Capítulo: XXVIII

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Para Andreas

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Para Andreas. el sonido constante de las manecillas del reloj le podría pasar inadvertido la mayoría del tiempo, no obstante, cuando sufría de insomnio, dicho repiqueteo le resultaba completamente desesperante; un horrible recordatorio del tiempo de sueño que estaba perdiendo o el endulzante perfecto para la preocupación que lo mantenía despierto.

Eran casi las cuatro de la mañana y ni Leslie, ni Annabella le habían dado señales de vida. Conocía a su hermana, sabía de buena fuente que la pijamada en el hotel debía ser una vil mentira, era incapaz de visitar Florencia y marcharse sin ir a un antro.

Andreas resopló por enésima vez antes de golpear una almohada y colocársela en la cabeza de mala gana, no temía por el bienestar de su novia, ya que su hermana no estaba tan demente como para ponerla en riesgo en un país desconocido; sin embargo, la ansiedad por la conversación que tenían pendiente lo estaba carcomiendo.

«Fue un simple comentario, tampoco le pedí matrimonio» pensó, intentando buscar un argumento lógico que calmara sus miedos, aunque no importaba cuanto se quisiera tranquilizar, hasta que no hablara con ella no podría lograrlo. De pronto, cuando menos lo esperaba, la puerta de la habitación se abrió estruendosamente.

—¡Cariño!, estoy en casa —escuchó balbucear a Leslie desde el umbral en un horroroso italiano—. ¿Lo dije bien?

—Exceleente, ¡no pude decirlo mejor! —las palabras arrastradas de Annabella, solo le daban a entender una cosa, estaban tan ebrias como una cuba. Andreas se incorporó de un saltó para verlas una junto a la otra como dos borrachos de plaza, con el maquillaje corrido, los tacones en mano y los cabellos enmarañados.

—Annabella, ¡¿ma che cazzo*?! —gruñó gesticulando con las manos el típico gesto italiano—. ¡Te dije que no podía beber!

—Shh, shh —dijo Leslie alzando el dedo índice mientras se tambaleaba hacia él, cuando estuvo muy cerca suyo tropezó y cayó sobre su pecho colocándole el dedo en los labios—. No porque seas muy lindo, puedes gritarle a mi amiga..., puedes gritarme a mí si quieres, pero no se lo digas a mi novio, ¿sí? —balbuceó con una sonrisa ridícula, Andreas no sabía si reír o llorar, jamás la había visto tan pasada de tragos.

—Amore, soy tu novio —Leslie recuperó el equilibrio en sus brazos y cubrió su boca con la mano, como si hubiera descubierto algo impresionante.

—S-Soy una chica con suerte —lo tomó por la camiseta y le estampo un torpe beso en los labios—. S-Si, mucho mejor que Carlo...

—¿Carlo? —Anna se acercó tambaleándose y riendo nerviosamente.

—Está borracha, ¡no sabe lo que dice!

—Shh, Shh —Leslie corrió hacia Annabella y ahora era ella quien tenía su dedo índice en los labios—. ¡Mi Andreas no debe saber eso!, ¡ni mucho menos que conocí un gigolo! —el aludido se llevó una mano a la frente y resopló.

El ocaso entre nosotros.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora