La Última sombra del amor

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El miedo se apoderó de mí, creciendo como una sombra oscura en mi pecho. Tenía miedo, no solo por mí, sino por mi hermano, Mansour. Él era todo lo que me quedaba, y la desesperación me arrastraba hacia un abismo del que temía no poder salir. La imagen de Mansour, vulnerable y atrapado, se repetía una y otra vez en mi cabeza, como una pesadilla interminable. No sabía qué podían haberle hecho, qué veneno o tortura podría haberle sido inyectada, y cada segundo que pasaba solo aumentaba mi terror.

—No puedo perderle, no ahora, ya Allah —murmuré en un susurro entrecortado, rogando por un milagro mientras el coche avanzaba a toda velocidad por la carretera desierta.

Poco, me lanzó una mirada fugaz y dijo con voz firme—Inshallah, te reencontrarás con tu hermano.—

Finalmente, llegamos a nuestro destino. Allí estaba Mahmod, esperándonos con el ceño fruncido y una ansiedad que casi se podía tocar en el aire. Me miró y preguntó, con un tono más serio de lo que había anticipado—¿Qué piensas hacer?—

Antes de que pudiera responder, el silencio de la tarde fue roto por el ruido ensordecedor de disparos que venían de la parte superior del edificio. Instintivamente, todos nos agachamos, buscando refugio.

—¡A los coches, ahora! —grité, la urgencia destilando en cada palabra.

—¡Vamos! —insistí.

No me importaba lo que les pasara a ellos o a Mahmod y su esposa, mi única prioridad era llegar hasta mi hermano. Si eso significaba enfrentar un tiroteo junto a Mahmod, entonces lo haría sin dudar. Me volví hacia Poco y le ordené —Tú y tu equipo, flanqueen por la derecha. Están apostados en las montañas. Intenta subir, nosotros os cubriremos desde abajo.

Mahmod me miró con escepticismo.—Eso es peligroso —me advirtió, su voz cargada de preocupación.

—Más peligroso es dejarlos ahí encerrados —respondí sin titubear. Le miré fijamente a los ojos—. Dile a tus hombres que cubran desde abajo hasta que los míos suban. Podemos neutralizarlos así.—

—¿Cómo voy a confiar en ti? —preguntó, su desconfianza palpable.

No tenía tiempo para su vacilación. Lo tomé por el cuello, dejando claro que no estaba dispuesto a debatir. —No me importa si confías en mí o no —le espeté, mi voz un gruñido amenazante—. Con o sin ti, voy a entrar y sacar a mi hermano. Y si decides quedarte aquí parado, te juro que me abriré camino a la fuerza. Ahora, dile a tus hombres que se muevan o haré que lo hagan a mi manera.

La tensión era palpable mientras los disparos resonaban en el aire. Torniquete se acercó —Yo me encargo de mantenerlos a raya aquí fuera —dijo, con una seguridad —. Vosotros entrad—

—Vamos —les dije al equipo, intentando ocultar mi nerviosismo bajo un manto de resolución.

Avanzamos rápidamente hacia la entrada del edificio, pero la puerta era un monstruo de acero, cerrada con firmeza. No teníamos explosivos, y el tiempo se nos escapaba.

—La puerta es demasiado gruesa —dijo Mahmod, su voz temblorosa de frustración e impotencia.

Podía ver el pánico crecer en sus ojos, su respiración acelerándose al borde del ataque de pánico.

—No sé tú, pero yo no pienso quedarme de brazos cruzados. Este es el lugar. Si tardamos más, será aún más peligroso —respondí con determinación, consciente de que la inacción solo nos haría perder tiempo valioso.

Saqué mi arma y comencé a disparar al cerrojo, cada bala resonando con un eco metálico hasta que se abrió un pequeño resquicio. Sabía que necesitábamos más, así que corrí de vuelta al coche. Abrí el maletero, revolviendo entre las herramientas hasta encontrar un martillo y unos alicates.

Sombras de LealtadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora