El Juego del poder

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El padre de Ghazal entró en la casa y, sin detenerse, se dirigió directamente a la cocina, donde su esposa ya estaba ocupada preparando la cena.

—¿Qué es lo que quieres? —pregunté mientras me plantaba en la entrada de la casa, en ese diminuto pasillo donde el aire se sentía denso y cargado. Poco, Yusef, Ghazal y yo nos observábamos con fijeza, midiendo cada movimiento, cada respiración.

—Necesitamos hablar, es urgente —respondió, su voz temblando con una mezcla de desesperación y súplica que me puso los nervios de punta.

Rodé los ojos, agotado, sin disimular mi fastidio.—Dilo, ¿qué es tan importante?

—Preferiría hablar a solas —dijo mientras lanzaba miradas furtivas a Ghazal, sus ojos reflejando una inquietud que no pasaba desapercibida.

—Vamos, si nos movemos a otro sitio, nos escucharía igual en estas casas, sus paredes parecen de cartón —respondí, dejando que la ironía se colara en mi voz.

Ghazal me lanzó una mirada de desaprobación, pero la ignoré—. Es la verdad. Todos te escuchamos pelear con el calentador de agua, el otro día —añadí, levantando una ceja.

—¿Qué es lo que quieres? —insistí, con un tono más firme.

—Todo está mal, no, esto es un caos. —El temblor en su voz delataba el miedo que intentaba ocultar, pero que le traicionaba a cada palabra.

—Pues bien, ¿qué esperas que haga yo? Estoy fuera de esto —dije, intentando zafarme de la situación antes de que se me pegara algo más que el cansancio.

Me giré hacia Yusef y Ghazal, buscando una salida—. Y ya te digo que él tampoco está por la labor —añadí, señalando a Yusef con la barbilla—. Si tienes una queja, aquí tienes a una fiscal... bueno, exfiscal —dije, con una pequeña risa.

—Esto es serio —intervino Yusef, mirándonos a ambos con una expresión de preocupación que me hizo detenerme.

—¿Y a mí qué? —respondí, sintiendo el desafío en cada sílaba.

—Quieren acabar con todo, con todos. Quieren reconstruir el gremio —la desesperación en su voz hizo que un escalofrío recorriera mi columna, aunque no lo dejé ver.

—¿De qué estás hablando? Eso es imposible —dijo Yusef, con incredulidad pintada en su rostro.

—Sí, es posible, pero... —comenzó a explicar, pero su voz se apagó, como si las palabras se le quedaran atascadas en la garganta.

—Tiene que acabar con todos para tener todo el poder —continuó Poco, su voz, apenas un susurro que resonó en la habitación como una sentencia.

Las piezas comenzaron a encajar en mi mente, el panorama se volvía cada vez más claro y, al mismo tiempo, más oscuro. Me giré hacia Ghazal, mi voz ahora más seria, más demandante—. ¿Por qué te echaron?—

Ella me lanzó una mirada fulminante, cruzando los brazos sobre el pecho como un escudo—. ¿Ahora te interesa? —respondió, con un tono que era más una acusación que una pregunta.

—Solo responde —insistí, manteniendo la calma a duras penas mientras esperaba una respuesta que no quería escuchar, pero que necesitaba conocer.

—Quieren inculpar a Mehdi de cadena perpetua, pero no tienen pruebas suficientes. — La frustración en su voz era palpable—. Ha habido casos peores, pero las pruebas son tan endebles como un castillo de naipes.—.

—¿Y por qué demonios querrían reconstruir el gremio desde cero? —intervino Yusef, frunciendo el ceño, claramente confundido. Su mente trataba de encajar las piezas, pero las esquinas no coincidían.

Sombras de LealtadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora