Capítulo XXI

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Todo su cuerpo ardía, sobre todo su entrepierna

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Todo su cuerpo ardía, sobre todo su entrepierna. Andreas estaba decidido a darle su tiempo a Leslie, a no presionarla ni arruinar la amistad que tenían, a pesar de que estaba clara la tensión sexual que ocurría entre ambos.

Nunca había deseado tanto a una mujer, sentía que estaba obsesionado con ella y sinceramente, le preocupaba un poco. Por eso, más aún necesitaba llevar las cosas con calma, no obstante, no se esperaba que Leslie apareciera en esa fiesta con un vestido tan revelador.

A penas la vio, quiso arrancárselo allí mismo y hacerla suya, sin importar la multitud a su alrededor, sin embargo, se contuvo. Al igual que lo hizo cuando un imbécil intentó propasarse con ella.

Se prometió a si mismo que esa noche no ocurriría nada, la respetaría y trataría como una amiga, porque eso es lo que ella necesitaba y lo que había pedido. Lamentablemente, todos sus planes se fueron al carajo cuando Leslie le preguntó si le gustaba su vestido.

Pensar que se había puesto algo tan revelador para él, era como caminar sobre las nubes. Significaba darle luz verde a todos los sentimientos que tenía guardados y oprimidos desde hace varias semanas. Cuando lo llamó suyo, sintió que perdía la razón, aunque supo disimularlo a la perfección, lo menos que deseaba era verse necesitado o muy desesperado por ella, sabía cómo era Leslie y no quería que se sintiera presionada por corresponder sentimientos tan fuertes como los que él le profesaba.

Las cosas empeoraron cuando de la nada, Leslie lo llevó a la pista de baile. No se esperaba que supiera bailar, no parecía una mujer de tales gustos, así que la sorpresa que se llevó cuando la dulce chica que tenía frente suyo comenzó a menear sus caderas como el mismo demonio fue por algo abrumador. Si antes se sentía necesitado por su cuerpo, ahora estaba enloquecido.

Agradeció al cielo cuando Leslie se detuvo y lo jaló entre la multitud, si la chica seguía moviendo el trasero contra su miembro de la manera en que lo hacía, no estaba seguro de cuanto podría soportar, terminaría en sus pantalones, como un adolescente inexperto.

—¿A dónde vamos? —le preguntó cuando empezaron a subir las escaleras.

—A la azotea, necesito aire —su voz era un jadeo, necesitado y cargado de deseo, tragó en seco al escucharla tan agitada.

Cuando por fin llegaron, Leslie soltó su mano y se acercó al borde de la azotea, apoyándose en el muro mientras controlaba su respiración. El frescor primaveral, las luces de la ciudad que nunca duerme y un sofá de jardín, eran sus únicos acompañantes.

—¿Estás bien? —inquirió, llegando a su lado y rozando delicadamente sus brazos desnudos, cada caricia dejaba una marca de fuego en su piel. Leslie lo vio por debajo de sus pestañas acercándose a su pecho mientras asentía.

Su silencio solo era interrumpido por su respiración entrecortada, el rubor sobre sus mejillas era tan apetecible, que Andreas no pudo evitar acariciarlas, logrando que sus ojos se posaran sobre los suyos; sin poder postergar más lo inevitable, la besó. Al principio, sus labios se unieron con delicadeza, tan solo un roce, como si ella estuviera hecha de cristal y el mínimo estimulo pudiera quebrarla, aunque la intensidad que ambos se habían despertado en el transcurso de la noche era difícil de controlar.

El ocaso entre nosotros.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora