2. Mirar desde lejos puede doler

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Escuchó los golpes en la puerta de su habitación, el príncipe miraba el techo, quizá preparándose mentalmente para el gran día, o tal vez planeando la manera de escapar de la faz de la tierra. Pensó que sería bueno caer por las escaleras, fingir envenenamiento o tal vez sería mejor envenenarse voluntariamente. Solo para zafar de tener un almuerzo que ponía en compromiso su futuro.

—¡En un momento bajo! —gritó desde adentro. Vistió un pantalón negro, una camisa blanca y bajó a desayunar.

Sus padres parecían más que encantados por la visita. Edward podía notar el forzamiento alevoso, alardeaban a la familia Ortiz y, sobre todo a la princesa Jazmine, como si fuera la joya más preciada. 

—Miranda me contó que Jazmine sabe tocar el arpa. Es algo tan angelical —comentó su madre emocionada por lo ajeno—. Deberíamos pedirle una demostración, ¿no crees, Edward?

—Sí madre, el arpa es algo angelical. Espero la princesa sea tan buena como dices, o como dices que dice su madre. ¿Qué pasa si no es tan buena tocando el arpa? —sus padres parecieron incómodos.

—¡Déjate de decir tonterías Edward! Más te vale comportarte en el almuerzo con la familia Ortiz, si no tomaré medidas severas —amenazó con una mirada aterradora.

—Sí padre, lo siento. Solo estoy nervioso por conocer a una princesa tan perfecta como dicen.


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Luego del incómodo desayuno, el príncipe Edward caminaba en busca de calma. Decidió salir al gran jardín real. Se sentía estúpido por no poder controlar su enorme bocota, no pensaba lo que decía, soltaba comentarios que luego lo ponían en riesgo. A veces se estresaba hasta querer golpear su cabeza contra la pared, sus palabras iban más rápido que su mente, accionaba y luego pensaba, y luego debía razonar que lo que había dicho era estúpido. Rogaba que el almuerzo saliera bien, porque si no, sabía muy bien que estaría en serios problemas.

Leía cerca de la fuente que estaba frente al establo. Sabía el por qué estaba ahí, sus ojos no estaban concentrados en el libro, miraban por encima de este, chequeando de vez en cuando el campo de visión, buscando por este al objetivo. Quizá debería estar en su habitación, haciendo tareas o más bien preparándose para el almuerzo, practicando un saludo cordial y formal, buscando algún presente o simplemente no estando allí. Todos esos pensamientos fueron esfumados de su mente cuando lo vió.

William Stevens, joven digno portador de toda la atención que paraba sobre él en ese instante. Al conectar miradas, ambos comenzaron a acercarse.

—Will —Edward saludó con una sonrisa.

—Príncipe —correspondió también con una sonrisa.

—¿Muy ocupado?

—No mucho. Lo estaré a la hora que lleguen los invitados con los carruajes —Edward lo miró un poco sorprendido.

—¿Ya se corrió la voz? —preguntó incrédulo.

—¿Sobre la princesa? —Edward asintió—. Sí, en el castillo ya están todos enterados.

—Oh vaya... son rápidos.

—Sí, bueno... —hubo un lapso de silencio—. ¿Y cómo es ella? ¿La conoces?

—Aún no, hoy la conoceré por primera vez —William asintió con comprensión.

—¿Entusiasmado?

Mi Dulce AmadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora