Encerrado en su habitación, parecía atado a aquella silla de escritorio donde el príncipe Edward se encontraba haciendo tareas. Estresado, ya llevaba casi tres horas sentado allí, anhelaba con ansias que llegara la hora del almuerzo para poder dar un respiro.
De todos modos, aunque su cerebro ya estaba cansado de esa larga tarea que llevaba desde el día anterior queriendo terminar, le faltaba muy poco para finalizarla. Se dispuso a terminarla y salió disparado de aquel elegante escritorio. Al cruzar la puerta de su habitación se cruzó a James, su guardaespaldas y mano derecha.
—Terminé las benditas plantillas —dijo estresado. Enseñándole el montón de hojas. James las examinó unos segundos.
—Bien. Llévaselas a tu padre a la oficina —Edward asintió y se retiró.
Caminó hacia la oficina y antes de tocar la puerta se percató de que su padre hablaba con alguien. Por lo tanto se quedó en la puerta parado por unos segundos. Su intención no era espiar antes de percatarse de que estaban hablando de él. O más bien de él y su futuro.
—Se lo comentaré en el almuerzo. Tendrá que agradecerme el plan tan perfecto que tengo para su futuro como rey —el rey Gabriel alardeó orgulloso—. Su nombre será recordado casi tan honorable como el mío. Será una familia verdaderamente ejemplar —Edward quedó estático por unos segundos, pensando en lo que había escuchado. Pero enseguida fue interrumpido cuando la puerta fue abierta.
—Príncipe Edward —habló Mark, quien era la mano derecha del rey.
—Padre, vine a traerte esto —habló directamente, mirando a su padre quien salió de detrás de Mark.
—Oh, bien. Las revisaré luego del almuerzo. Tengo algo importante que comentarte.
El príncipe luego de escuchar o más bien espiar esa conversación, supo de qué se trataba.
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Almorzaba con un revoltijo de nervios en su estómago, eso no era para nada agradable. Esperaba que en cualquier momento su padre le diera la noticia. Su madre, la hermosa y radiante reina Matilde, charlaba cálidamente sobre las frescas frutas que le habían mandado desde el reino de Bretaña. Edward miraba atento a su padre.
—Hablando de Bretaña —soltó al fin el rey Gabriel mientras se limpiaba con una servilleta la comisura de sus labios—. Llegó el momento de hablar contigo, Edward.
—Te escucho, padre.
—Bien. Como sabrás, te hemos estado hablando bastante sobre la familia Ortiz, que son los reyes del glorioso pueblo de Bretaña —explicaba mientras con sus dedos indicó que le sirvieran más vino—. El rey y la reina Ortiz, además de su hijo el príncipe coronado Steve, tienen a su bella hija, la princesa Jazmine —Edward alzó las cejas esperando que llegue la parte interesante del peculiar relato de su padre—. Con tu madre pensamos que sería una buena idea que tú y la princesa se conozcan. Organizamos un almuerzo para el día de mañana, dependiendo de este veremos qué decidiremos para tu futuro.
—¿Mañana? ¿Tan pronto? —cuestionó.
—Así es. Llevamos planeando esto desde hace meses. Pronto cumplirás dieciocho, no hay tiempo que perder.
—Bien, pero quizá deberíamos guardar la calma. Mañana es algo pronto.
—¡Tonterías! Cuanto antes tengamos la charla sobre los bienes mejor. Tú debes conocer a la princesa —Edward solo le bastó observar una vez más a su padre y supo que todo había acabado. Se comprometería, se casaría y sería rey. Su padre no podía esperar para pasarle todo el pueblo en bandeja. Él debería llevarlo a cabo cuanto antes. El resto del almuerzo le fue difícil digerir.
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Mi Dulce Amado
Roman d'amourEn la vida, muchas veces aguantas tanto dolor que te destroza hasta caer de rodillas al suelo, solo por amor. Muchas veces no sabes en qué momento caerás, o si simplemente la vida es buena contigo y te hace levantar de la mejor forma. Nunca lo sabre...