Entre el luto y la esperanza

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Eran las cuatro de la madrugada, y el silencio en las calles era interrumpido únicamente por los gritos y los insultos que resonaban desde la habitación de Yasmin. Estábamos agotados, con días sin dormir a nuestras espaldas, y la frustración nos embargaba. El trabajo de rastrear las cámaras de seguridad se había vuelto una tarea imposible después de que quedaran fuera de servicio durante dos largas horas antes del asesinato.

Entre susurros y miradas agotadas, mis compañeros y yo compartíamos nuestras frustraciones.

—Dios se apiade de quien se case con ella, sigue gritando cada vez más fuerte. Dios no lo quiera, pero no me parece mala idea soltarla y que se la lleven.— Murmuró Yusef, dejando entrever la desesperación que sentía.

Giré la cabeza para observar a Yusef, preguntándome cuánto más podríamos soportar los estridentes gritos de Yasmin.

—¿De verdad que no piensa callarse? Yo no puedo con ella, esto es demasiado. Hermano, suéltala. Te puedo asegurar que nadie podrá acercarse a ella con esa voz.— Mehdi me decía, suspiré, compartiendo la misma sensación de impotencia.

La discusión entre mis compañeros se intensificó, y finalmente, decidí tomar cartas en el asunto.

—Suficiente dos. Voy a ir a callarla. A cambio, quiero algo, alguna pista, una foto, lo mínimo. Si vuelvo y no hay nada, me traeré a Yasmin. A ver si así trabajáis en vez de estar criticando.— Afirmé con determinación, aunque en mi interior sabía que era imposible.

Mientras caminaba por los pasillos, noté que la casa estaba iluminada, algo inusual en nuestro hogar. Padre solía decir que la noche era para dormir y rezar, por lo que las luces permanecían apagadas en su presencia. Sin embargo, esta noche, la casa estaba despierta, y una sensación de inquietud se apoderó de mí. Era como si mi mundo se hubiera vuelto del revés, y temí que nunca volviera a ser el mismo.

Llegué al final del pasillo y abrí la puerta de la habitación de Yasmin. La escena que presencié me dejó sin aliento. Yasmin yacía en la cama, con la cabeza entre las manos, susurrando y llorando en silencio. Su cabello estaba desaliñado en un desordenado moño, y sus pertenencias estaban esparcidas por toda la habitación, como si hubiera estallado una tormenta en su interior. Había libros en el suelo, un espejo roto y una aura de desesperación flotando en el aire.

Me acerqué lentamente, pero ella parecía ajena a mi presencia. La ira la tenía completamente cegada, y sus lágrimas brotaban sin control.

Me senté a su lado en el borde de la cama y traté de consolarla.

—Sabes que yo no quería esto, de verdad. Él fue mi padre, y sé que me equivoco. Debería haber sido yo y no él. Si pudiera regresar en el tiempo, le suplicaría a Azrael que me lleve con él. Sé que mi vida no vale la pena después de lo sucedido, y sé que debo acabar con ella. Pero te aseguro que lo haré. Solo déjame encontrar al asesino de padre, y no volverás a verme ni a vernos. Nos iremos de tu vida como si nada hubiera pasado.— confesé a Yasmin entre sollozos.

Elevó la mirada y sus ojos se encontraban enrojecidos por el llanto.

—Cásate conmigo.— Dijo de manera repentina.

La miré, sorprendido por su inesperada propuesta.

—No puedo casarme con ninguno de ellos. Son solo hombres de mi padre, solo son trabajadores. Si no me caso con la mano derecha, el siguiente por orden actualmente sería mi primo, en este caso, sería Fuad.

Si no me caso contigo, él se quedará todo. Prefiero morir que dejarle el imperio. No puedo casarme con nadie más, y sé que nadie más será capaz de manejar o saber lo que ocurre.— Explicó con desesperación en su voz.

Sombras de LealtadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora