La dama Azul

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*Esta es la mezcla de una leyenda de Cuba llamada La dama Azul con un personaje fantástico. Espero que les guste esta versión.*

Todos pagaron por mis errores, pagaron por el único crimen que cometí y conllevó al abismo los más hermosos recuerdos que pude haber vivido. Noches y noches en espera, mi corazón lloraba porque sentía culpa de haber perdido contra el egoísmo. El resultado de mi condena que los jueces destinaron, fue el destierro. Siendo conducida como una bruja, fui encerrada en la bodega del barco que me llevaría a mi nueva tierra. Sin ver el sol creía escuchar su voz en mis sueños, mi único alivio era saber que cumplieron mi voluntad. Durante todo el viaje en barco escuchaba por encima de las olas el graznido de un ave y el pirata que entregaba mi comida bajaba siempre quejándose de la misma ave y que sus graznidos no le dejaban dormir. Los soldados que abrieron la bodega me condujeron a una fortaleza en la bahía de Jagua donde muchos jóvenes se apiadaron de mí y me dieron un poco de libertad, más me reusaba a salir por miedo de seguir provocando daños innecesarios. En una tierra nueva no iba a cometer los mismos errores y esperaría paciente mi libertad, aunque mi rostro se iluminó de pensar en mi amado José Castilla, a quién la noche antes de partir prohibí mostrarse como era realmente. Si conocían la existencia de José Castilla se complicaría la situación, pues podía ser un militar de carrera, pero su secreto lo marcaba como progenitor de mis acciones, aunque a veces deseaba ser igual que él. Un día dejé de escuchar al ave, aquello me preocupó y pregunté a un solado si había alguien en el palacio o algún pitara cerca. Desierto, ese lugar estaba desierto. Escuchar eso hizo recorrer un alivio por mi espalda. Pedí de favor ser avisada si veía a un ave volar, juré no escaparme para que me complacieran ese deseo. Le escuché y tal como prometió, aquel joven soldado corrió hasta mi celda. Me creyó desde que lo mencioné, desde que le describí con tanta seguridad como era el ave y ni siquiera la había visto. Me dijo que volaba en círculos por encima del palacio y levantaba olas que estrellaban contra el muro, su traje empapado era prueba de ello.
Supliqué verla y que ese encuentro estuviera en secreto, tenía un presentimiento. Jamás vi tanta bondad, agarró mi mano y me condujo al sacarme de la celda a una habitación con una agradable vista al mar. Me regaló un exquisito vestido, joyas y un velo azul por si alguien aparecía de sorpresa. Sus ánimos me dieron fuerza, su sonrisa inocente me dieron valentía para usar la ropa. Salí vestida con ese vestido cubriendo mi rostro con el velo, agradecí con gracia sus elogios recordando como solía hacer en mi mansión, la cual extraño. Extraño tantas cosas que ya no recuerdo como era los dibujos de las paredes que tanto me gustaban. Quisiera estar en mi cuarto, un lugar tan grande, pero me hacía sentir segura; creo que es lo único que recuerdo. Esa habitación era igual de enorme que la mía, pero no había muebles que la adornaran. Solo unas cajas en un rincón en la oscuridad, apenas y la luz de la armadura del soldado le hace reflejo. La ola que empapó el suelo nos obligó a salir, ambos nos reímos, era la primera vez que reía desde que llegué.  A menudo que caminaba por el largo pasillo, mi corazón saltaba de alegría y tenía la seguridad de que le vería. Cerré los ojos por la luz la luna que se reflejaba en el marco de piedra del portón, pero abriéndolos poco a poco me quedé impresionada con el hermoso vuelo de esa ave. En el cielo revoleteaba para bajar en picada y chocar contra la tierra. Al escurrirse el agua de la última ola que empapó el borde de mi vestido, vi a mi amado José Castilla en el suelo cubierto de heridas y sus hermosas alas blancas que se desprendían de su espalda soltar humo.

– ¡José! –grité hiendo hacia él– ¿Estás bien? –con cuidado lo ayudé a sentarse.

– ¡Leonor! –Me abrazó con cariño–Por fin te encuentro. He estado buscándote desde que desapareciste. Siempre vestida de azul, pareces una novia que va a casarse.

– ¡Perdóname! –Le pedí a lágrimas vivas– ¿Me perdonas? Podré vivir tranquila si tengo tu perdón.

–No tengo nada que perdonar, fue mi error. Yo soy quién debería…

Cuentos Para DormirDonde viven las historias. Descúbrelo ahora