30. Injusta verdad, injusta mentira

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—Estoy segura de que Jazmine se verá hermosa en su vestido. Conozco a la costurera, fue la que hizo el vestido de mi boda... ¡Estoy muy emocionada por verla!

La boda estaba cerca, ésos últimos tres días que quedaban era de lo único que se hablaba.

Edward no estaba seguro de entender a qué se refería su madre. No pudo evitar poner cara de confusión.

—Oh Edward. Ya te había comentado sobre mi viaje a Bretaña. Vendrá la modista desde París para hacer los últimos retoques al vestido de Jazmine. Y quieren que yo esté ahí —explicó—. Es realmente encantador de su parte. Miranda es una mujer tan encantadora, estuvo muy feliz cuando recomendé a la modista que hizo mi vestido —Matilde suspiró feliz—. Jazmine tiene la belleza digna de una reina —Edward solo asentía mientras se llevaba un trozo de pastel de papas a la boca.

—Basta de charla. Edward, escúchame con atención. Debes comenzar a preparar tu discurso y sobre todo tus votos. Piensa bien lo que dirás, debe ser magnífico, conmovedor... debe salir perfecto —dijo haciendo énfasis en el final de la oración—. Mañana quiero tu discurso apto y apropiado finalizado y en mi oficina para confiscarlo. Tienes todo el día de hoy. Tienes prohibido salir de tu habitación hasta que lo termines. Y no estará tu madre para mimarte, por lo tanto, por tu bien, debes hacerlo a la perfección.

Edward tenía la cabeza baja, miraba su plato intentando evadir mirar el rostro de su padre. No es que tuviera otros planes más que encerrarse en su habitación. Su padre acababa de arruinar su único escape, por lo tanto aumentó su mala racha. Cualquier cosa que tuviera que ver con la boda lo agobiaba, y era lo único de lo que se hablaba últimamente.

Asintió sin más, ¿qué otra cosa podría hacer?


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Al volver a su habitación luego del almuerzo, comenzó a trabajar en el discurso. No había nada que odiara más que los estúpidos discursos que su padre lo obligaba a hacer y presentar. Su madre ya se había ido, se preguntaba cómo le iría en Bretaña. ¿Cómo estaría Jazmine? ¿Y Cleo? Se preguntaba cuánto tiempo se podría ocultar un embarazo, esperaba que el suficiente. Nunca había visto a alguna chica con un mes de embarazo, ¿ya le habría crecido barriga?

Ahuyentó todos esos pensamientos. Cleo ya le había aclarado que no debe preocuparse por eso, que no se notaría hasta los tres meses. O incluso, en algunos otros casos, hasta más tiempo. Pero Edward no podría dejar de pensar en aquello. ¿Y cómo podría? Todo esto lo involucraba y lo hacía asustar desde que abría los ojos hasta que los cerraba al dormir. 

Tomó una pluma y comenzó a pensar. 

¿Qué tenía para decir? No le salían palabras, a este punto ya se le habían acabado. ¿Qué sentimientos encontraba por Jazmine? ¿Qué votos se suponía que debía prometer? Eso implicaría convertirse en un mentiroso de por vida. "Prometo amarte en la salud y en la enfermedad, acompañarte en lo bueno y en lo malo, en tus días grises y soleados, honrarte como mi esposa aunque ante alguna diferencia nos genere un conflicto." Definitivamente no cumpliria con ninguna de esas promesas. Pero Jazmine sería su esposa, la mujer con la que compartiría su vida y la que cargaba con el bebé del que se tendría que hacer cargo.

Gastó su tiempo intentando encontrar algo que decir, algo que sentir, algo que prometer, algo que cumpliria el resto de su vida. Solo estaba asustado, completamente aterrado, las palabras no le salían de su mano a la hoja. Le frustraba no tener algo en su corazón que ofrecerle a Jazmine, lo único que había eran mentiras. Todo en su vida era una mentira. 

Mi Dulce AmadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora