Empecé a escribir, hasta el punto de preparar varios sobres, cada uno con un nombre diferente. Luego, giré para mirar a Mahmod, que descansaba. Tal vez llevaba días, semanas, o incluso toda la vida sin poder descansar tranquilo. Miré mi reflejo en la ventana y, de repente, me levanté. Me dirigí al espejo y vi mi cara demacrada.
De pronto, me puse en movimiento. Corrí hacia mi neceser, temblando, y empecé a maquillarme. Era extraño, nunca solía hacerlo; entre el trabajo y los estudios, nunca me había detenido a pensar en el maquillaje. Ahora me encontraba encerrada en el baño, aplicándome base y sintiendo cómo las lágrimas llenaban mis ojos. La pequeña Yasmín no creería esto.
Cuanto más me maquillaba, más temblaban mis manos. Cogí el tinte de labios para asegurarme de que durara lo máximo posible. Un pequeño frasco era todo lo que necesitaba para recuperar mi antiguo tono. Luego apliqué el pintalabios cereza, que combinaba perfectamente con mi tono. Antes, no me gustaba la sensación de algo en los labios, pero ahora no podía imaginar salir sin él. Sin embargo, en ese momento, ni siquiera podía perfilarme; sentía que no tenía el pulso necesario.
Mi cabello estaba en un estado deplorable. Hacía años que había perdido mi melena larga. Recordaba cuando papá me la trenzaba o cuando Yusef solía tirar de ella. Aún recuerdo el día que me corté esa melena, tan solo dos semanas antes de la muerte de papá. Quería hablar con él, expresar todo lo que sentía, pero no se dio. Tal vez, sinceramente, era lo mejor. A pesar de haberme cortado el cabello, seguía viéndose opaco, sin brillo. Así que tomé unas tijeras y comencé a cortar de manera desigual, como si estuviera en un ataque de desesperación.
De repente, sentí unos brazos rodeándome mientras estaba vestida solo con un pantalón de chándal. Un beso en mi cuello me sacó de mis pensamientos.
-Me desperté para cambiarme y vi que no regresabas -dijo con voz ronca.
-Aún no hemos roto nuestro iftar -le dije, riendo suavemente.
-Mmm -respondió Mahmod, mientras me abrazaba y me balanceaba-. ¿Por qué estás despierta? -preguntó, con la voz aún ronca-. Yas, no tienes que arreglarte, estamos solo tú y yo -dijo, con un nudo en la garganta-. Y aun así, quiero estar guapa.
-Yasmín, tú siempre eres guapa -afirmó, mientras mirábamos nuestro reflejo en el espejo. Le pasé las tijeras-. ¿Puedes cortarme el pelo?-
-¿Segura? -preguntó, y yo asentí con lágrimas en los ojos. -Ya últimamente estás muy sensible -susurró, mientras tomaba un mechón de mi cabello y lo igualaba a la nuca-. Creo que es algo bueno -añadi, con una pequeña sonrisa.
Comenzó a cortarme el cabello, y en cada corte, me daba un pequeño beso en la cabeza, en el cuello o en la nuca. Me miraba y, a pesar de que el corte no era del todo lo que esperaba, él seguía dándome esos pequeños gestos de cariño. Mi cabello había quedado en un bob sin volumen, opaco y sin brillo. No sabía cuánto gel necesitaría para que no se notara lo sin vida que parecía.
-Wow, estás... estás preciosa -dijo, y me hizo reír. Los dos compartimos una risa ligera.
De repente, escuchamos el adan. Nos quedamos mirándonos antes de comenzar a preparar las cosas y sentarnos a comer. Era agradable. Me sentía completa, feliz. Había tomado una de sus camisas porque quería estar cerca de él, sentir su presencia. Mientras comíamos, él no dejaba de mirarme. Sabía que mi amor por él era real y estaba agradecida por poder estar juntos.
No sé en qué momento mis ojos comenzaron a pesar, ni cuándo me quedé dormida. Lo único que sentí fue a Mahmod moviéndose ajetreado. Me desperté con pesadez.
-Marcus va a venir, Yasmin, necesito que no salgas de aquí -dijo, mientras me tapaba los ojos con cansancio y me acomodaba en la almohada. Me sentía como un gorrión enjaulado.
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Sombras de Lealtad
Teen Fiction"La tragedia nos dejó reducidos a tres almas, luchando por encontrar sentido en un mundo empeñado en arrebatarnos la felicidad." En el corazón de Turín, donde las sombras de la historia se funden con la belleza del paisaje, tres almas solitarias con...