Ramas renacidas.

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*Continuación de Botón de Flor*

La noche caía sobre quiénes se miraban fijamente en medio del pabellón. Ella con su espada se colocaba en una posición, el prometido al ver a su contrincante se colocó en una que sus pensamientos le indicó. Conociendo el campo de batalla, ella cambió de posición analizando sus movimientos, ese gesto obligó al otro a hacer lo mismo. Sonrió, miró a la princesa y echó una vista rápida a quiénes estaban alrededor. Todos con sonrisas, sin imaginar el final de la pelea. El prometido cansado de esperar, creyendo que había bajado la guardia, se lanzó con todo en el primer movimiento. Ella lo recibió con su astucia, agilidad, fortaleza, aunque lo más inquietante fue tenerlo cerca. Buscando una vía de escape cerró sus pensamientos concentrándose en el batalla, pero por dentro su corazón no solo se agitaba por la batalla. El prometido era bueno como decían, alguien que quizás si se merezca la fama, no obstante, sus ojos llenos de sed veían otra cosa. Entre tantos espadazos sus gafas se cayeron a la nieve. El prometido al ver esos destellantes ojos azules perdió un poco el peso de la espada sobre sus manos. A su mente llegó la imagen del niño, y sin creer que ahora lo tenía delante, perdió la concentración. Ventaja que sacó ella para separarlo, en toda la batalla odiaba que se acercara demasiado. Hasta ahora solo había luchado con una hoja sin filo como se esperaba de un espectáculo, pero cansada de jugar, giró la espada a la hoja afiliada. El prometido queriendo deleitarse con sus movimientos por no comprender cuando un niño tan indefenso se hizo tan fuerte, dejó que se acercara lo suficiente hasta que no tuvo otra opción que luchar a la defensiva. Ya no eran espadazos de un combate amistoso, ahora era espadazos capaz de hacerte pedazos; aunque empezaba a creer que era el único que jugaba. Esos ojos azules distorsionaban su vista, su corazón aceleró cada latido disimulado con la agitación de tratar de ser quién ya no era. Un buen espadachín no revela sus secretos hasta el final, pues no era su intención matarlo, sino usar cada aprendizaje en el movimiento final. Lástima que ese movimiento no pudo ser efectivo en el momento por haber perdido cada uno su espada. La pelea continuó en un enfrentamiento cuerpo a cuerpo, incluso en eso le era superior. Recordaba el prometido, al niño que corría por las calles lleno de barro huyendo de su grupo, ahora ya ni sabía como sentirse. Todo era asombroso, no había un rasgo de igualdad entre el pasado y el presente. En una caída debido a la cercanía que aún mantenía en combate, ella recuperó su espada. Se lanzó directo con su secreto.
Dando un giro con la espada a la altura de su rostro obligó al prometido a agacharse, una patada lo hizo comerse la nieve; no obstante, hubo un corte. La gran cola que lucía en su cabeza, cayó a la nieve dejando el resto del cabello suelto. Satisfecha, se dirigió guardando su espada hacia el padre de la señorita.

-Me prometió el prometido de su hija que vería al gobernador.

-Es cierto-dijo el prometido resignado a no darle su merecido por el honor de su título.

-Acompañame muchacho.

Mientras los demás hablaban acerca del monstruo que había vencido al mejor espadachín del reino, el gobernador se reunía en su despacho con el ganador. Aún manteniendo dos metros de distancia por estar él parado cerca la ventana, sentía sobre sus hombros un peso y recorrerle por la espalda un escalofrío atroz.

-Seré claro, ¿dónde puedo encontrar al hombre de ojos azules? Usted hace negocios con él, digame su ubicación.

-Muchacho atrevido-fue lo primero que dijo el gobernador dándole la cara-Vienes a mi reino, salvas a mi hija, enfrentas y ganas a mi yerno, y ahora me pides que te diga la ubicación de un hombre que no existe. ¿Por qué quieres verlo?

-Usted acaba de decir que no existe.

-No existe un hombre de ojos azules, pero si existe alguien que usa una máscara de ojos azules. Puede que sea a él a quién te estés refiriendo.

-Hablo de ojos azules como los míos.

-Respóndeme esta pregunta; ¿eres parte de su familia? Una vez le oí hablar acerca de una esposa que tuvo y de un hijo al cuál no vio crecer, creo que lo mataron unos bandidos. ¿Eres tú?-ante el silencio, el gobernador tomó una hoja y una pluma que llenó con tinta-Usa esto para tu viaje. Cuando llegues a la flota, darles esto. Un encuentro familiar es toda una alegría, pero creo que tú sientes más rencor del que yo puedo ver en ti.

-Ese pase, ¿es legal?

-Tiene mi cuño, mi firma, y mi nombre. Es todo legal. Espero que te reúnas con tu padre.

-No es mi padre.

-Recuerda, es un hombre cuya máscara tiene ojos azules.

Aceptando el pase del gobernador, ella se marchó del despacho. Un caballo y ya no tenía otros asuntos en ese lugar. El prometido le detuvo, ella al verlo con su cabello cayendo sobre los hombros independienteme de que estuviese vestido elegante, sintió aquella agitación en su corazón.

-¿Qué quieres?-le preguntó molesta.

-No has pagado tu parte del trato.

-Tú sabes quién soy.

-Sí, es verdad.

-Entonces está cumplido.

El prometido fue a bajarlo del caballo, pero ella hizo que el potro se levantara en dos patas y echara a correr tan lejos como podía. Ya no había vuelta atrás, pero ese corazón acelerado jamás se calmó.
En su vida alguna vez sintió ese fuego que la consumía por dentro, aquella que solo se camuflajeaba con su sed de venganza. Deteniendo el potro en medio del bosque observaba la luna tan azul como sus ojos. Soltando su largo cabello dejaba que la imaginación le recreara las manos que sostuvieron las suyas alguna vez. El aliento de la persona que calentaba su cuello, y lo peor, sus besos encarcelados. Lágrimas caían, pero al cerrar los ojos y volverlos a abrir tiró las tiras del caballo marchándose a todo galope. Si el frío era suficientente para congelar desde al agua hasta el cielo, ¿por qué no era suficiente para congelar su herido corazón?

Pasaron varios días, ella llegó a la flota y mostró el pase del gobernador. Los marineros empezaron a trabajar, preparaban el barco que pronto zarparía. La maldita tarde de ese bendito día, el prometido de la princesa apareció en la flota. Ella sin querer verlo subió de prisa pidiendo que se fueran ya.

-¡Bájate de ese barco! ¡Sael!

Escuchar el diminutivo de su nombre en su boca provocó de nuevo el fuego.

-¡No dejan que ese hombre suba!-pidió hiendo a su camarote.

-¡Sael! -el prometido se bajó de su caballo tratando de subir al bote-¡Sael! Juro que te mataré-dijo mientras apartaba a los marineros-Te encontraré y te mataré.

"Espero no tener que verte la cara de nuevo, Tailan"; pensó recordando su nombre.

-¡Sael!

Desde adentro del barco podía escuchar su voz pronunciando esas tres letras.

"Saela, te falta la a"; pensó soltando una risita.

Cuentos Para DormirDonde viven las historias. Descúbrelo ahora