Más allá del último Latido

26 9 0
                                    

Cuando era pequeño, durante mi estancia en el orfanato, conocí a una niña que parecía haber perdido cualquier vínculo de esperanza con la vida. Incluso ahora, muchos años después, todavía tengo sus palabras grabadas en mi mente como si las hubiera oído ayer. "Cuantos más amamos, más perdemos".

Al principio, no entendía el significado de aquella frase. Me parecía una reflexión oscura y distante, una idea que no encajaba con mi joven y optimista visión del mundo. Sin embargo, aquellas palabras se clavaron en mi alma como una espina, y con el tiempo, el dolor de admitirlo me golpeó con una fuerza devastadora: ella tenía razón.

La lluvia golpeaba el parabrisas del coche, creando un patrón hipnótico de lágrimas líquidas que distorsionaba el mundo exterior. Estaba sentado en la parte trasera, con la mirada perdida en el vacío. A mi lado, Yasmín ,o lo que quedaba de ella, yacía envuelta en una sábana ensangrentada que alguna vez fue blanca. La abrazaba con la desesperación de quien intenta aferrarse a lo que más ama, aun sabiendo que ya es demasiado tarde.

Delante, en el asiento del conductor, Poco manejaba el coche con una expresión sombría. Era irónico pensar que él, quien apenas conocía el significado de hogar, me estuviera llevando de vuelta a lo que quedaba del mío. Torniquete se había quedado atrás, y sinceramente, no sabía, ni quería saber, dónde estaba Yusef. Era como si, en mi estado de aturdimiento, hubiera decidido bloquear cualquier conexión con la realidad.

El dolor era indescriptible, una agonía que perforaba cada fibra de mi ser. Había perdido a Yasmín, mi corazón, mi hijo, mi vida. ¿Cuántas veces tendría que aguantar este tormento? ¿Cuántas veces tendría que caer y levantarme, cuando ya no me quedaban fuerzas para hacerlo?

Me pregunté tantas veces qué era ser amado y, finalmente, entendí que Yasmin siempre estaría ahí para mí, en espíritu, si no en cuerpo. Ella era mi corazón, mi todo, y no podía aceptar que se hubiera ido. Llegamos a casa, pero el camino parecía interminable y lleno de sufrimiento. No sabía cómo podría soportar su ausencia. Admitir su muerte era aceptar su pérdida, y mi subconsciente se negaba a reconocerlo.

Al cruzar la puerta de casa, encontré a Ghazal visiblemente angustiosa. Su rostro se tensó al vernos, apagó su móvil con un gesto automático y se acercó rápidamente. —¡Ya están aquí!—, gritó, su voz atravesando el aire denso de tristeza, llamando a los demás para que salieran.

Poco bajó del coche, pero yo me quedé inmóvil, perdido en un mar de dolor y confusión, aferrándome aún al cuerpo de Yasmín. Entonces, Ghazal, quien había mantenido una sonrisa tensa y esperanzada, se desmoronó al ver la sábana manchada de sangre a mi lado. —¿Y Yusef?—, preguntó con voz temblorosa, retrocediendo al comprender la tragedia que había golpeado nuestro mundo.

Detrás de ella, Cristopher y un Marcus desaliñado se detuvieron al verme, el horror dibujado en sus rostros. —¿Quién está ahí?—, preguntó Marcus, su voz rota por la incredulidad. Jalila apareció detrás de él, alejando a su hijo de aquella visión insoportable, como si intentara protegerlo de una verdad que era demasiado cruel para contemplar.

Seguía sin hablar, mi voz atrapada en una garganta cerrada por el dolor, hasta que sentí al señor Ibrahim abrir la puerta junto a mí. Me miró con sus ojos llenos de tristeza, un reflejo del vacío que sentía en mi interior. —No pude protegerla—, murmuré, mi voz apenas un susurro, devastado por la culpa y el lamento.

En ese instante, Cristopher cayó al suelo llorando, y Marcus golpeó el coche con frustración y rabia. —No puede ser—, susurró Ghazal, retrocediendo hasta sentarse en el porche, sus lágrimas fluyendo sin control.

—Yo no pude protegerla. Ya no está. No está Yasmín—, repetí, como si al decirlo en voz alta pudiera convencerme de lo irreal que parecía todo aquello.

Sombras de LealtadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora