Entre Promesas y silencios

84 18 0
                                    

Ambos nos miramos, no era mala idea. El certificado islámico servía para afirmar que el matrimonio era cierto a los ojos de todos nuestros aliados y contrincantes, un testimonio de compromiso que no podíamos negar.

Después de una media hora, nos dirigimos al cementerio donde enterraríamos a padre. El lugar estaba preparado, solo faltaba tomar la tierra y arrojarla sobre el ataúd. En ese instante, mis manos se sentían pesadas, como si se resistieran a obedecerme. Era el mismo miedo y angustia que experimenté cuando sostuve una pistola por primera vez en mi vida.

Me quité la chaqueta y arremangué las mangas de mi camisa. Me preparé para lanzar la tierra sobre la tumba del único ser que me había dado luz en la niñez. Los recuerdos inundaron mi mente.

—A partir de hoy, seré como tu padre.— Me decía mientras yo no paraba de comer. Aún recuerdo que un plato de lentejas, nunca me gustó, pero ese mes de octubre, apenas pude comer en la calle.

—Yo seré como tu padre, el que te criará, ayudará, te daré de comer, te cuidaré hasta ser hombre.—

Me decía mientras partía el pan para dármelo. Seguía mirándolo con asombro, no podía creer que alguien iba a cuidarme y sacarme de las calles.

—Mientras seas mi hijo, tendrás un techo en donde dormir, podrás estudiar y ser una persona de provecho, también te enfadarás conmigo y viceversa, porque pequeño, al final del día yo seré el padre que quiere tu bien.—

En mí, por primera vez, tras la muerte de mis padres biológicos y mi hermano, sentía que alguien podía quererme como niño de verdad. Iba a tener un padre que me ayudara, que me criase y me gritase, iba a vivir como un niño.

—Bien, entonces, cuando tú seas mayor, yo te cuidaré, yo seré tu hijo, yo te protegeré cuando sea mayor.— Mis palabras nunca tuvieron tanta decisión como aquel momento.

—Para ello, hijo, debes terminar todo el plato.— me decía con algunas carcajadas, le miré y asentí con euforia.

—¿Puedo llamarte padre?—

—Puedes llamarme como quieras, hijo —. En ese instante rozó su mano en mi sucia cabeza e instantáneamente le abracé y lloré contra su pecho. Por primera vez sentía que iba a tener un padre y él me correspondió el abrazo a pesar de estar sucio.

La voz de mi padre adoptivo resonaba en mi cabeza mientras las lágrimas se confundían con la tierra que arrojaba sobre su tumba.

—Lo siento, padre, no pude cumplir mi promesa.—

Le decía mientras miraba su tumba, posiblemente por última vez, ya que estaba seguro de que Azrael rondaba por mi alrededor.

Yusef se acercó a mí, estrechándome en un abrazo silencioso, y luego tomó la pala entre lágrimas, continuando el arduo trabajo de arrojar tierra sobre la tumba. Giré la cabeza y pude ver a Yasmin, sosteniendo la mano de su tía, observándome con una mirada preocupada mientras asentía, como si quisiera asegurarse de que estaba bien. Respondí con un leve asentimiento, tratando de tranquilizarla.

El tiempo pasaba, y a medida que los invitados se despedían, Yasmin se acercó para expresarme que deseaba quedarse junto a su padre. Y aunque al principio negué dejarla sola, finalmente acepté.

—Pero no tardes demasiado, tenemos que ir al registro.— Le advertí antes de marcharme junto a los chicos.

Quedamos Yusef, Marcus, Mehdi y yo, apoyados en la furgoneta de Yusef que se encontraba cerca.

—Así que ahora serás ,el señor.— Bromeó Marcus.

—Por favor, no empecéis con eso. No estoy de humor para bromas.—respondí con un suspiro.

Sombras de LealtadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora