12. Despertar

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Edward fue el primero en despertar. Miró por la ventana notando que aún no amanecía. Buscó su reloj intentando no moverse mucho y vió que eran las 05:40 am.

—Will, despierta —habló mientras acariciaba su rostro.

—Mmh, ¿qué pasa? —respondió William medio dormido.

—Aún no amanece. Podríamos estar un momento más juntos antes de que se haga la hora de irme.

—Está bien —habló aún con los ojos cerrados.

Mientras William se terminaba de despertar, Edward bajó rápidamente a la cocina a buscar algo para comer. Al volver, William estaba sentado en la cama, tapado con la sábana refregándose los ojos con las manos. Edward sonrió al verlo.

—Muero de hambre —dijo—. ¿Qué hora es?

—Son las 05:55am. Comamos algo rápido.

—Mi turno inicia 07:30, aún tengo un poco de tiempo. Romeo por lo general viene a las 06:30 a despertarme —Edward asintió mientras masticaba un sándwich y a su vez le entregaba otro a William.

—¿Tiene almendras? —preguntó examinandolo. Edward asintió.

—Por supuesto. Si no no sería un sandwich.

—¿Qué harás hoy? —inquirió William.

—Nada en particular. Algunas tareas para la asamblea y quizás entrene un poco —William asintió, pensativo. Hubo un silencio incómodo mientras comían—. Se que tenemos una charla pendiente con lo que paso en la asamblea —Edward rompió el silencio.

—No te preocupes. No debes aclararme nada.

—Sé que fue incómodo para ti. Para mi también lo fue. No debiste escucharme decir eso.

—Entiendo, fue solo una tarea de príncipe.

—No fue solo eso, Will, solo quiero que sepas que tuve que decirlo porque no tuve opción.

—Tranquilo, créeme que lo entiendo. No tienes que aclararme nada. 

Charlaron por un momento más mientras terminaban su desayuno. Cuando marcaron las 06:15 Edward decidió pararse a terminar de vestirse. Se despidió de William con un pequeño beso y abrió la puerta para irse, pero antes chocó con alguien. Romeo.

—Carajo, William —se quejó este con voz de dormido, agarrándose el hombro. Aún estaba de pijama. Al levantar la cabeza vió que no era William—. ¡Alteza, discúlpeme! No vi que era usted. Creí que era William.

—No te preocupes —dijo Edward nervioso—. Hasta luego, que tengas buen día —se despidió para salir de ahí lo antes posible.

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—Buenos días.

—Hasta que llegas —se quejó Gabriel—.  ¿Con esa irresponsabilidad piensas llevar a cabo el reinato? 

—Y más vale que esa costumbre se te termine ahora mismo —continuó Matilde—. Siéntate, cariño. Tenemos algo importante que hablar contigo.

—Si, lo siento. Discúlpenme —se lamentó, para luego sentarse en su lugar de la mesa.

—¿Cuando seas rey arreglaras tus malas acciones con una simple disculpa?

—No, padre.

—Exacto. Debes empezar a comportarte como tal.

—Si, lo se.

—Bien, me alegro que me hayas entendido. Y te advierto que hoy harás una conferencia de prensa en el pueblo. Habrán muchos reporteros, te entrevistaran y responderás todas las dudas que tengan. Tienes que empezar a tomar mis tareas y familiarizarte con ellas —advirtió seriamente el rey. Ya haz hecho varias tareas escritas de esto. Debes demostrarme que sabes como hacerlo, que responder y que no. Actúa como un príncipe. Honra tu apellido.

—Está bien, ¿a qué hora iremos?

—¿Iremos? Vas a ir tú solo, Edward.

—¿Solo? ¿Por qué? —preguntó en pánico—. Nunca he ido al pueblo solo, ¿no puede acompañarme nadie?

—¿Acaso tú ves que alguien me acompañe a mi? Solo vamos tu madre y yo.

—Está bien padre, entiendo —respondió desanimado, sabiendo que no tenía cómo librarse de aquello. Nunca podía librarse.

—Bien, me alegro que entiendas. Ahora comamos. En 3 horas te espera el carruaje para irte —finalizó Gabriel.

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Al terminar de desayunar, Edward fue hacia su habitación. Necesitaba descansar un poco y pensar muy bien las cosas. Sentía como su pecho subía y bajaba de los nervios que sentía. Sus manos estaban frías y a la vez sudaban. Se sentía asfixiado, y en unas horas iba a estar aún peor. ¿Cómo se suponía que él iba a llevar las riendas de todo el pueblo?

Desde el primer día supo que iba a gobernar, siempre fue un hecho que tuvo que aceptar. Pero nunca hasta este momento se había sentido tan real. Nunca hasta hoy se había dado cuenta de todo lo que iba a conllevar esto. Probablemente había estado siendo inmaduro, quizás no era digno de su apellido.

No era que él no supiera absolutamente nada, no. Él sabía sobre leyes, sabía la rutina y tenía claro "el trabajo del rey". Solo que era mucha responsabilidad para él solo.

Y hoy tendría que afrontarlo.

Mi Dulce AmadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora