Capítulo XXXI

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Cuando corría, solo el ritmo de la música, los latidos de su corazón y controlar su respiración era lo que importaba, si bien Andreas no solía hacer mucho ejercicio, disfrutaba de vez en cuando drenar energía de esa forma; sobre todo desde que tom...

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Cuando corría, solo el ritmo de la música, los latidos de su corazón y controlar su respiración era lo que importaba, si bien Andreas no solía hacer mucho ejercicio, disfrutaba de vez en cuando drenar energía de esa forma; sobre todo desde que tomó vacaciones y se hallaba con más tiempo libre del que estuviera acostumbrado.

Encontró gusto en correr casi todas las mañanas con Leslie a su lado, ya que la chica tenía la estricta rutina de ejercitarse a penas despertaba para mantener a raya su creativa mente; sin embargo, ese día corría solo, no quiso despertarla al verla dormir tan profundo.

Después de pasar cuatro maravillosos días en Tovel, la mayoría de la familia Barbieri volvió a Bérgamo y desde que llegaron, Leslie comenzó a cansarse más sin hacer mucho esfuerzo, incluso llegó al punto de requerir siestas en las tardes para seguirle el ritmo a Andreas; también intentó ocultar uno que otro mareo que la había atosigado, sin embargo, el doctor la vigilaba con ojo de águila y no le pasaron desapercibidos.

Durante toda la hora que pasó corriendo, Andreas no pudo mantener su mente en blanco ante tal preocupación; estaba seguro de que ni el cubo de agua más helado sería capaz de despejar su mente a esas alturas.

Al llegar a casa, escuchó a sus padres en la cocina desayunando amenamente, se notaba que hacían el esfuerzo de hablar lo más bajo posible para no despertar a Leslie; en otro momento, Andreas se hubiera unido a ellos, pero conociendo a su madre, era seguro que su estado de ánimo le sería tan palpable, que prefirió escabullirse a su habitación antes de volver a tener la charla.

Sabía que Leslie necesitaba ir a un hospital, tenía al menos que hacerse exámenes de rutina, sin embargo, no encontraba la forma de tener dicha conversación con ella. Quería apoyarla en toda decisión que tuviera, al fin y al cabo, era ella quien estaba enferma y lo menos que deseaba era obligarla a hacer algo que no quisiera, incluso cuando fuera por su bien.

Entró a la habitación en puntitas para encontrarla aún dormida plácidamente, así que se dirigió al baño para darse una ducha, lo más fría posible, además necesitaba darles tiempo a sus padres de que se fueran a trabajar. Al terminar, se colocó un pants y se dispuso a subir el desayuno.

—¿Fuiste a correr sin mí? —escuchó la voz adormilada de Leslie a sus espaldas, justo antes de que pudiera salir de la habitación.

—Lo siento, no tuve corazón para despertarte —respondió encogiéndose de hombros, medio oculto tras puerta—. Voy por el desayuno, ¿sí? —Leslie bostezó con pereza a medida que hacía una mueca.

—Paso, amanecí con el estómago revuelto.

—Amore, debes comer algo, aunque sea un batido —volvió a hundirse entre las almohadas, intentando huir de su mirada—. Leslie...

—Está bien, está bien, un batido —masculló colocándose una almohada en la cabeza, por más buenas que fueran las intenciones de Andreas, Leslie no podía evitar molestarse cuando la trataba como una niña pequeña.

El ocaso entre nosotros.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora