Rabia
Noté a alguien entrando con el policía, y de repente, mi atención se fijó en una marca en el brazo del recién llegado. Llevaba una camiseta de tirantes que dejaba al descubierto una cicatriz alargada y familiar. Sentí cómo mi corazón daba un vuelco.
Esa cicatriz... Era la misma que tenía Mansour, mi hermano. La misma cicatriz que había en su hombro. En ese momento, las piezas del rompecabezas comenzaron a encajar en mi mente de manera abrupta y dolorosa.
Yusef. Tenía veintiocho años. Recordé que, durante una conversación en la que nos habíamos dejado llevar por la confianza, me mencionó que su madre había fallecido a manos de un padre abusador.
—Entonces, ¿qué es lo que quieres? ¿Traicionar a Suleyman por venganza? —pregunté, tratando de comprender lo que Yusef estaba tramando.
—No se trata de traición, es devolver el dolor. Escúchame —respondió Yusef, su voz cargada de determinación—. Ahora mismo, no tengo nada que perder con ese Suleyman. Una alianza entre tú y yo es lo que necesitamos para sacarlo del juego y tomar el control del mercado.—
—¿Y qué ganas tú con esto? —inquirí, buscando entender sus verdaderas intenciones.
—Redimir mi venganza —respondió con frialdad, sus palabras cargadas de un odio que parecía consumirlo.
De repente, todo cobró sentido. ¿Cómo no me había dado cuenta antes? Yusef había crecido en Turín, y yo, ciego por la culpa, no había conectado los puntos. La revelación me golpeó como un trueno, y el peso de la verdad me abrumó por completo. Era mi hermano... y no lo había reconocido. Me sentí como si el suelo se desvaneciera bajo mis pies, y antes de darme cuenta, el mundo se tornó negro.
Había estado contra mi hermano todo este tiempo, sin saberlo. Quería acabar con él desde el primer momento en que lo vi, pero ahora entendía que había sido un cúmulo de emociones mal dirigidas. ¿Cómo pude ser tan ciego? Era mi hermano, mi propia sangre, y no lo reconocí. No podía dejarlo ahora, no cuando más me necesitaba. Tenía que haberlo protegido.
Una mezcla de alivio y dolor recorrió mi cuerpo. Estaba feliz de verlo vivo, de saber que había sobrevivido, como si mi alma recuperara su propósito. Pero, a la vez, yo era el causante de todos sus sufrimientos. Yo lo había traicionado, yo lo había convencido de que estaba solo, y ahora la culpa se clavaba en mi pecho como un puñal ardiente.
El pánico se apoderó de mí. Mis pensamientos se hicieron caóticos y empecé a golpearme contra los barrotes de la celda, intentando liberar la angustia que me consumía. Los golpes resonaban en la pequeña habitación, pero la desesperación no disminuía. Mi respiración se volvió irregular y entrecortada mientras el mundo a mi alrededor se desvanecía en un mar de confusión y culpa. Cada impacto en los barrotes era un grito de dolor interno que no podía expresar de otra manera.
Finalmente, mi cuerpo no pudo más y me derrumbé, perdiendo el conocimiento una vez más. El sonido metálico de mi caída fue lo último que escuché antes de sucumbir a la oscuridad.
—Yo sé cómo es nuestro jefe. Esto no es nada, le han amargado el día, pero ya sabemos cómo es. No puede estar un día sin shor —continuó Poco, usando nuestro término para los dramas inesperados—. Ayunar le sienta mal, aunque no lo quiera demostrar. Es de esa gente que no aguanta nada.—
—¡Ah! ¿Quién lo diría? —exclamó Cheto, riéndose—. El jefe no aguanta ni el ayuno.—
—Mmm... Poco, cállate —murmuré, todavía medio moribundo, mientras intentaba incorporarme. La habitación a mi alrededor era blanca y estéril, y el sonido de las máquinas era un recordatorio de mi estado actual.
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Sombras de Lealtad
Teen Fiction"La tragedia nos dejó reducidos a tres almas, luchando por encontrar sentido en un mundo empeñado en arrebatarnos la felicidad." En el corazón de Turín, donde las sombras de la historia se funden con la belleza del paisaje, tres almas solitarias con...