Dos almas en Turín

42 11 0
                                    

 Yusef

Miré a Rabia con una expresión de cansancio mientras lanzaba un suspiró. Mis dedos se deslizaron por mi cabello, buscando algún rastro de calma.

—Escucha, estás siendo insoportable con lo de "Poco", no puedo dártelo, no tengo acceso. — Mi voz sonaba firme, pero la tensión flotaba en el aire.

Rabia, visiblemente enfadado, no estaba dispuesto a aceptar un no por respuesta.

—Oh, venga ya, ya me estás cansando, Yusef. Teníamos un trato, y me estás cabreando.—

—Lo sé, demonios, lo sé. —Repetía, intentando encontrar una solución. Pero Rabia no estaba dispuesto a escuchar excusas.

—No tenías por qué hacerle a pad... —Le empecé  a decir.

—Vamos ya, Yusef, no vayas de víctima, no me provoques, sabes que era necesario. —

—Me estás jorobando. —Giré para mirarle, su rostro congestionado por la ira. —No nos estás dejando respirar, Rabbia.—

—No te equivoques, teníamos un trato, tú y yo. —Su voz sonaba firme, decidida.

—Ahora, el Mahmod ese no para de interferir en mi camino, así que yo no voy a parar. —

Mi mirada se cruzó con la suya, y ambos sabíamos que las cosas se habían vuelto personales.

—Tú atacaste primero a Yasmin, ¿qué esperabas? —Le recordé.

—Mira, tampoco te importa lo que yo haga. Ahora me vas a devolver a Poco en las próximas 48 horas, y si no comenzará la verdadera guerra, y no tendré piedad.—

Rabia salió del coche. Me quedé allí, apoyado en el volante, mientras el ruido me envolvía.

Una sensación de agobio se apoderó de mí, y comencé a golpear mi cabeza contra el volante mientras lamentaba cada elección que me había llevado hasta este punto.

En ese momento, alguien tocó la ventana del coche, y levanté la cabeza, esperando ver a Rabia. Pero lo que encontre era totalmente distinto.

—Genial, lo que me faltaba. — Suspiré con pesadez.

Marcus.

—Amina, yo te llevo.— Le dije con una sonrisa mientras la ayudaba a subir al coche, su bastón apoyado a un lado.

—Cuántas veces tengo que decirte que me llames con abuela, o al menos tía. —Me espetó con una mirada de enfado.

—Cuando era niño, tú misma te negabas a que te llamara abuela.— Le recordé entre risas mientras ajustaba su cinturón de seguridad.

—Eso fue hace más de treinta años. Ah, treinta y dos años han pasado ... eras el niño que tiraba piedras, y mira ahora, eres el hombre del corazón de piedra.— Comentó con una pizca de ironía.

Amina o conocida mejor como Mina había estado presionándome para que conociera a alguien, insistiendo en que mi corazón de piedra solo podría ser conquistado por alguien con un corazón de metal.

Pero yo estaba cansado, cansado de lidiar con el mismo tema una y otra vez.

La verdad era que el amor no era para todos. Mahmod, desde que nació, había estado rodeado de amor. Yusef siempre hablaba con devoción del amor que le brindaba su abuela. Pero en mi caso, la realidad era diferente.

Mi padre biológico había  muerto para mí ,mucho antes de que pudiera conocerlo, y en realidad, agradecía no haberlo visto nunca.

No tenía idea de lo que era el amor, ni lo que significaba ser amado. Mi madre había abandonado mi vida sin escuchar siquiera mi primer llanto, dejándome solo en este mundo.

Sombras de LealtadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora