Capítulo XXIII

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El rayo de sol que se colaba por la ventana lo despertó, sintió sobre su pecho a Leslie, quien dormía como un bebé después de todo lo que hicieron la noche anterior, porque sí, no se pudieron conformar con unir sus corazones solo una vez

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El rayo de sol que se colaba por la ventana lo despertó, sintió sobre su pecho a Leslie, quien dormía como un bebé después de todo lo que hicieron la noche anterior, porque sí, no se pudieron conformar con unir sus corazones solo una vez. Andreas inhaló profundo, sintiéndose completo, finalmente después de mucho tiempo.

Leslie era suya, en cuerpo y se atrevería a decir que también en alma, la intimidad que compartieron los unió a un nivel más allá de lo físico. Jamás había experimentado algo como eso, por más mujeres que hubieran pasado por su cama, Leslie era la primera con la que de verdad había conectado.

Aunque su naturaleza apasionada se moría por gritar a los cinco vientos que la amaba, su razón todavía lo hacía dudar y temer no ser correspondido; quizás si lo admitía en voz alta, el objeto de todos sus deseos correría en dirección opuesta..., la personalidad impulsiva de Leslie, le daba ese mal presentimiento.

Acarició su espalda con delicadeza, no intentando despertarla, sino atesorando ese cálido momento a su lado, sin embargo, Leslie tenía el sueño ligero y no pasó mucho tiempo antes de que abriera los ojos.

Buongiorno, principessa —ronroneó besando su frente mientras ella solo se encogía bajo su abrazo y bostezaba—, ¿dormiste bien? —asintió enterrando la cabeza en su pecho y dejando un dulce beso en él.

—¿Podemos quedarnos así todo el día? —murmuró abrazándolo con más fuerza.

—Quisiera, pero debo trabajar... —detuvo las caricias cuando asimiló sus palabras—. Espera..., ¿qué hora es? —sin muchas ganas de separarse ella, Andreas buscó algún reloj en alguna parte de la acogedora habitación, pero no encontró ninguno. Intentó pararse, pero Leslie se la puso difícil—. Amore...

—Unos minutos más..., porfi —murmuró haciendo un puchero que logró convencerlo de quedarse en cama—. No me digas que eres de esos que se acuestan con una chica y se van apenas sale el sol, ¿también desaparecerás y no volverás a llamarme? —Andreas se carcajeó, como si fuera posible que por su mente siquiera pensar en hacer algo parecido.

—Me conoces bien —Leslie le dio un manotazo en el pecho—. Espero no haberme excedido anoche —apoyó el mentón sobre su pecho y lo vio con una ceja alzada.

—No soy de cristal, amore... —replicó con un forzado acento italiano que le causó gracia y elevó las comisuras de sus labios, Leslie no pudo evitar besarlo—. ¿Te quedas a desayunar?

—Creo que ya voy tarde al trabajo —dijo con calma, aceptando el cruel destino que le esperaba con su jefe—, pero podemos cenar esta noche en mi casa —Leslie arrugó el ceño.

—Eh, e-está bien.

—¿Sucede algo? —Andreas no pudo evitar percibir cierta duda en su respuesta.

El ocaso entre nosotros.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora