Capítulo XVII

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Andreas había metido la pata hasta el fondo, lo sabía, incluso Amanda y Leslie lo sabían

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Andreas había metido la pata hasta el fondo, lo sabía, incluso Amanda y Leslie lo sabían. Lo menos que quería era volver a casa, luego de haber dejado a Lucilia de aquella manera, lo único que deseaba era quedarse una semana entera en el hospital hasta que las aguas se calmaran. Además, la idea de dejar a Leslie sola era como una patada en el hígado, necesitaba quedarse con ella hasta que estuviera mejor.

Sin embargo, fue la misma Leslie la que lo convenció de ir a casa. Lucilia se merecía una explicación, que fuera lo suficiente hombre como para enfrentarla y aclarar las cosas. La cuestión era que, no tenía clara la explicación que le tenía que dar.

¿Qué podría decirle?, ¿que lo sentía? No podía lamentar haber dejado todo por la salud de Leslie, la chica lo necesitaba, aunque fuera un estorbo como doctor en ese momento, su presencia la reconfortaba. Se golpeó la cabeza con la pared de la entrada unas cuantas veces, intentando conseguir alguna disculpa lógica que justificara su comportamiento antes de entrar.

Pero no consiguió ninguna, nada podía justificar que un hombre antepusiera a una amiga sobre su mujer. Respiró profundamente, desde un comienzo supo que escoger el camino de retomar conversación con Leslie era mala idea, al menos con respecto a su relación con Lucilia.

No podía seguir escondiendo sus sentimientos por ella, hacerlo implicaba seguir sintiéndose culpable, un ser despreciable que, a pesar de no engañar físicamente a su mujer, la traicionaba de una peor manera, emocionalmente. Le importaba Leslie, más que deseo carnal, por ella sentía un aprecio inexplicable que, aunque era muy pronto para llamarlo amor, sí era lo suficiente fuerte como para denominarlo un simple interés.

Tragó en seco aceptando la realidad que tenía frente suyo, su relación con Lucilia no daba para más. Ya no era un simple problema de pareja que pudieran resolver, no era un viaje a Houston, o alguna molestia de convivencia. Sentía cosas por otra mujer y por más que intentara erradicar esos sentimientos, no podía, ni quería.

Su corazón se contrajo en su pecho, dándose cuenta del dolor que le ocasionaría a Lucilia. Ella no era culpable de nada, era víctima de su impulsividad, una mujer inocente que hasta hace unos meses iba a ser su esposa, la cual creyó amar ciegamente.

Y así era, creía amarla con locura, no se imaginaba queriendo a otra mujer como lo hacía con ella; sin embargo, la verdad siempre estuvo presente por más que él intentara no verla, la delgada línea entre el amor y la costumbre es muy fácil de cruzar, y ellos hace tiempo que lo habían hecho.

Entró al apartamento cabizbajo, listo para terminar lo que él mismo había empezado, arrancar la bandita de una vez por todas y dejar que su mente por fin tomara un descanso de tanto pensar. Las luces del apartamento estaban apagadas, todas excepto la de la cocina; en el comedor que se encontraba cerca del balcón, una vela a punto de extinguirse iluminaba tenuemente su entorno.

Lucilia esperaba recostada en la silla junto a la vela, con la mirada perdida y una copa de vino en la mano, Andreas se percató de que, en la mesa, la botella de vino estaba vacía.

El ocaso entre nosotros.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora