Saela

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*Continuación de Ramas Renacidas*

Saela era el nombre del bebé que nació esa noche de tormenta. Una noche que se debió de convirtió en una alegría, pasó a ser pura tristeza ya que no hubo otro remedio que huir. Una madre que no vió crecer a su hija y un padre cuyo rastro borró la lluvia. El bebé no quedó desamparado, sino la doncella de la familia fue quién la adaptó, pero ni ella reemplazaba la ausencia.
Saela nunca imaginó que después de crecer al lado del herrero, iba a encontrarse después de su primera pelea donde resultó herida, a la doncella que la hizo así. La mujer la reconoció, pero aun así, mantenerla oculta era difícil. Encontrando la solución en un hombre mayor que vivía apartado de todo, alistó a la niña quitándole toda ropa que no hiciera verla una señorita. El vestido que usaba no era muy fino, pero Saela era preciosa vistiéndola como la vistieran.
La presentación formalmente sucedió en casa del futuro del esposo, la primera impresión no fue la que ninguno de los dos esperó. Ese noble tenía establos con caballos, y por mucho que Saela quisiera aparentar ser la “esposa adecuada”, nada le salía bien. La doncella ya no sabía qué hacer con esa niña. En la noche el esposo llegó a su habitación encontrando en su cama a su futura esposa. Su barba era corta para los años que había vivido, y poniéndose en los pies de una joven cuya vida volvió a cambiar, se acercó de forma romántica sentándose en la esquina.

-No soy un monstruo-le susurró al oído besando con delicadeza su mejilla.

A Saela ese gesto le dio la paz para descansar esa noche y el resto de los días.
La relación matrimonial con el paso del tiempo y el trabajo en equipo al realizar las tareas los fueron acercando un poco. Al noble le gustaba la fuerza de su esposa al cargar el heno para los caballos, mientras a Saela le llamaba la atención como se veía su esposo tratando de domar a un caballo salvaje. Acercándose al potro cerca de su esposo, veía en el animal su propia imagen.

-Es una belleza.

-La encontré en el bosque. Quiero que se quede tranquila, pero no lo consigo.

-¿Puedo intentar yo?

-Te lastimará. No quiero que termines como yo-le mostró la herida en su pecho cuya marca era una pezuña.

-Te prometo salir si…se torna muy peligroso.

El esposo permitió que Saela entrara al corral, el caballo se detuvo observando a la esposa. Saela sin hacer mucho imitó a su esposo hiendo despacio hacia el caballo. Al sentirse el potro amenazado corrió a su alrededor, ese gesto le sacó una sonrisa. Para ser la primera vez que trataba de domar a un caballo, que éste volviera a quedarse quieto observándola, le volvió a sacar una sonrisa.

-Estoy impresionado-susurró el esposo admitiendo la verdad-Me impresiona que puedas sonreír de esa manera. Sal, ya es suficiente.

-Nos vemos otro día.

Como si el caballo le permitiese la salida, volvió a correr por el corral apartándose de la reja. 

-¿Has hecho esto antes?

-No, solo te he observado.

-Aprendes rápido. ¿Quieres tratar mañana? Puede que a mí no me comprenda, pero a ti, sí.

-Solo necesita tiempo para acostumbrarse.

-¿Cómo te llamas?

-Saela.

-Un bonito nombre, yo me llamo Lucio.

Saela y Lucio siguieron tratando de domar a la yegua como si fuesen amigos. Aprovechaban ese tiempo para conocerse, aunque no hablaban mucho uno del otro. Una mañana Saela se levantó temprano, hiendo al corral de la yegua solo en un camisón largo, entró decidida a probar su fuerza. Sin espada, solo inteligencia. Corría poniéndose en medio del camino de la yegua, incluso cuando ésta levantaba sus dos patas delanteras, Saela aprovechó eso para colocarle una soga con un lazo. El esposo desde la ventana la veía jalar la soga, poner resistencia. Deleitándose con el espectáculo, dejó que Saela hiciera algo por si misma. La yegua a menudo que Saela se acercaba enfocaba su mirada furiosa, pero tras sentir en su hocico las caricias; dejó de pelear relajándose poco a poco. La esposa se sentía complacida, era un consuelo a si misma acariciar la crin en cuanto la vió tranquila. Montándose en su lomo sin silla, saltó la cerca corriendo por los alrededores sintiendo el alba peinar sus cabellos. 
Llegando a la cima de una montaña se detuvo, el paisaje con sus colores la relajó. No sabe qué tiempo pasó sentada bajo el árbol admirando la hermosa primavera que derretía el hielo. La visita de su esposo con un vestido en mano la tomó de sorpresa. Lucio viendo su imagen libertina se echó a reír, en su juventud hizo lo mismo.

-Felicidades, has conseguido que te haga caso. ¿Cómo lo hiciste?

-Si le demuestras miedo, no te considerará como un rival. Los humanos somos más inteligente que los animales.

-Vístete, tu madre quiere hablar contigo. Te ha buscado en todos los lugares, solo yo conozco este sitio. El perfecto para alejarse de lo que nos incomoda.

-Fue ella la que me trajo.

-¿Te espero aquí? Me imagino que quieres regresar sola.

-Prefiero mejor tu compañía.

Dijo aquello para que no siguiera indagando en su interior. El regreso fue juntos, al menos la mujer que Saela creía como madre pudo ver un avance mayor que solo caballos. Las mujeres hablaron, la doncella iría al pueblo.
Puede que Saela necesitara eso para relajarse, tiempo a solas con una persona que empezaba a ver como un compañero. Juntos desayunaban sin exigencia de la calidad de la comida, trabajaban, y en las tardes iban a la montaña. Una rutina que dio brotes y estos se abrieron. Ese amor era el que ella aún recordaba. El besarse con pasión, el ser amada en las noches, el cariño que esas manos le hicieron creer que alguien por fin la aceptaba con su defecto.

-Entonces… ¿esa fue tu vida?-preguntó Lucio con cuidado.

-Todo lo que te he contado. No sé hacer nada de una esposa.

-Quiero conocer todo de ti, Saela-sus manos toscas rozaron sus finos cabellos-Quiero ver lo que eres, no lo que tu madre te obliga a ser.

-Solo sé usar la espada.

-Enséñame.

-¿Seguro?

Lucio asintió con la cabeza. Los brotes siguieron floreciendo con esa ilusión, la maceta no era suficientemente grande para las raíces. Lucio y Saela bajo el mismo árbol de las tardes se enfrentaron. El primer combate lo gano Lucio, el segundo, Saela. El tercero fue el más largo, que usara un vestido largo no significaba un impedimento si la tela se puede romper. Salvaje, Saela demostró que su salvajismo era mayor que el de la yegua. Por mucho que Lucio quisiera domarla, lo único que hizo fue asustarse de tener una belleza a su lado. Una vez el combate finalizó, Saela besó los labios de su esposo recibiendo una separación brusca. Ver su rostro lleno de miedo y ser llamada de su boca “monstruo”, rompieron toda ilusión que alguna vez se formaron. Nunca fue chica de derramar lágrimas, pero en silencio a escondidas lo hizo.
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-¡Tierra!-gritó el vigía del barco.

-Ya estamos llegando Señor-informó el capitán a Saela que miraba el horizonte viendo la sombra oscura a lo lejos-Una vez lleguemos, use esto para llegar al enmascarado.

-¿Qué es?-Saela tomó el paquete en sus manos.

-Un paquete que el propio gobernador nos pidió que le diéramos. Confía en que usted se lo hará llegar.

El barco llegó al puerto, sin embargo, Saela no imaginó que lo esperara semejante sorpresa. En el puerto había un hombre con una máscara de ojos azules.    

Cuentos Para DormirDonde viven las historias. Descúbrelo ahora