Ghazal
A medida que los meses pasaban, todo lo que alguna vez había conocido se había transformado. Jalila seguía desaparecida, y no había un solo día en que no rezara por ella. El miedo de no saber qué había pasado me asfixiaba, y aunque intenté denunciar su desaparición, siempre había algo que lo impedía la realización del trámite.
Lo que más me dolía era que Yusef había tenido razón desde el principio. Me había advertido sobre la falta de justicia, y yo, en mi ingenuidad, lo había negado. Pero ahora, con todo lo que había sucedido, era imposible seguir engañándome. La corrupción había crecido de manera alarmante, y mi trabajo, que una vez fue mi pasión, se había convertido en una mentira que no podía seguir soportando.
Mahmod había dejado el sector, y nadie sabía nada de él. Rabia, por otro lado, había abandonado su vida anterior y había comenzado a trabajar como camarero. Se había mudado a mi vecindario, lo que me daba la oportunidad de confrontarlo cada mañana, aunque hablar con Yusef parecía imposible, ya que Rabia siempre se interponía en mi camino. Su temor no era infundado, sabía que Yusef podría servir como testigo en su contra. Sin embargo, en lo personal, ya no me interesaba nada. Había perdido toda esperanza en la justicia y en mi trabajo.
Aquella mañana, como de costumbre, me dirigí a la casa de Rabia, golpeando la puerta con insistencia. Agradecía que mi padre saliera por las mañanas a la mezquita, ya que estos enfrentamientos se habían convertido en un espectáculo matutino.
—¡Rabia, ábreme la puerta de una vez!— grité, sabiendo que era probable que él estuviera adentro.
—¡No me lo puedo creer! —gritó Rabia desde dentro, antes de abrir la puerta con evidente molestia—. Ya entiendo por qué la casa estaba tan barata, ¡no se puede convivir contigo!
—Quiero hablar con Yusef —le dije, alzando la voz.
—No vas a hablarle —respondió con firmeza, volviendo a mirar su reloj—Dios, ¿dónde estará Poco? Mi turno empieza pronto.
—Me da igual —dije, colándome en la casa y empujándolo a un lado—. Estoy por ponerte una orden de alejamiento —me advirtió mientras yo revisaba las habitaciones.
—Inténtalo, y yo te pondré una orden por secuestro —respondí, desafiándolo.
De repente, sentí que una puerta se abría ligeramente. Rabia me miró con preocupación.
—Déjale dormir —me dijo, señalando hacia una habitación.
Miré el cuarto y noté lo descuidado que estaba. Rabia había renunciado a todo, empezando una nueva vida como si no hubiera sido responsable de envenenar a media juventud. Era un hipócrita. Al acercarme a la ventana, vi que estaba abierta.
—No está —grité, sintiendo un nudo en el estómago.
—¿Cómo que no? —respondió Rabia, nervioso—. Yo lo dejé aquí, le di los medicamentos, no puede ser.
Por primera vez, Rabia y yo compartimos la misma preocupación. Salimos a buscarlo, cada uno por su lado. Corrí como si mi vida dependiera de ello, esquivando a la gente y apenas registrando los golpes de las ramas o los tropezones en la acera. La desesperación me empujaba, mi corazón latía con fuerza mientras bajaba una cuesta. Entonces lo vi, en un parque desolado, aferrando con fuerza el cuello de unos chicos. Por un momento, el aire volvió a mis pulmones al reconocerlo. Corrí hacia él, empujando a los chicos hacia atrás mientras intentaba separar a Yusef de su presa.
Cuando se giró, sus ojos estaban inyectados en sangre, su mirada dura y perdida en la ira. Pero al verme, algo en su expresión cambió, suavizándose apenas un instante.
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Sombras de Lealtad
Teen Fiction"La tragedia nos dejó reducidos a tres almas, luchando por encontrar sentido en un mundo empeñado en arrebatarnos la felicidad." En el corazón de Turín, donde las sombras de la historia se funden con la belleza del paisaje, tres almas solitarias con...