Capítulo XXXIX

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El apartamento de Amanda solía ser un lugar agradable, recordatorio de buenos momentos, mañanas especiales y noches inolvidables

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El apartamento de Amanda solía ser un lugar agradable, recordatorio de buenos momentos, mañanas especiales y noches inolvidables. La rubia tenía un estilo exquisito, que lograba que su sala y cocina parecieran haber salido de una imagen de alguna revista de decoración de interiores.

Sin embargo, algo había cambiado en la decoración pastel, algo que Andreas llevaba una semana y media intentando ignorar cada vez que visitaba el apartamento y que se había convertido en el recordatorio de su gran error.

Apoyado en el mesón de la cocina, el italiano intercalaba su mirada entre la mancha oscura de sangre seca que arruinó el suelo de madera y el agujero que dejó la bala en el sofá cerca de la mancha.

En su cabeza, cada segundo que pasaba sin tener noticias de Leslie, esa mancha y ese agujero parecían extenderse por todo el apartamento, amenazándolo con engullirlo por completo.

Intentando no seguir pensando en los peores escenarios, inhaló profundo y restregó el rostro con ambas mano. Decidido a no ver más aquella mancha y agujero, se esforzó por concentrarse en otras cosas.

Clavó su mirada en la pareja del sofá agujereado, Sebastian y Amanda, quienes increíblemente llevaban una semana actuando como seres pensantes y habían logrado cesar las discusiones e insinuaciones lascivas.

Amanda se encontraba acostada, con su cabeza recostada sobre el regazo de Sebastian mientras él acariciaba su cabello. Al igual que Andreas, la rubia casi no había podido pegar un ojo desde el secuestro de Leslie, a menos que estuviera el ahora rubio de cabello rapado a su lado.

Mientras Andreas los observaba más distraído que de verdad detallándolos, su mirada se encontró con la de Sebastian, el cual, al cabo de unos segundos comenzó a sustituir sus piernas por un cojín dónde Amanda pudiera apoyar la cabeza.

—¡¿Leslie?! ¿Hay noticias? —preguntó Amanda despertando abruptamente.

—Shh, tranquila, aún nada.

Sebastian acarició su cabeza con cariño e intentó hacerla volver a dormir con el cojín como nueva almohada, pero la rubia lo tomó de la camisa, impidiéndole alejarse.

—¿Te vas? No te vayas, por favor...

—Solo iré a la cocina, no te dejaré a menos que me lo pidas.

Amanda mordió sus labios en una tímida sonrisa, soltó su camisa y tomó el cojín para volver a conciliar el sueño, mientras que Sebastian se incorporaba por completo para después besar su cabeza.

El rubio rapado y cubierto de tatuajes, caminó con ese típico andar felino al que ya Andreas se había acostumbrado. Al principio cuando se conocieron, pensó que era un joven de mala procedencia, guarro y en apariencia déspota que solo estaba interesado en Amanda por sexo y dinero; sin embargo, no se puede juzgar a un libro por su portada y el italiano lo reafirmó al conocerlo mejor en el transcurso de esa semana.

El ocaso entre nosotros.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora