26. Caer en la locura

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 Al fin de cuentas le sirvió el castigo de su padre. En toda la tarde, luego de lo sucedido con Jazmine, corrió todas las cortinas y no salió de su habitación. La noche cayó, daba vueltas en su cama intentando conciliar el sueño. Pero su mente no dejaba de ahogarlo con el recuerdo de William y aquella chica, y en cómo eso lo llevó a acostarse con Jazmine. Se sentía de la mierda,  la ira lo consumía por sus entrañas, lo ahogaba la decepción, lo carcomía el rencor y sobre todo en su garganta podía sentir un nudo de angustia. Todo eso llevaba a algo que el príncipe no se daba cuenta... tenía el corazón completamente roto.

No sabía por qué se sentía de aquella forma, era algo que nunca antes había experimentado; esa angustia agria de ver a tu mejor amigo con el que compartes piel y sabanas, besos y roces adrede, haciendo lo mismo con alguien más, ¿era normal sentirla?

Cuando su cabeza parecía que estaba a punto de colapsar, logro caer dormido.


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Al despertar vio que solo había dormido tres horas, sabía que eso inconscientemente también influiría en el humor con el que iba a enfrentar el día.

Al menos pudo desayunar normal, aunque no tenía mucho apetito. Sus padres apenas le dieron los buenos días. La familia Ortiz se iría luego del desayuno.

—Nos volveremos a ver el día de su boda —el poco apetito que tenía desapareció apenas escucho a Miranda soltar esas palabras.

—Es un hecho —sonrió Gabriel. Edward definitivamente ya no quería estar en esa mesa

Desayunó y se dirigió al jardín trasero, quería leer o simplemente hacer cualquier cosa para no pensar. Observó a William pasar pero simplemente lo ignoro como planeaba hacer. Sabía que en algún momento tendría que enfrentarlo o superarlo, pero no podía evitar odiarlo al respecto.

Cuando por fin parecía perderse en su lectura alguien le habló directamente.

—¿Sabes? Nunca vi a alguien leer "Cumbres Borrascosas" con el semblante así de serio —habló Cleo acercándose.

—Te iras hoy, ¿no es así, Cleo?

—Me extrañaras. Te lo juro príncipe.

—¡Oh, no te imaginas cuanto! Ya con la simple idea de no verte te estoy extrañando —bromeó sarcástico. La chica rio, y junto a esta, él también comenzó a reír. 

Notó como su humor había cambiado por unos segundos. Cleo había sido la primera en sacarle una sonrisa.

—¿Vas a contarme por qué estás de malas? —preguntó Cleo—. A veces pienso que ya eres así por naturaleza... pero nunca está mal quitarse la duda.

—¿Y tú eres así de entrometida por naturaleza? —dijo mirándola con una sonrisa burlona.

—Ya, dime —lo empujo del hombro. Edward al recordar todo otra vez, miró hacia abajo.

—No es nada... solo, mi padre... ya sabes —divagó—. Por mi culpa te castigaron, y también a Jazmine —Cleo lo miró alzando las cejas.

 —Ya hablamos de eso. Tu padre y mis tíos son unos amargados —comenzó a decir—. Jazmine piensa igual. Solo nos divertíamos por una vez, nadie tuvo la culpa —Edward la escuchó atento. Quizá Cleo no era tan fastidiosa después de todo.

—Bien. Pero la próxima nadie dormirá en el establo —bromeo. 

Antes de ir con el resto de la familia Ortiz para despedirse formalmente, se despidieron entre ellos.

Mi Dulce AmadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora