31. Momento y lugar incorrecto

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Las últimas mañanas, cuando el príncipe bajaba las escaleras para ir desayunar, podía sentir que el cambio se aproximaba. Los preparativos de a poco ya estaban surgiendo. Cada vez que miraba hacia alguna esquina había alguien subido sobre una escalera decorando el techo. Cleo decía que en Bretaña era aún peor; Jazmine todos los días tenía que ir a hacer algún retoque nuevo en su vestido.

Su padre parecía obsesionado con los votos, era la única tarea que le tenía pendiente. Además, le había advertido que hoy mismo tendría que ir a probarse el traje que usaría para la boda. Sería el mismo que había utilizado el rey para la suya. ¿Por qué las personas se obsesionaban tanto por los vestuarios? Parecía todo un circo. Quizás él era el payaso.

Luego del desayuno decidió sentarse afuera a esperar el carruaje que lo llevaría con la modista. Aunque aún faltaba mucho, necesitaba tomar aire. Estaba cerca de la fuente, por lo cual, el establo estaba a unos metros de él. Fumaba un cigarrillo mientras observaba a William, quien le ponía las riendas y todo lo necesario a un caballo.

Tomó de su bolso el cuaderno en el que estaba escribiendo sus votos. Arrancó una hoja nueva y se dejó llevar por su mente. Miraba a William, luego miraba la hoja, se dejaba llevar y escribía.

—Alteza, ¿puedo tener el atrevimiento de pedirle un cigarrillo? —Oliver lo sacó de sus pensamientos.

—Claro, rizos. Ten —asintió entregándole la cajetilla—. Aunque eres muy joven para fumar.

El príncipe volvió a mirar su cuaderno y continuó con la escritura. Oliver se quedo parado frente a él prendiendo el cigarrillo.

—¿Entusiasmado por la boda? —Oliver preguntó observando como varios empleados cargaban con decoraciones, decidiendo dónde quedarían mejor.

—Si. Hoy iré a ver el traje —respondió, distraído en su escritura. Levantó la mirada para observar a William y miró a Oliver de reojo, quien intentaba que su cigarrillo no se apague—. Será el mismo que utilizó mi padre, solo que lo están remediando para que sea de mi talla —Oliver asintió. Romeo lo llamó a lo lejos.

—¡Niño, deja de fumar y ven ya! —suspirando se alejó del príncipe. Este último finalizó de escribir aquella hoja hundido en frustración.

Minutos después, James se acercó a indicar que ya debían partir. Tomó sus cosas y se apresuró al carruaje. Mientras se subía pudo notar como Oliver se giraba alzando en su mano el encendedor con el que había encendido el cigarrillo, Edward le restó importancia, indicándole con la mano que se lo entregara luego. Lo que no notó el príncipe fue que además de el encendedor, en posesión de Oliver también estaba aquella hoja que había escrito segundos antes. El carruaje partió.

Oliver miró los objetos que tenía en sus manos. Sabía que Romeo moriría por leer los votos antes de tiempo. Se la guardó en el bolsillo para presumírselo luego.


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Edward se observó en el espejo con el traje puesto. La modista no dejaba de forcejear los botones y tomar medidas con su metro. Su madre, encantada charlaba con la mujer. James estaba detrás del príncipe, este último le suplicaba con la mirada que ya se queria ir. James amenazó con que tome calma, que esto iba para rato.

 —Con permiso, joven príncipe. Alce las manos, necesito medir las mangas —habló la modista colocando alfileres en las partes que debía remediar. Edward, molesto aceptó. Le incomodaba estar allí, la mujer no dejaba de invadir su espacio personal y sobre todo se sentía asfixiado por el incómodo y acalorado traje. Bajó una mano para intentar quitar la apretada tela cerca de su cuello—. Príncipe, por favor alce las dos manos —insistió la mujer haciendo énfasis al final de la oración. Este suspiro frustrado y volvió a estirar las manos a los lados. Las dos mujeres seguían charlando y el traje le seguía apretando. Inconscientemente volvió a llevar su mano a su cuello intentando liberar el apretado agarre.

Mi Dulce AmadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora