Botón de Flor

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En medio de una tormenta floreció una flor cuyo nombre nadie conocía. Oculta del mundo, pero todo aquel que veía sus ojos azules, por miedo ante el poder que estos contenían, lo clasificaban como un monstruo. Ese siempre fue su mayor peso sobre los hombros. Para disminuirlo era obligada a vivir como un chico, a deshacerse de su cabello negro, ocultar sus pechos con una venda, y usar un par de anteojos oscuros con tal de tapar su visión. El mundo era libre, al igual que ella, pero en su interior el poder de venganza contra aquel maldito que estuvo con su madre, contra aquel hombre de ojos azules que aportó su semilla, a él mismo, a su padre desconocido, ella deseaba matarle. Hasta que eso se cumpliera, su travesía aguardaba muchos secretos y barreras.
A veces caminando por el bosque invernal, recordaba su niñez. Muchos niños odiaron sus ojos, hasta el punto de perseguirla; es el precio del miedo y la diferencia. Si algo bueno recordaba, era haber conocido al herrero que le enseñó la línea entre la vida y la muerte; una espada. Todo filo es peligroso, pero le gustó. Adoraba no solo manejarla, sino también sentir que en sus manos estaba el poder. Era la única cosa que nadie podía quitarle.
Andando por el ancho bosque de invierno, sus piernas vestidas con botas de piel hicieron que sus pasos llegasen a un pueblo de mala muerte. Comer un poco, y beber algo caliente era lo primero. Entró a una posada, allí escuchó rumores sobre alguien que podría darle información; sabría a donde dirigirse tras pagar con algunas monedas. No le tomó mucho tiempo llegar hacia su destino, dos o tres días quizás. El aire de una ciudad llena de ricos la enfermaba. Caminando por las calles, encontró un grupo de personas hablaban acerca de un gran guerrero. Bebían y comían halagando de sus habilidades como si con el nivel del alcohol en la sangre, pudiera crear de vagos campesinos unos samuráis expertos. Ese guerrero no le llamó la atención, lo único que lo hizo fue saber que era parte de su destino. La mayor edificación de aquella ciudad, el fuerte de siete banderas. Sonrió, puede que un enfrentamiento en medio del camino sea un buen calentamiento.
Acercándose a un grupo de mujeres que hablaban de ese guerrero, les preguntó a las señoritas el camino para llegar al fuerte. Las señoritas bajaron sus abanicos, se quedaron mudas ante la belleza de aquel capullo cerrado.

-Puedo llevarte al fuerte-dijo una de las señoritas dando el paso al frente-Pero tienes que venir conmigo.

-Iré-dijo sin más.

-Señoritas, nos vemos en otro momento. Acompañeme caballero.

Que fuese llamada "caballero", "señor", no representaba una incomodidad. Siguiendo a la señorita recién conocida, le daba algo de gracia que con ese vestido tan grande y tan llamativo pudiera caminar sin tropezarse. Se decía en su interior lo afortunada que era de no tener que vestir tan fino. Comparaba el tamaño de sus pechos con los de la señorita y solo suspiraba de alivio.

"El corsé me iba a quedar muy apretado"; pensó soltando una risita.

-¿De que se ríe?-la señorita que la llevaba observando, se intrigó ante esa risa.

-Me río de lo bien que hablan de ese guerrero.

-Es el mejor del reino.

-¿Entonces su grandeza solo llega hasta los límites de este reino? Creí que era más importante.

-Que grosero, ¿usted es más fuerte?

-Lo soy.

-Que arrogante. ¿Qué asuntos tienes con ese guerrero?

-Solo quiero llegar al fuerte, no es mi intención un duelo con ese famoso.

-¿Y por qué quiere llegar al fuerte?

-Asuntos privados, señorita. ¿Puedo saber quién es usted?

-Es extranjero, le perdono su ignorancia.

Cuentos Para DormirDonde viven las historias. Descúbrelo ahora