedado dormido en sus brazos y al cabo de unos minutos se hizo

pesado. Cuando llegó a Waccos lo primero que hizo fue recostar al bebé sobre el

mostrador mientras dejaba que las luces parpadeantes la asustaran más de lo que

ya estaba. Tomó una bolsa de frituras que no le interesó pagar y se sentó en una

de las sillas y empezó a comer y mientras masticaba pensó que no había

probabilidades de que los padres del niño llegaran. Con tristeza, reconoció que la

posibilidad de que estuvieran muertos era alta. Cuando terminó de comer, cerró los

ojos por un instante ya que no se había hecho consciente de lo exhausta que estaba.

Sus ojos se cerraban y sus extremidades comenzaban a pesarle. Y no pensó en

nada más que en su agotamiento y poco a poco se quedó dormida a pesar de que

ella no quería hacerlo porque temía a lo que había ahí, sin embargo, su agotamiento

no le permitió mantenerse alerta ni un segundo más.

Y en su cansancio, se sumergió en un sueño que fue tan real, en el que pudo sentir

las caricias en su cuerpo, el frio del clima y las emociones que se hicieron presentes.

Helen estaba acostada en una cama y a su lado se hallaba Adam. Se levantó

abruptamente llamando la atención de él que de inmediato le preguntó lo que

ocurría. Ella le contó todo, comenzó por decirle que tuvo un sueño en el que ambos

estaban trabajando en un museo y que poco después aparecían criaturas que

mataban a todos los visitantes.

—¿Tan malo soy que te provoqué pesadillas? — bromeó una vez que ella

concluyó—. Tal vez pueda hacerte sentir mejor.

Helen rio, se enderezó y lo besó en los labios. En un movimiento rápido, él retiró la

cobija que los cubría, La besó en los labios y seguido recorrió su cuello, bajando

más y más hasta llegar a su intimidad de la cual sus labios se adueñaron mientras

sus manos le acariciaban los pechos por debajo de la camiseta. Helen soltó un grito

ahogado al primer contacto que tuvieron. Y lo único que ella podía hacer era jadear

y entregarse a su pasión. Gimió tan fuerte que él rio.

—Los niños—dijo él en un susurro.

Entonces Helen dejó de disfrutar el momento, a pesar de que él continuaba

besándola.

—Adam para—dijo con severidad— ¡Adam!

Él se detuvo, se sentó a su lado y la miró confundido.

—¿Qué te pasa?

Helen dirigió sus ojos a las manos de Adam y vio que tenía un anillo de matrimonio

en su dedo índice. Lo tomó de la mano izquierda y observó el anillo.

—¿Qué es esto? — le preguntó.

—Mi anillo— respondió dudoso—. Tú también tienes uno.

Ella se sobresaltó, miró su mano y justo como lo había dicho, tenía un anillo. Se

Caminos de medianocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora