Capítulo XXXIII

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Los suburbios de Bérgamo no eran nada similares a los de Nueva York

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Los suburbios de Bérgamo no eran nada similares a los de Nueva York. No importaba que entrada estuviera la noche, la seguridad y paz que Leslie sentía en las calles de la pequeña ciudad no tenían precio.

No era la primera vez que la chica observaba la belleza de la luz cálida de los faroles, iluminando tenuemente los adoquines de piedra sin un alma transitando las calles a pesar de que apenas eran las ocho de la noche, pero, aun así, no dejaba de maravillarse ante tanta tranquilidad.

Acariciando discretamente su vientre, en su interior le dio la razón a Andreas cuando dijo hace semanas que Bérgamo era un excelente lugar para empezar una familia. Si bien era cierto que amaba la ciudad y su acelerado movimiento, el tiempo que llevaba en Italia le había dado otra perspectiva de la vida, una que jamás tuvo considerada, quizás si era posible tener una familia en los suburbios, sin necesidad de abandonar su amor por el arte.

Con una emoción creciente indescriptible en su corazón, sonrió, olvidándose por un momento de lo que esperaba en Estados Unidos y, en casa de los padres de Andy cuando llegaran finalmente.

El trío iba en un taxi, cuyo conductor era el más viejo que habían encontrado y el único que les aseguró que no iría a más de cuarenta kilómetros por hora; tanto Andreas como ella, necesitaban tiempo para prepararse para lo que se encontrarían en casa. No eran unos adolescentes irresponsables, pero los fuertes valores católicos de la familia Barbieri, llenaban de expectativa a la pareja.

No sabían que esperar, si serían unas cálidas felicitaciones o un largo interrogatorio sobre lo que tendrían planeado para el futuro. Leslie tenía poco tiempo conociendo a la familia, pero, aun así, tenía el presentimiento que se encontrarían con lo segundo, aunado a la presión de sus suegros para casarse antes de que el bebé naciera.

Cuando el taxi finalmente aparcó frente a la casa, Leslie inhaló profundo intentando ver tras las cortinas de las ventanas de la morada, con la esperanza de encontrar un atisbo de la señora Barbieri que le diera algún indicio de su estado de ánimo, pero lamentablemente, no consiguió divisar nada.

—Todo estará bien —dijo Andreas, apretando su mano suavemente—. Yo me encargo, confía en mí.

Asintiendo, Leslie tomó valor para salir del vehículo. Con cada paso que la acercaba a la casa, el bullicio que surgía de su interior comenzó a envolverla. Por más tiempo que hubiera compartido con la familia de Andreas, todavía se le dificultaba en gran medida diferenciar cuando los gritos eran sinónimo de malas noticias o, cuando simplemente estaban celebrando.

El pánico la embargó finalmente, los Barbieri eran lo más cercano que había tenido a una familia, si el escándalo se debía a que la noticia no les había agradado..., Leslie estaba a punto de perder todo el cariño que tanto había recibido.

Se detuvo a mitad de camino abrazándose a sí misma, luchando contra la tristeza que de pronto la consumía.

—¿Todo bien? —le preguntó Andreas, percatándose inmediatamente de su renuencia a pasar por la pequeña puerta de madera que daba la bienvenida al jardín principal del hogar.

El ocaso entre nosotros.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora