Recuerdos que abrazan el corazón 1

18 9 0
                                    

Yasmin:

Una vez, Jean-Paul Sartre dijo "No juzgamos a las personas que amamos". Es una idea extraña, difícil de explicar, pero profundamente cierta. El amor, de alguna manera, nos vuelve vulnerables. Nos ciega ante los errores de quienes amamos y nos lleva a buscar justificaciones para todo, como si el amor pudiera excusar cualquier falta. Nos volvemos como niños perdidos en la niebla, tratando de encontrar sentido en lo que parece incomprensible.

Recuerdo mi infancia como una época de ensueño. Era la niña de papá, siempre en el centro de su atención. Él me mimaba y estaba siempre a mi lado, envolviéndome en un mundo donde nunca se portaba mal conmigo. A mis ojos infantiles, era el mejor padre del mundo. Pero, detrás de esa fachada, había un hombre temible. A veces, parecía que se le escapaba lo humano. Era como si llevara una máscara, como si hubiera otra persona oculta tras su mirada. Jamás hubiera imaginado que mi padre sería capaz de hacerle algo así a Yusef, pero en el fondo, no me sorprende. Mi padre tenía su propia oscuridad, una sombra que siempre lo acompañaba.

Mi madre lo amó profundamente, de una manera que aún no entiendo del todo. Ese amor fue la razón por la que se consumió, esperando su regreso. Ella envejecía aguardando su vuelta, consumida por un amor que no le daba lo que necesitaba. La idea de que Yusef fuera hijo de otra mujer no me resultó extraña. Sabía que mi padre era capaz de eso, que había tenido muchas mujeres. Mis recuerdos pueden ser borrosos , tendria  apenas seis años, pero incluso entonces sabía que mi padre llevaba una vida secreta. Mi madre vivió comparándose con sus amantes. A veces, temía que Mahmod heredara esos hábitos, que se convirtiera en un reflejo de mi padre. Sin embargo, agradezco a Allah que Mahmod no haya fallado en sus valores. 

Mahmod tampoco era perfecto, y yo lo sabía muy bien. Trabajaba con mi padre y conocía su crueldad. Detrás de su dulzura, se escondía una bestia insensible. Mahmod estaba dañado, y yo sabía que no podía arreglarlo. Pero yo también estaba rota, y juntos encontrábamos una extraña paz. Nuestro amor nacía de esa necesidad mutua: dos almas quebradas que, a pesar de sus grietas, se cuidaban la una a la otra.

El amor es extraño. No es algo fácil de describir o entender. Cada uno de nosotros ama de maneras distintas, cada uno con su propia rareza. No pretendo justificar el amor que siento, ni asegurar que está bien. Solo sé que lo que siento es amor, con todas sus complejidades y contradicciones.

El camino se sentía alegre y sereno. Solo estábamos él y yo, envueltos en un aura de amor y tranquilidad que parecía casi irreal. Mi mano se extendía fuera de la ventanilla del coche, acariciando el aire fresco y sintiéndome libre, verdaderamente libre, junto a mi amado. En esos momentos, mis días parecían no tener problemas, y una parte de mí sabía que era genuinamente feliz. Era un tipo de felicidad que se asentaba en lo más profundo de mi ser, un sentimiento cálido y envolvente que hacía que todo lo demás se desvaneciera.

—Yasmín, hoy estás... —empezó a decir, su voz cargada de emoción.

No pude contenerme más y lo interrumpí, mi entusiasmo desbordando en una exclamación que llenó el coche.

—¡FELIZ! —grité con alegría, volviendo a asomarme por la ventana. El viento en mi rostro era como una declaración de mi libertad. —¡Escúchenme bien! Soy Yasmín Bakir, la esposa de Mahmod, ¡me casé con el amor de mi vida!—

Mahmod no pudo evitar soltar una carcajada, su risa era un sonido que siempre me hacía sonreír. A pesar de su intento de mantener la compostura, podía ver en sus ojos el brillo de la felicidad compartida.

—¡NO HAY MUJER MÁS FELIZ QUE YO EN ESTE PAÍS! —continué gritando al mundo, dejando que mi voz se elevara hacia el cielo.

Mahmod me observó con ternura mientras regresaba a mi asiento, y en un gesto de amor que siempre me conmovía, tomé su mano y la besé suavemente.

Sombras de LealtadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora